—Dios mío, ¿en serio? —Bufo—. ¿Piensas seguir atormentándome con eso toda la vida?

—Por supuesto —se carcajea durante algunos segundos, imagino que recordándolo y, aunque me resisto, logra contagiarme haciéndome reír también a mí. Tanto lo ha repetido ya que empiezo a verle la gracia, aunque todavía siga sintiendo vergüenza.

Al llegar, y como la última vez que subí al coche con él, antes de terminar de coger mis cosas ya está esperándome con la puerta abierta y me ayuda con el bolso.

—Muchas gracias. —Miro hacia la casa y al no ver el coche de mi padre recuerdo que salió de viaje, así que, sin saberlo, el estríper me ha hecho un gran favor ahorrándome venir hasta aquí en taxi—. Te debo una.

—Ya me lo cobraré. —Por la forma en que sonríe sé que no dudará en aprovecharse de ello—. Toma. —Estira la mano para devolverme el bolso y cuando nuestros dedos se tocan me vuelve a pasar lo mismo que antes.

—Gra...cias de nuevo. —Apenas puedo hablar. Sus enormes ojos oscuros me miran con tanta atención que me tienen hechizada. Muerde su labio inferior y la humedad que deja en él hace que la cara interna de mis muslos se caliente.

Sin apartarse de mí, desliza su mano por mi brazo para ayudarme con la correa de la bolsa y todo el vello de mi cuerpo reacciona a su tacto, levantándose. Trago saliva para liberar mi boca empapada y cuando su otra mano se eleva hasta mi cuello contengo la respiración. Se acerca más, sin romper nuestro contacto visual, y cuando su pecho está tan cerca del mío que prácticamente puedo notar el latido de su corazón, atrapa mi cabello en su puño y, por sorpresa, me besa.

Mi primera reacción es abrir los ojos, incrédula, pero a medida que su boca presiona sobre la mía buscando mi aprobación, renuncio a cualquier tipo de impulso y me entrego. Sus brazos rodean mi cintura y con una pasión que hasta ahora desconocía, devora mis labios, haciendo que me olvide de dónde estamos. Cuando creo estar a punto de desmayarme por la intensidad se aparta despacio y tengo que esforzarme por buscar el equilibro que he perdido entre sus brazos. Abro los ojos con lentitud y al encontrarme de frente con los suyos, suspiro. No sé cómo interpretar esto y, sin saber qué hacer, espero a que él hable primero.

—Venía tu ex —dice con una sonrisa burlona en su cara y mis ojos se abren como platos. En el momento en que oigo un portazo a mi espalda sé que dice la verdad y siento unas increíbles ganas de matarlo ¿Cómo puede ser tan capullo? —Nos vemos el sábado, señorita.

Se marcha dejándome desconcertada y solo cuando oigo el motor de su coche avanzar, reacciono. ¡El muy cabrón me la ha jugado!

***

A la mañana siguiente me levanto agotada por haber estado dándole vueltas durante horas a ese maldito beso y al darme cuenta de que mi padre ya ha regresado de su viaje, le pido el favor de que me lleve al trabajo.

Nada más abrir las grandes puertas camino hacia el mostrador para dejar mis cosas sobre él y veo algo plateado debajo de la caja registradora.

—¡Las llaves! —grito sorprendida. ¿Cómo es posible? Ayer mismo miré en este lugar como veinte veces y no estaban. Recuerdo el pañuelo y arrugo mi frente. ¿Y si de verdad Cucufato y sus huevos estrangulados han tenido algo que ver? —No... —digo en alto sonriendo al recordar las bromas que Lucrecia y yo hicimos sobre ello. Definitivamente, me niego a creerlo.

Mientras espero a que el electricista llegue, preparo algunos pedidos que me han encargado dos residencias de ancianos a las que sirvo y cuando oigo en sensor de la puerta salgo para recibirlo. Al comprobar que es él, le guio hasta donde creo que está el problema y en el momento en que abre la caja de los fusibles resopla con fuerza.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora