—Creo que ese vestido no te favorece. Y el largo no está de moda... —habló una voz.

Era una chica rubia, de cabello lacio y extremadamente largo, un poco más alta que ella. Julieta no se detuvo a mirarla, pero la voz le resultó familiar.

—No sé qué ponerme —murmuró con desilusión.

—Creo que un vestido corto, color azul oscuro, te quedaría bien... —la chica revolvió varias prendas rápidamente, de forma ágil y experimentada, Julieta le observó las manos, los dedos largos, finos y delicados. Se paralizó por un momento, inerte. Subió lentamente la mirada hasta la muchacha.

Era Carolina.

Julieta dio un respingo. Alterada. ¿Cuánto hacía que no se veían? Había perdido la cuenta del tiempo. Esa era ella, aunque sumamente cambiada, su cabello alborotado de rulos y ondas, que le eran tan características en un momento, hoy no estaban allí, su pelo estaba tan liso que no saltaba un cabello fuera de lugar, alisado prolijamente. Hasta sus facciones tenían otra expresión, más tranquila y sosegada que cuando eran amigas. Sobre su pómulo todavía quedaba un vestigio de violencia padecida hacía un tiempo. Hasta había adelgazado, no parecía que tuviera el buen cuerpo que solía tener. Parecía que el terremoto se había transformado en otra cosa, un remanso de paz. Después de que un huracán la había devastado.

—Caro... —pudo decir Julieta. La había tomado completamente por sorpresa.

—Como este —dijo Carolina, extrayendo una percha con un vestido acorde a su descripción. Brillaba como la noche estrellada. Era magnífico—. Hola Juli... cuánto tiempo, ¿no? —y se quebró en un sollozo, repentinamente, sin poder decir nada más.

Julieta estaba completamente paralizada. Sabía lo que había hecho, al fin por las dos. Fernando se lo había contado. No estaba enojada con ella. No sabía qué sentía. Leonel había hecho que se pelearan. Eran totalmente diferentes, pero eran amigas. Tal vez Carolina ahora realmente comprendiese el valor de la amistad verdadera.

La vendedora se mostró conmovida, aunque no adivinase qué era lo que estaba ocurriendo. Solo veía a una chica que se rompía frágilmente, y otra que vacilaba entre consolarla o no.

—Vení, vamos afuera —le ordenó Julieta con suavidad, sin intenciones de maldad. Sus sentimientos también se estaban comenzando a remover, pasaron recuerdos ante sus ojos con la velocidad de un rayo, los buenos recuerdos, que prevalecían ante los malos.

Ambas salieron a la vereda, tomando asiento en el cordón de la calle. En medio del centro comercial de Carillanca.

Cuando recobró cierta parte de su serenidad Caro descargó aquello que la hacía sentir absolutamente miserable.

—Lo siento mucho. Lo siento Julieta. Ha sido todo por mi culpa —volvió a pasarse un pañuelito por los ojos porque desbordaba. Carolina, que nunca lloraba. Que nunca se imaginó verla así, tan débil frente a ella, cuando era el terremoto a quien todos temían en el colegio. Era tan delicada como un cristal. Julieta, incluso, sintió mucha pena por ella—. Merezco que me golpees.

¿Qué estaba diciendo? Por supuesto que no lo haría. ¿Más golpes quería? ¿En quién se había transformado que sentía que merecía maltrato físico para remediar cualquier situación?

—Carolina, ya pasó todo. Ambas pasamos malos momentos. Y aprendimos de nuestros propios errores, ya no llores más —le dijo, palmeándola amigablemente, era extraño. Creyó que estaría resentida, pero al verla llorar con tanta sinceridad, no pudo evitar reconfortarla. Sintió que verdaderamente se hacía más fuerte. Salvo con Ariel, quien le enredaba cada uno de sus sentimientos en algo que no podía desanudarse con facilidad.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Where stories live. Discover now