Especial II

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—Siento que tuvieras que nacer así —el hombre se apoyó en la cuna de madera observando al bebé con cara seria—. Yo sé que es más una maldición que un regalo.

Elm ladeó la cabeza, totalmente confundido. ¿Una maldición? ¿Cómo podía ser poder transformarse en dragón una maldición? Además, ¿por qué su padre le diría todo estas palabras si después no podría recordarlas, siendo el bebé que era?

Oh, vaya. Elm esperaba el momento en que algún tipo de Dios viniera y le dijera que todo había sido una equivocación, después le podría quitar sus recuerdos y lo dejaría como un bebé normal, como debía ser. Era la explicación más lógica, después de todo, una vez que se dio cuenta que todo era demasiado real como para ser un sueño. De huérfano a príncipe, que gran broma. Era, tal vez, lo que más le costaba aceptar. En esta vida soy un príncipe. Un príncipe heredero.

Al principio se había emocionado. Antes, en su otra vida, había sido un huérfano sin nada que heredar y ahora era un príncipe mágico con ojos de fuego y heredero de un reino, con dos padres vivos, un hermano y una hermana.

—Pero debes recordar que somos Malgore —siguió diciendo su padre—. Somos fuego, y fuego utilizaremos para llegar a la cima.

Pensó en su nueva familia. Malgore. Sabía que era un apellido extraño y poderoso, digno de una familia de la nobleza. Lo que lamentaba, sin embargo, eran los nombres que acompañaban al apellido. ¿Quién le pone a su hijo Elmias? ¿Quién le pone Sephira a su hija?

De todas las personas que lo visitaban en su cuna su hermana era la que menos le agradaba. Una niña de once años con pelo oscuro y ojos azules. La envidia brillaba en ellos cuando lo miraba y Elm encontró que era algo que no le gustaba.

—¿Por qué tú y no yo? —se quejaba disgustada. Después, guiada por el enfado, le pellizcaba sus manos y sus pies. Las heridas muy leves como para que alguien se diera cuenta. Pero Elm la entendía, en serio. Sabía lo que era ser menos que los demás, a pesar de que te esforzaras lo máximo.

Fue esa razón por la que, cuando este cuerpo diminuto lo dejó hablar, las primeras palabras que pronunció fueron hacía su hermana. Llamándola por un intento de su nombre. Desde entonces la niña era más amable con él, aunque eso no evitaba que lo mirara con envidia la mayoría de las veces.

Ahora su padre ponía una cara disgustada. Elm conocía bien esa expresión; era sorprendente la cantidad de cosas que las personas dejaban ver a un bebé sólo por el hecho de ser un bebé. Estiró los brazos y le sonrió a su padre.

—Pa —dijo, y se alegró cuando la expresión de su padre cambió a orgullo—. Papá.



Elm de cuatro años agitaba los brazos vigorosamente.

—¡No, así no! —su hermano se rio—. Eso lo debes hacer cuando seas dragón, no antes.

El niño se cruzó de brazos e hizo un puchero.

—Entonces no sé que hacer para poder convertirme.

—La primera vez no es algo que tu controles, hermanito —Isaac se sentó en el pasto admirando las frutas que crecían de los árboles—. Llegará cuando tenga que llegar. Padre dice que será cuando más lo necesites. Yo digo que será cuando tu cuerpo esté preparado.

—¿Y cómo estaría preparado tu cuerpo?

—La magia desgasta, El. Piensa en ella como una cuerda, que están jalando y jalando, hasta que se desgasta y se rompe —su hermano bufó—. Es por eso que las personas mágicas en Aaltem no viven más de cincuenta años.

Arcoíris de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora