Capítulo 20: Ludum

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Lo mejor de la boda era que al parecer podíamos despertarnos tarde. Ya era más de medio día y nadie había tocado la puerta buscándonos. Los rayos del sol se colaban por la ventana de una forma abrumadora, pero a ninguno de los dos nos importaba.

—Estoy segura de que cuando salga tendré una montaña de cartas de mi hermano­—sonreí. Sentí como el pecho de Elm se elevaba con su respiración contra mi mejilla.

— ¿Importa ahora?

—Probablemente no.

Suspiré mientras buscaba esos ojos ámbar.

— ¿Sabes que es lo que más voy a extrañar? Llevar suelto el pelo.

Las mujeres casadas, gracias a una extraña costumbre, debían llevar el pelo sujetado. Lamentablemente eso también se aplicaba a las Reinas.

—Mejor, de ese modo sólo yo te puedo ver así—hablaba con tal aire de autosuficiencia que no pude evitar picar su ego un poco.

—Que envidioso.

— ¿Yo? ¿Ahora por qué? —preguntó con aire inocente.

—Envidioso y mentiroso—aseguré.

— ¿Y?—me pellizcó en la pierna—. Tú eres una cosita cruel e igual de mentirosa. Estamos hechos uno para el otro.

Cierto. Lo besé antes de levantarme rápidamente. El estar desnuda me produjo escalofríos antes de que tomara uno de los vestidos del ropero. Elm me gruñó desde la cama.

— Pensé que nos quedaríamos aquí todo el día—reprochó.

—Vamos, esposo. Tenemos un reino que gobernar y otros dos por conquistar—me crucé de brazos e hice una mueca—. Claro que sigue sin gustarme esa idea de conquistar.

Elm caminó hacia donde estaba parada y acarició la cicatriz que ambos compartíamos en el hombro: la flecha que los soldados de Marc me habían lanzado cuando huíamos. La caricia envió un escalofrió por mi cuerpo y Elm me miró pícaramente, como si supiera exactamente lo que estaba provocando. Alcé los brazos exasperada al cielo antes de tocar la campana para llamar a las doncellas, que llegaron corriendo como si hubieran esperado mi llamada durante todo el día. Elm, por su parte, se vistió rápidamente con un jubón sencillo y salió de la habitación, no sin antes darme un beso en la frente, lo que produjo varios suspiros de mis doncellas.

Me ayudaron a ponerme el vestido y casi cuando estaban a punto de acabar Sephira llegó con una taza en una bandeja, abrió la puerta como si fuera su propio cuarto.

—Estaba a punto de tirar yo misma la puerta y despegarlos de la cama a la fuerza—gruñó la chica—. Se supone que el té debe tomarse antes de las veinticuatro horas, en caso contrario adiós esperanzas y hola bebé, y no creo que eso te guste mucho—me hizo una seña—. Anda, tómalo—por eso me gustaba, sólo Sephira podría atreverse a ordenar a una Reina.

Mientras me terminaba de tomar el té me dirigí a la sala del consejo, donde se guardaban las cartas. El lugar estaba vacio, lo que me agrado. No tenía ganas de lidiar con nobles enojados. Leí varias de las cartas que tenían pendientes desde ayer. Dos eran de mi hermano, una me felicitaba y la otra me daba un resumen muy completo de lo que sucedía en Aaltem. Al parecer el problema de la comida se estaba resolviendo poco a poco; gracias a nuestros escasos conocimientos de la otra vida habíamos ordenado que la actividad de la agricultura se llevara a cabo en Ferabes, donde estaba el volcán Alyssa. Todos los nobles habían quedado sorprendidos con los resultados.

Su carta también decía que el grupo de rebeldes que nos había ayudado estaba satisfecho con los premios que les habíamos dado. No esperaba que fuera de otra forma; la líder—esa mujer molesta—recibió al final un castillo entero de una de las familias que había desaparecido completamente después del ataque de Tecch.

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now