Capítulo 31: Alianza

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Tener a Marcus Relancio fue un gran cambio para nosotros; nuestros soldados estaban más alegres, y festejaban con mayor ahínco cada noche en la que recorríamos los ambientes desiertos de Tecch. La jaula del Rey era pequeña, y tenía tantas cadenas que tintineaban ruidosamente cada que el carruaje se movía. Lo habían despojado de su armadura dorada y de su capa azul, dejándolo vestido con un camisón de cuero y con unos pantalones oscuros del mismo material. En los festejos él era el que se llevaba la peor parte, ya que los soldados aprovechaban cada oportunidad para humillarlo en frente de los otros prisioneros.

Lo que más me sorprendía era la cara impasible con la que Marc aceptaba las humillaciones: cerraba los ojos mientras lo arrastraban por el lodo y no decía ni una palabra cuando los hombres lo tentaban con amenazas. Su silencio me hacía recordar el canto que los soldados de Tecch habían repetido mientras cargaban el cuerpo de mi hermana por el castillo de Aaltem:

Bajo los tejos que los cobijan

están los búhos en hilera,

como unos dioses extraños

Fijan sus ojos. Meditan.

Una noche, cuando pasé en frente de su jaula con Lay siguiéndome los pasos, escuché su voz como un murmullo en mi cabeza: Princesa. Princesa. Princesa. Al principio intenté ignorarlo, pero Marc había descubierto que su voz en mi cabeza me molestaba, y no paró de hacerlo durante todo el día. Finalmente me decidí a darle la cara en la noche.

— ¿Cómo lo estás haciendo? —pregunté con los dientes apretados—. Tú no tienes magia. ¿Cómo es que no puedo dejar de oír tu voz en la cabeza?

— ¿Quién sabe? —hizo una mueca, como si se estuviera burlando de mí. ¡Y eso que él era el prisionero!—. Que no pueda utilizar magia no significa que no sepa cómo funciona, princesa.

—Ya no soy una princesa, Relancio. Deberías saberlo.

—Ah, ¿no? Me pregunto qué hará Edmund Malgore cuando acabe la guerra —se inclinó hacia atrás satisfecho con las palabras que acababa de decir—. Tal vez deje ir a los cinco reinos y te deje a ti siendo Reina de todo Erasas. Suena como él, ¿verdad? —el hombre se estaba burlando de mí, lo sabía. Pero lo que dice es verdad —. Y tú querida bestia... Ya no es tan querida, ¿verdad?

Su voz en mi mente repitió las preguntas una y otra vez, como si una fuera el eco de la otra. ¿Verdad? ¿Verdad?

— ¿Y por qué debería responderle a un prisionero?

Marc sonrió y me miró como si estuviera un poco decepcionado.

—No necesitas responderme nada, princesa. Yo ya lo sé todo.

—Si lo sabes todo, ¿entonces por qué te atrapamos? ¿Por qué no pudiste atraparnos a mí y a mi hermano cuando éramos mendigos buscando quien nos ayudara?

Él soltó una carcajada y me miró de nuevo como si estuviera decepcionado.

—Pensé que serías más lista, cariño. ¿Me equivoqué contigo? —por un momento no supe de que hablaba, pero luego recordé nuestros primeros días después de la boda de mi hermana.

—Ah, se me había olvidado —murmuré—. Fuiste tú quien le dijo a los rebeldes que iríamos en algún momento a conseguir material para pintarme el cabello —su expresión satisfecha me hizo sentir un poco de orgullo en mi pecho—. Lo pude adivinar en seguida; dar tu nombre al revés y omitir una letra no fue muy original que digamos. ¿Por qué lo hiciste?

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now