Capítulo 13: Ada

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—Escuché que alguien estaba en problemas, y vine corriendo. No me gusta ver como las mujeres son subestimadas y estaba dispuesta a defenderte, pero luego me di cuenta de que podías hacerlo tú sola, y estaba a punto de irme cuando oí que eras Áine Acacio. ¡La princesa! Debería agradecerle al buen oído que tenemos los cazadores, si no no habría escuchado la conversación—se detuvo para tomar aire y me miró como disculpándose, apartándose lo poco que tenia de cabello de la cara—. ¡Perdón! Es que estoy emocionada. ¡Por fin te conozco, prima!

—¿Prima?—no comprendía nada.

Ella se detuvo en su relato acelerado y me puso ojos de lastima, supe desde entonces que, a pesar de que no nos conociéramos, para ella yo ya significaba algo.

—No te dijeron, ¿cierto?—apretó los labios, furiosa. Parecía como si la chica emocionada de hace dos segundos hubiera desaparecido de la faz de la tierra—. Claro que no, tu padre era de ese modo; se guardaba todo para sí mismo.

—Bueno, en eso estoy de acuerdo—me bajé del caballo para estar cara a cara con la chica, aunque fuera casi una cabeza más alta que yo. Sus ojos eran del mismo tono que su cabello—. ¿Cómo es que eres mi prima, si eres de Ferabes? ¿Mi tío...?

—Sí, tu tío—sonrió—. No sé si debería contarte esto, pero pensé que ya lo sabías. Mi padre, tu tío, se casó con la que antes era la segunda princesa de Ferabes, mi madre Serine. Murió durante el parto.

—Y todos pensaron que había sido una fiebre normal—ahora entendía, y no podía creer mi suerte.

—Pero nosotros no nos morimos de fiebre, somos cazadores—puso los tres dedos en su frente y yo hice lo mismo—. Me llamo Ada Acacio, pero prefiero que me nombren como Quindo, para mantener mi identidad en secreto.

De la familia Quindo ya solo quedaba ella y su primo que era diez años mayor y que ahora gobernaba Ferabes, tal vez por eso prefería ese apellido. Además, Quindo era un apellido exclusivo de la familia de Ferabes y... en estos momentos ser un Acacio era peligroso, sobre todo con Tecch siguiéndonos los talones.

—Entonces aún queda familia Acacio—dije satisfecha. Tal vez de ese modo podría dejarles el trabajo sucio a ellos y yo me podría ir lejos de todos los problemas con Elm.

—Pero técnicamente yo no soy Acacio—dijo ella, como si supiera mis pensamientos—. Eres la última de tu familia, al menos oficialmente—dijo ella con compasión.

Bufé de forma que ella no me oyera. ¡Demonios!

Me quedé mirándola un rato y pude descubrir que tenía mi misma nariz, tal vez incluso la misma forma de los ojos, pero afortunadamente había heredado todo lo demás de su madre.

Algunas ratas ya empezaban a dispersarse, sin encontrar lugar para disfrutar del manjar que les había propuesto. Liberé a las ratas de mi poder, no había necesidad de continuar, los hombres ya estaban más que muertos. Algunas se quedaron a comer más, completamente hipnotizadas por la comida, pero la mayoría huyó hacia la tierra, donde pertenecían.

—Es curioso—sonrió la chica, Ada—. Puedo oler tu Habilidad, puedo oler como esta se va alejando de las ratas. Huele a tierra mojada y... a algo metálico. Casi siempre huele solo a una cosa.

Hice una mueca, con los nervios de punta. No necesitaba decirme que era diferente a todos los demás, era lo que menos quería oír.

—O tal vez simplemente estas confundiendo el olor con lo que tenemos a nuestro alrededor—me aferré al caballo, dispuesta a descubrir mas cosas acerca de esta chica que se hacía llamar mi prima—. ¿No tienes una Habilidad?

—¿Yo? No. Lo único que hederé de mi padre fue el humor—su semblante se volvió serio, y por primera vez pude ver el rostro de un soldado confiable—. Estoy aquí para escoltarte, prima. Mi tío me dijo que te llevara de inmediato a Ferabes...

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now