Capítulo 36: Cadunt

81 14 4
                                    

Cuando la luna ya estaba en lo alto del cielo los invitados empezaron a dispersarse. Salí del salón con el corazón en la garganta a pesar de llevar estando esperando este día desde que comenzó la guerra. Nada puede salir mal, y si algo sale mal entonces Edmund no vivirá tanto como para regodearse.

Al llegar a mi habitación Elm aún no estaba ahí. De seguro su padre lo metió en algún lugar seguro, pensé. Un lugar donde no estorbe. Lay, sin embargo, si estaba. Estaba acostado sobre la cama como si esta fuera de su territorio, con las patas estiradas.

—Te dije que no te subieras a la cama —dije. Por momentos Lay parecía un gran perro, y esto solo se confirmó cuando dio un bostezo y me dio la espalda, dejando el suficiente espacio para que me acostara. Me senté y empecé a acariciarlo—. No es gracioso, Lay. Elm necesitará ese lugar cuando regrese —si es que regresa. Tal vez también matarían a Lay, aunque no creía que fueran tan valientes como para matar a un león adulto. Tal vez solo lo dejarían libre en el bosque—. Lay, si en algún momento hueles mi sangre necesito que busques a Brais y que te vayas con él, ¿sí? Arrástralo, si es necesario.

El león giró la cabeza para observarme con sus ojos negros, por mi Habilidad supe que no estaba feliz con la idea de que muriera, pero aun así cumpliría mis órdenes sin pensarlo dos veces. Fue entonces cuando tuve la idea. Si lo podía hacer con Marcus, ¿por qué no conmigo misma? Sería divertido ir como león en todo Erasas, corriendo, cazando. Incluso podría ir con Ada para ser su compañera de caza, sin duda sería muy divertido. Aun así, no sabía si podría hacerlo dos veces el mismo día. La transformación me había dejado muy mal; había tardado casi dos horas en quitarme la sangre que había corrido por mis oídos y que no paraba de salir, tanto que por un momento temí haber roto algo dentro de mi cabeza. Otro hechizo parecido en tan poco tiempo de seguro me mataría.

Lay se irguió de repente, olisqueando con su nariz el aire a nuestro alrededor. Se bajó de la cama enseguida y se puso delante de la puerta, gruñendo. Yo también me levante y me asomé por la ventana, a fuera había aun algunos cantos de victoria, pero dentro del castillo ya no se alcanzaba a escuchar nada. La matanza ha comenzado.

Apreté los labios. Era tan parecido a la de aquella vez. Poco a poco los últimos momentos de los muertos fueron rozando mi Habilidad como una triste canción. La anterior vez ese sonido era lo que me había despertado de mi sueño, ahora fue lo que me distrajo de los pasos a fuera de mi habitación.

Vamos, Edmund. Muestra tus cartas para que yo pueda mostrar las mías.

El que entró al cuarto, sin embargo, fue Aren Alou. Su expresión preocupada era casi creíble, si no fuera por el brillo malicioso de sus ojos. Ni si quiera se dignó a hacerme una reverencia—una clara señal de que sus lealtades habían cambiado— y se dirigió directamente a mí, tomándome del brazo con rudeza.

—Tenemos que irnos, Su Majestad.

— ¿Por qué? ¿Qué está pasando? —demandé.

Aren empezó a salir de la habitación casi corriendo, con una mano en la empuñadura de su espada y otra fuertemente enrollada en mi brazo. Los dos sabíamos perfectamente que no podría liberarme si forcejeaba. Lay nos seguía desde atrás, sus ojos brillando con desconfianza mientras observaba al hombre.

—Usted y su hermano han sido acusados de traición en contra de Ignis —explicó Aren—. Tengo que sacarla de aquí antes de que el ejército del dragón la alcance para arrastrarla.

Y antes de que el mío lo haga también, por lo que veo. Y, ah, resulta que Edmund había mostrado una de sus extrañas jugadas inteligentes, inmovilizando a mi hermano antes de que tuviera la oportunidad de escapar. Aun así estaba segura de que no acabaría con él hasta que terminara conmigo.

Arcoíris de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora