Capítulo 26: Plata (I)

94 13 23
                                    


El tiempo pasaba demasiado rápido, y la guerra seguía. La gente seguía muriendo y el Rey de Ignis esperaba el momento para matarnos a mí y a mi hermano.

El cambio más grande, sin embargo, era que mi barriga ahora estaba gigante. Que fueran gemelos solo hacía que todo se multiplicara por dos. Ya ni siquiera podía caminar unos cuantos pasos sin caer rendida en los brazos de Elm, que no pasaba tanto tiempo conmigo como me gustaría.

La guerra estaba en el mismo punto; no íbamos ganando pero Tecch tampoco. Casi todas las batallas las habíamos ganado nosotros, pero en todas habíamos perdido un dragón. Al parecer la lluvia debilitaba las escamas de serpiente de los dragones lo que solo los hacía blancos más fáciles para las lanzas gigantes. Mil soldados muertos no podían remplazar a un dragón caído, pero Edmund se negaba a ver eso, para él la guerra la estábamos ganando, avanzando poco a poco pero con seguridad.

Y de ese modo llegamos a invierno; había pasado un año desde que Tecch arrasó con Aaltem en busca del trono de mi padre. En Aaltem si se notaba el cambio de temperatura, aunque nunca había llegado a nevar. En Tecch, sin embargo, el calor no dejaba de existir en esta época del año.

A mí me parecía muy raro por fin llegar a los dieciocho años, al menos en cuerpo. Si hubiese estado en mi mundo ya habría sacado mi credencial para votar, y probablemente me habría ido a un bar con mis amigas a festejar. En este mundo, tristemente, me la pasé en el catre que estaba en nuestra tienda, demasiado cansada como para caminar. Mi enorme barriga ya ni siquiera me dejaba sentarme con tranquilidad en una silla.

Elm estaba a mi lado, disfrutando de ese día sin obligaciones; era un día para los dos solos.

—Creo que ya es hora de la comida, Ai—miró con los ojos entrecerrados hacia afuera, a pesar de que no se alcanzaba a ver nada gracias a la tela.

—La verdad es que no quiero levantarme de aquí—reproché. Aún recuerdo esos momentos felices antes de la tragedia. Si todo hubiera seguido así...

—Puedo decirle a los criados que traigan algo—Elm me miró muy seriamente, como si estuviéramos platicando de decisiones para la guerra—. ¿Qué se te antoja?

Lo pensé un poco antes de sonreír, burlona.

—Se me antoja una Maruchan.

Elm alzó las cejas por un momento, sin comprender de lo que hablaba, antes de echarse a reír.

—Bueno, querida esposa, creo que ese alimento aún no se inventa en este mundo.

Me crucé de brazos.

—Tal vez deberíamos inventarlo nosotros.

—Entonces mientras conseguimos un laboratorio adecuado para nuestros experimentos, ¿qué te gustaría comer?

Suspiré derrotada.

—Unas uvas—dije—. De cualquier forma las criadas vendrán con el hígado al rato.

Desde que el Rey de Ignis había descubierto que no me gustaba comer carne se había empeñado en poner dicho material en todas mis comidas, argumentando que quería que su nieto creciera fuerte y sano.

Elm asintió, pero se quedó sentado a mi lado en el catre. Tenía una mano en mi barriga donde a veces los gemelos pateaban con euforia por nacer. Pero no era el momento todavía; aún faltaba un mes.

— ¿Cómo crees que deberíamos llamarlos? —preguntó al cabo de un rato.

—Aún no sabemos si son dos niños o dos niñas.

—O un niño y una niña—Elm suspiró—. Ai, cuando falte un mes te enviaré a Ferabes, lejos de la guerra. Ahí estarás segura.

— ¿A Ferabes? ¿Por qué no a Aaltem?

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now