Capítulo 3: Bellum (II)

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Mi padre me interrumpió cuando estaban acomodando el carruaje para partir, iba vestido con un fino traje para montar y tenía el escudo de nuestra casa sobre el pecho, a su lado iba un caballero tan alto y tan imponente como él.

—Áine, este caballero es Erso Loset, será tu guardia de hoy en adelante.

Era un hombre de unos veinte años, increíblemente fuerte y alto. Tenía cicatrices en las manos y en los brazos, y su piel estaba quemada y maltratada por el sol, lo cual delataba una vida de campesino.

—Ser Erso—lo miré a los ojos, intentado deducir si sería frío o amable conmigo.

Pero él ni siquiera se inmutó. Sacó una rosa blanca de su armadura—que brillaba con el sol de la mañana—y me la acomodó en el pelo trenzado.

—No se asuste, pequeña. Su vida no terminará hasta que termine la mía. Juro que le serviré hasta que de mi último aliento en este mundo.

Si él fuera inmortal esa oración me habría tranquilizado, pero era un hombre común y corriente, con una armadura de metal gruesa y brillante. Podía morir en cualquier momento.

Yo también tenía algún tipo de armadura, una cota de malla que me cubría el pecho, el estómago, parte del cuello y los brazos, arriba me había puesto un jubón de cuero y un pantalón para montar. De seguro esas cosas podían salvarme la vida, pero eran muy incomodas; la cota de malla pesaba sobre mi pequeño cuerpo y el jubón estaba tan apretado que no podía respirar con tranquilidad, seguro parecía un pequeño oso. La única cosa bonita de la vestimenta era el fénix de metal que estaba grabado en el jubón de cuero y que ayudaba como otra armadura.

Ser Erso incluso me tendió una mano cuando subí al carruaje, mi hermano Brais subió unos pocos segundos después, mientras se frotaba el sudor en los pantalones con tanta fuerza que parecía que en algún momento los pantalones se romperían. El chico, Altar, vendría con nosotros en el mismo carruaje, y cuando lo vi entrar tuve que contener un suspiro. Brais, sin embargo, ni se dio cuenta, tenía la cara pálida.

Me hubiera gustado poder consolarlo, pero yo también intentaba dejar de imaginarme modos horribles de morir. ¿Las llamas de dragón te quemarían en un instante, sin que te dieras cuenta? ¿Cómo las bombas? Era absurdo, claro, sólo había ningún dragón de fuego en la familia real de Ignis por el momento, pero aun así tenían esos grandes dientes... ¿Qué era mejor? ¿Ser devorada o quemada?

Quemada, definitivamente quemada.

Incluso los bardos podrían componer canciones acerca de como mi pelo de fuego se prendía en fuego... Yo de seguro me hubiera reído con esa canción.

El carruaje se empezó a mover, y Brais soltó un gemido mientras se agarraba con fuerza a las paredes. Altar ni siquiera se había dado cuenta y ya empezaba a dormirse, cerró los ojos y empezó a musitar una oración silenciosa, le dejé de prestar atención después de unos momentos e intenté concentrarme en el paisaje, era la primera vez que salíamos del castillo.

La princesa de fénix

Empezó a sentir

En su traje de cuero

Una escala de fuego

Si, sería un buen comienzo para la canción. O quien sabe, nunca había sido buena en eso.

Me distraje, el paisaje había cambiado bruscamente y ahora estábamos en el pueblo, había casas de concreto con techos de color rojo, unas incluso tenían balcones pintados del mismo color y una iglesia demasiado alta como para ser de una época muy antigua, incluso el piso era de concreto, y cada loseta tenia grabado las tres líneas de Tera, Cele y Fero. La ciudad tenía toda la pinta de la época colonial. También había gente caminando. ¡El pueblo de Aaltem! Ahí estaban los que se encargarían de mi destrucción o de mi triunfo.

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