Capítulo 38: Oda (II)

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Lay soltó la mano del último soldado del lugar con un gemido, totalmente decepcionado de que no pudiese comerse al hombre ahí mismo. Se lamió su mandíbula llena de sangre antes de caminar a mi lado a paso lento, disfrutando como toda la habitación ponía ojos temerosos ante él.

—Decían que los Reyes de Erasas eran como dioses. Veo que tenían razón—el Señor de Irisa alzó su cabeza para mirarme. Elm, a mi lado, se puso tenso ante el escrutinio del hombre. Yo, sin embargo, simplemente lo miré con una mueca cruel.

— ¿Por qué regresaste? Sabías perfectamente lo que iba a pesar cuando pisaras Erasas de nuevo —Brais fue el primero en hablar. Apuntaba su espada ensangrentada al cuello del hombre.

— ¿Lo sabía? Sí, lo sabía. Tal vez quería que sucediera— el Señor frunció el ceño, completamente inundado en su derrota y con una iluminación melancólica en sus ojos—. Ustedes me matarían de cualquier modo y Macera lo haría también, a su tiempo. O tal vez me habrían convertido en un esclavo. ¿Quién sabe? ¿Usted lo sabía, Su Majestad? En Macera nos llaman Prodigios y nos esclavizan como animales de ganado.

—Nosotros no te obligamos a irte —dije.

Elm había prendido en llamas toda la circunferencia de la isla, evitando que cualquier barco o persona saliera una vez que el ataque había comenzado. Ahora las llamas alcanzaban la primera parte de la ciudad e iluminaban con mayor intensidad el castillo donde nos encontrábamos. Le gente intentaba apagar el fuego con agua del mar, solo para darse cuenta de que el fuego de dragón no se apagaba fácilmente.

Mi trabajo, sin embargo, había sido distraer a los magos que se habían encontrado en la cima del castillo invocando la lluvia que ya había empezado a odiar. Había sido un trabajo difícil, ya que esos magos sabían perfectamente como esquivar cualquier magia proveniente de Erasas. Habían estado tan distraídos con mis fuertes ataques que no se percataron del pequeño ejército liderado por mi hermano hasta que fue demasiado tarde. Defender un castillo siempre será más fácil que atacarlo, había dicho mi padre de este mundo alguna vez cuando éramos niños, por lo que nuestra ofensiva había sido brutal, provocando que Irisa cayera en menos de un día.

—No, no lo hicieron —esta vez se giró para observar la cara impasible de mi hermano—. Apunta bien, Acacio. Y cuando Macera llegue recuerda que yo huí de ellos por una razón.

Mi hermano apuntó bien, y la cabeza del hombre estaba rodando en el suelo un segundo después.

Los soldados presentes soltaron un grito de victoria y alzaron sus espadas, aclamando nuestro nombre. ¿Cuántas veces ya he escuchado esto? Me alejé de Elm para abrazar a mi hermano, orgullosa de que estuviera bien. Él me miró desde arriba y me dio un beso en la frente antes de alejarse a felicitar a sus soldados.

Yo me dispuse a irme a un lugar más tranquilo para poder administrar el castillo ahora que era nuestro, pero Elm se puso a mi lado e interrumpió mi propósito. Se quedó un rato en silencio mientras caminábamos por los pasillos.

—Te ves bien en pantalones —dijo finalmente. Ahora que no había nadie que me impidiera estar en el campo de batalla había mandado a diseñar unos pantalones y un jubón de cuero especiales para la zona bélica. En mi pecho, como en el de Elm y el de Brais relucía el broche que tenían todos aquellos que formaban parte de un apenas estrenado parlamento; un circulo con todos los animales de lo que eran las principales familias de Erasas.

—Ya me habías visto en pantalones antes —dije yo con una leve molestia. Elm hizo una mueca, visiblemente incomodado por mi tono.

—Ai, mira —caminé más rápido, con la intención de alejarme de él—. ¡No me dejaste explicarme aquella vez! ¡Lo siento, en serio!

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now