Especial I

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Una de las mejores cosas de renacer con tus recuerdos era que, al parecer, todos pensaban que eras un niño genio.

Brais había estado inseguro en un principio acerca de cómo comportarse. No recordaba nada de su época como bebé de su primera vida, y ciertamente no sabía cómo comportarse como uno, siendo hijo único. Así que lo único que podía hacer era observar cuidadosamente a su hermana gemela, así cuando ella empezó a gatear él la siguió poco después, y cuando empezó a caminar él esperó unos cuantos días antes de empezar a caminar también.

Así que ahí estaba, parado en sus piernas regordetas mientras intentaba sostenerse de los barrotes de la cuna mientras las criadas alababan lo inteligentes que eran por aprender a caminar a los ocho meses. Su gemela estaba sentada a su lado, con su cara mirando a los presentes con repugnancia. Y Brais la entendía: estar todo el día en la cuna era aburrido. Además, en este mundo existía la magia y él quería ser testigo de ella ahora mismo, cosa que no podía suceder encerrado en el cuarto.

Lo peor de todo, sin embargo, era el hecho de que él era el príncipe heredero de un reino. Y es que de solo imaginarse las responsabilidades... solo entonces Brais se alegraba de ser un bebé. Bueno, no, había muchas cosas buenas en ser un bebé.

Lo mejor de todo era su hermana gemela. Brais ya había estado consiente cuando ella abrió los ojos por primera vez, absorbiendo con ojos azules todo el cuarto como si se tratara de una esponja. Casi se sentía como un hermano mayor cuando le pasaba el peluche para que dejara de llorar— y es que no había oído nunca sonido más fuerte, feo y desgarrador. ¿Cómo un bebé podía llorar de esa forma? — hasta que en uno de esos momentos casi terminó asfixiándola sin querer, cosa que pareció enojarle demasiado a su hermana, ya que había dejado de llorar y le había lanzado el peluche a la cara, con toda la fuerza que un bebé podía tener. Lo bebes no olvidan.

Un día, mientras su nueva mamá los arrullaba como lo hacía todas las tardes. Áine se puso muy seria, le dio unos golpecitos en el brazo a la Reina y abrió la boca:

—Mamá —dijo. Los tres se quedaron un rato en silencio, demasiados sorprendidos como para hacer otra cosa y entonces su madre sonrió orgullosa—. Mamá. Mamá—siguió diciendo su hermana, era claro que disfrutaba ser el centro de atención.

—Mamá —gritó Brais entonces, dispuesto a no quedarse atrás. Áine le mandó una mirada de reproche y él sonrió, travieso—. Ine—la señaló.

Su hermana se le quedó mirando un momento y sonrió malévolamente. Se señaló a sí misma.

—Ine —lo señaló a él—. Wais.

Brais casi se echó a reír por la pronunciación de la erre, eso hasta que intentó pronunciarla él mismo. Sí, aún falta mucho para aprender. Así se pasaron el resto del día, señalando cosas y nombrándolas. Todos en el cuarto los miraban sorprendidos, tanto que Brais se preocupó. ¿No era normal para un bebé hacer esto? Su hermana parecía hacerlo sin problema. Tal vez ella si es una bebé genio, pensó, y después sólo atinó a sentirse orgulloso.



Cuando cumplieron cinco años sus sospechas ya habían sido resueltas. Su hermana sí que era un genio, y es que ni siquiera él, que había revivido con todos sus recuerdos, podía seguirle el paso.

Aprender a leer el idioma había sido fácil, al fin y al cabo no era tan diferente al español. Cuando aprendieron a leer su hermana comenzó a tomar los libros más gruesos y pesados de la estantería. Una vez se había caído por el peso de libro, cosa que Brais aprovechó para burlarse durante un buen rato, hasta que ella lo amenazó con lazarle el libro a la cabeza.

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now