Capítulo 10: Lealtad (I)

140 24 4
                                    

Cuando me desperté aun sentía el dolor en el hombro. El cielo ya no estaba oscuro, y a juzgar por la posición del sol parecían las tres de la tarde. Seguía apoyada en el tronco. Quise moverme, pero mis músculos agarrotados se llenaban de dolor al hacer un simple movimiento. Mi boca estaba tan seca que por un momento creí que estaba llena de tierra. Alguien apoyó una mano sobre la mía y supe que era Elm antes de que viera sus ojos ámbar.

—¿Estas bien?—sus ojos detonaban preocupación.

—¿Tú estás bien?—él seguía teniendo sangre en la camisa, en el hombro—. También te dio una flecha, ¿no?—parecía bien, y no me hubiera preocupado por él en condiciones normales. Sin embargo, recordaba como él había decidido curarme a mí primero.

—No—respondió, y se giró para seguir haciendo lo que fuera que estaba haciendo antes de que yo despertara.

—Pero hace rato me dijiste...

—Hace rato dijimos muchas cosas, y estoy dudando de la coherencia de muchas de ellas.

¿De que hablaba el hombre? ¿Tal vez el supresor de la bebida había contenido una droga que te hacia delirar? Y hablando del supresor... Llamé a un pájaro que estaba sobre nuestras cabezas y me alivié al notar que podía entrar fácilmente a su cerebro; el supresor ya no tenía efecto. Los caballos en los que habíamos escapado estaban a unos cuantos pasos y comían la fruta que había en los árboles.

—¿Ya pudiste transfórmate?—pregunté. Aproveché para bajarme el camisón de dormir y quitar la venda para observar detenidamente la herida. Era profunda, pero no tan grande. La flecha había entrado y salido fácilmente. Elm había hecho un buen trabajo.

—Hace dos horas. Aproveché para cazar, pero luego recordé que tú no puedes comer carne—me miró como si me estuviera probando—. Podríamos intentar buscar algunas plantas comestibles, si quieres. Pero no estoy seguro de poder identificarlas.

Mi estómago gruñó y me pregunte si sería capaz de resistir la carne cuando me estuviera muriendo de hambre.

—Yo tampoco se—miré la herida con el ceño fruncido—. ¿Crees que se vaya a infectar?

En este mundo no existían las medicinas, por lo que una herida como esta podía matarme si no recibía los cuidados necesarios. Tendría que lavármela constantemente y si podía conseguir algo de vino mucho mejor. Aunque claro, primero tendríamos que asegurarnos de que el Rey de Tecch no estuviera buscándonos por tierra y mar.

—No lo sé—contestó él—. Aquí no existen los antibióticos.

Parpadeé, confundida. Estoy alucinando. ¿Un efecto secundario de la bebida?

Pero Elm me seguía mirando como si me probara. Me recordaba a la mirada que mi maestra me daba cuando nos hacia un examen oral.

Al ver que no hablaba Elm se levantó y caminó hasta estar alejado de mí unos cuantos metros.

—Hace rato dijiste algo sobre... cloroformo.

Maldita sea. ¿Qué había dicho? ¿Había recitado la formula química? ¿Había enumerado sus propiedades? Para él debió de haber sido extraño oírme recitar todas aquellas cosas que en este mundo eran desconocidas.

—¿Cloro...? ¿Qué?—decidí fingir demencia, hasta que recordé que él había dicho la palabra antibiótico antes.

Algo que tampoco existía en este mundo.

Me quedé muda mientras lo miraba, con los ojos demasiado abiertos. No te emociones, podría haberlo visto en una de las conexiones. Algo que se te escapó sin querer...

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now