Capítulo 3: Bellum (III)

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—¿Cuántos eran? ¿Ya los tienen a todos muertos?

Mi padre daba órdenes a diestra y siniestra, como el rey que era. Yo sinceramente esperaba que no llegara el día en el que tuviera que liderar como él.

—Si, su Majestad—el hombre era el Adalid de la Guardia Real, tenía una capa morada, como todos los jefes que mi padre tenía a su servicio—. Había veinte hombres en total, diez vigilaban los al rededores y los otros diez tenían la misión de matar a los príncipes. Todos están muertos.

—Bien—mi padre le hizo un gesto para que se fuero—. Debemos seguir avanzando. Áine, quiero hablar contigo, monta a mi lado.

Brais y Altar seguían a mi lado, y ante la propuesta del rey miré a Brais encogiéndome de hombros. Ser Erso me ayudo a subir al caballo, mis cortas piernas de niña no eran suficientes para montar, por lo que debían sujetármelas en la silla. Sin embargo, controlar el caballo fue más fácil gracias a mi Habilidad. Todo el ejército se puso de nuevo en marcha mientras mi padre se quedaba a mi lado.

—¿Cómo fue controlar su mente?—me preguntó.

Terrorífico. Como si estuviera viendo una película, pero sabía que esta había sido real.

—Fue raro.

—¿Cómo fue?—repitió, y me di cuenta que quería una explicación de lo que había visto.

—Fue como si el cerebro fuera un libro. No alcance a leer todas las páginas, pero los recuerdos se repitieron en mi mente como si fueran míos.

—Ya veo—tenía una mirada pensativa—. Así que un libro, ¿eh? Cuando yo veo la mente de los demás se me presentan como pinturas en un marco.

Casi se me olvidaba que él tenía una Habilidad que también requería la mente. De repente me asaltó una duda terrible.

—Padre, ¿alguna vez has leído mi mente?—Podría haber visto lo que pensaba del reino, de las Habilidades, de quien era yo en realidad.

—No, ni a la tuya ni a la de Brais. Ni siquiera cuando eran bebés.

Esperé que mi alivio no se notara tanto. ¿Tampoco puede leer la de Brais? ¿Por qué?  Me giré para observar el silencioso carruaje de mi hermano y estiré mi Habilidad; podía notar la mente de mi hermano, brillando con la flama de la vida, pero cuando intenté meterme más profundo a sus recuerdos me encontré con un muro de hielo. Tal vez los dos nacimos con esa protección. Fruncí el ceño.

En una semana como habían calculado ya estábamos en el frente.



Cuando llegamos nos recibió un hombre del mismo tono pelirrojo que el mío. Cuando aún tenía cuatro años Salo me había hecho repetir los nombres de la familias reales y nobles hasta que me los aprendiera de memoria. El hombre que ahora tenía enfrente era el hermano menor de mi padre, mi tío. Era igual, casi una copia exacta, solo que era más robusto y mucho más alto.

Eso no pareció importar cuando después de poner sus tres dedos en la frente ante el rey los dos se dieron un abrazo que yo podría fácilmente compartir con Brais.

—Brais, Áine. Él es su tío, y está a cargo del ejército que vino desde Ferabes.

Salo me había dicho que mi tío había ido a controlar la situación en la realeza de Ferabes cuando esta se encontraba frágil después de la guerra.

—Altezas—nos hizo una reverencia—. Finalmente los conozco, ya se cantan canciones de ustedes.

Recordé la canción que había inventado en el carruaje.

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now