Capítulo 24: Congressus

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Después de la sangrienta amenaza la noticia se había recorrido por todo el castillo como pólvora; a la hora de la comida ya todo el mundo estaba enterado y cuando pasaban a mi lado me miraban con pena. Brais llegó poco después a nuestro cuarto—que aún seguía bajo investigación de los soldados de Ignis—expulsando calor como si estuviera en el mismo infierno. Nunca lo había visto tan enojado. Incluso los soldados se apartaron de su camino, y eso que ni siquiera sabían quién era.

— ¿Brais? —preguntó Elm y frunció el ceño—. ¿Qué haces aquí?

Deseé con todas mis fuerzas zarandear a mi hermano desde el otro lado de la habitación. ¡Ya tenía suficientes problemas como para lidiar con él! Mi hermano sonrió orgulloso mientras ponía una mano en su espada.

—Vengo a proteger a mi hermana.

El rostro de Elm se volvió pálido, pero se giró antes de que pudiera ver su expresión. Sus ojos ámbar solamente le prestaban atención a la sangrienta escena que nuestro enemigo había dejado.

—Tengo dos ejércitos que, se supone, ya lo hacen—mascullé de mala gana. Pero ninguno de los dos me escuchó. Buscaban por toda la habitación para encontrar una pista que yo sabía no estaría ahí. Me senté en el escrito con los brazos cruzados e hice una mueca.

No había nada. Habían recorrido todos los lugares del castillo y el bosque de los al rededores, pero los supuestos espías se habían esfumado en el aire. ¿Lo peor? Nadie vio nada. Nadie escuchó nada.

Como si yo me creyera esas mentiras.

Cuando cayó la noche ordené que todos salieran del cuarto. Las criadas ya habían limpiado toda la sangre y los soldados ya solo estaban ahí por obligación. Elm y Brais se quedaron conmigo, los tres sentados en la mesa sin decir ni una palabra. El pelo rojo de Brais estaba despeinado, y los ojos de Elm estaban rojos, como si no hubiese parpadeado mientras investigaba.

—Prometo que los mataré, hermana. Los despellejare vivos—murmuró Brais mientras apretaba los puños. Con esa expresión asesina en su rostro mi hermano daba miedo y no parecía el niño feliz con el que había crecido.

—Eso es muy oscuro para ti.

Brais se cruzó de brazos.

—No me importa.

Me levanté y caminé hacia la ventana. De noche el jardín era igual de hermoso, millones de insectos haciendo distintos sonidos. Pegué mi frente sobre el cristal y cerré los ojos mientras suspiraba.

—Lo que no debería importarnos es morir. Ya deberíamos estar muertos.

Supe que los dos me miraban muy serios, sin embargo no despegué la mirada del jardín.

— ¿Está deprimida? —preguntó mi hermano en un susurro—. Creo que está deprimida—se aclaró la garganta—. Me disculparan, pero yo no pienso morir con la tripas desparramadas en el suelo.

Lo fulminé con la mirada. Elm se hundió más en su asiento, como si quisiera estar en cualquier otro lado.

— ¡Te dije que todo esto era un mal plan!—exploté, mi furia dirigida a Elm—. En nuestro mundo al menos no amenazan a mujeres embarazadas. ¿Qué no se atreverían a hacernos daño? ¡Vaya chiste! —Lay se estremeció ante mi enfado: empezó a gemir y a lamer mi mano preocupado. Incluso yo estaba un poco sorprendida por haber alzado la voz. Definitivamente el embarazo estaba sacando lo peor de mí—. Y lo peor es que lo creí, por un momento.

Idiota. Fui una idiota.

—No pensé que llegarían a tanto—musitó Elm. ¿Quiénes Elm? ¿De quién estás hablando?

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now