Capítulo 34: Mi dulce y tierna bestia

131 13 12
                                    

Marc fue colocado en su propio cuarto una vez que el sanador dijo que las heridas se curarían. Como había dicho Elm la herida no era grave, y era claro que estaba destinada a dañarme a mí, no a Marc. Al imaginarme lo que habría pasado si Marc no hubiese estado ahí un escalofrío recorrió mi cuerpo. No podía morir. No ahora, cuando estaba ya cerca de la victoria. Y es que la guerra ya había terminado. Teníamos la capital de Tecch, ¿contra quién más podríamos pelear? La respuesta llegó inmediatamente a mi mente: aún faltaban las Islas Pétalo, y aun tenía que hacer algo al respecto acerca de la "enfermedad".

Cuando la batalla terminó a nosotros se nos encargó la tarea de colocar a todos los soldados que habían participado en los cuartos del castillo. Todo habría sido más fácil si la mitad no hubiese sido consumido por las llamas pero, bueno, ya no se podía hacer nada al respecto, por lo que terminamos colocando a todos los heridos en la planta baja y a los calabozos, mientras que todos los demás terminaron con cuartos decentes. Elm, Brais y yo teníamos cuartos en el penúltimo piso, mientras que el Rey de Ignis ya había tomado la habitación de hasta arriba —el cuarto que le correspondía al Rey de Tecch— para él. Todo el castillo tenía una pintura azul en las paredes que lo hacía ver lúgubre, como si los ancestros de Marc quisieran plasmar si escudo por todo el castillo. Aun así, el escudo del dragón dorado ya colgaba en la cima del castillo. Edmund no pierde el tiempo. En otras circunstancias habría alagado su rapidez para actuar, pero eso solo quería decir que me quedaba sin tiempo. Tenía que empezar a actuar también.

Así que cuando Elm y yo entramos a nuestro cuarto lo primero que hice fue dirigirme al escritorio a escribir una carta para mi tío en Ferabes. Elm me miró desaprobatoriamente.

—Deberías descansar —parecía derrotado, y yo intenté pensar que eso no era mi culpa. Mi esposo se quitó sus botas y se acostó en la cama. Al ver que no me movía frunció el ceño—. Ven, Ai.

Me levanté mientras suspiraba y me senté a su lado. Por un momento casi pareció como si estuviéramos de vuelta en el castillo de Aaltem, cuando éramos niños y solo teníamos que preocuparnos de no ser descubiertos por la noche. Pero ya era bastante tarde; no podía desear algo que ya no existía.

—No fue tu culpa, Elm. Lo de los niños.

— ¿Entonces de quién? —mostraba una expresión tan desoladora y algo en mi corazón se rompió.

—De nadie. Es lo que pasa en las guerras. Murieron por la misma razón por la que a Veraty le rompieron su brazo.

Por tu padre. Por tu padre. Por tu padre.

—No debería ser así —dijo. No, no debería, pero lo es.

Hubo un momento de silencio en el que yo me quedé mirando el techo. Elm me miraba a mí.

—Cuando coronen a tu padre podremos irnos por fin, Elm —era una mentira hermosa—. Nos llevaremos a Vera y a Cal al bosque donde nadie podrá encontrarnos.

Oh, pero siempre lo hacen. Aquellos que juran destruir felicidad no se cansarán hasta que la tierra llene su boca el día de su entierro.

A él le brillaron los ojos, y pude ver que también quería eso.

—Sí. Sí —parecía aliviado. Se acercó y me besó en la boca con tanto cariño y amor que por un momento me ahogué. Le devolví el beso mientras cerraba los ojos para que las lágrimas no cayeran por mi rostro. Cuando comenzó a quitarme la ropa yo lo detuve.

—Aún tenemos muchas cosas por hacer, Elm.

—Y lo haremos juntos —aseguró él—. Pero mañana... cuando las cenizas se hayan enfriado.

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now