Capítulo 4: Elmias de la casa Malgore (I)

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La cabeza me martilleaba dolorosamente. Debí de haberme desmayado en algún momento, ya que alguien me palpaba la mejilla, tratando de despertarme. Abrí los ojos, ya no estaba en el bosque escondida en el vapor, sino en una cama. Brais era el que me palpaba la mejilla con un pañuelo húmedo.

—¿Qué pasó?—murmuré con voz ronca.

Brais pareció aliviado de que me despertara.

—Te desmayaste, ser Erso te encontró y te trajo aquí. Utilizaste demasiado tu Habilidad, incluso te sangró la nariz.

Bufé mientras le quitaba el pañuelo y lo utilizaba para quitarme lo que quedaba de sangre.

—¿Dónde está Altar?

Brais se encogió de hombros.

—Como ya no hay dragones ya no tiene ningún trabajo aquí. Ya regresó a Puerta del Mar.

Puerta del Mar era el lugar donde vivían los Alou. Nunca lo había visitado, pero Salo decía que era un castillo tan grande como el nuestro, donde el mar se veía incluso desde la torre más baja. ¿Por qué nosotros no nos habíamos ido también?

—¿Qué pasó con Ignis?

Era ridículo preguntar, Brais no tenía manera de saberlo.

—No lo sé, hermana—se detuvo un momento—. Padre está muy molesto.

—¿Por qué? ¿Por ganar la guerra por él?

—Por no seguir sus órdenes.

Debería haber estado asustada, pero la cabeza me dolía horriblemente y mi cerebro no trabajaba como a mí me gustaría.

—Después pienso en eso—bostecé—. Te quedaras aquí hasta que despierte, ¿verdad?

—Sí. De la noche al amanecer.

Si hubiera sido la siempre esa conversación me habría hecho sospechar, pero a la mañana siguiente, cuando uno de los guardias de mi padre llegó para decirme que el Rey me llamaba, ya no me acordaba de ella.



—Edmund Malgore regresó a su castillo, su Majestad, al igual que su hijo. Las fuerzas de Ignis ya se están replegando, los mercenarios ya huyeron hacia Tecch o hacia Numis.

Me di cuenta de que mi padre apenas se aguantaba la sonrisa que quería llegar a sus labios.

—¿Qué hay de los soldados?

—Algunos se están rindiendo, otros siguen luchando en el frente, pero es solo cuestión de tiempo para que caigan.

—Bien—mi padre se reclinó satisfecho en su asiento—. Maten a todo aquel que no doble la rodilla. La guerra ya está ganada.

Por lo menos no ordenaba que los mataran a todos sin piedad.

La carpa de mi padre era la más grande del campamento, tenía una mesa con un mapa que abarcaba Aaltem e Ignis, a un lado había una tina y su espada reposaba en una de las patas de la cama.

El Adalid hizo una reverencia y salió de la carpa.

Mi padre puso toda su atención en mí. Mentiría si dijera que no me daba miedo con esa mirada fulminante.

—Ven, Áine. Acércate.

Me acerqué lentamente, sabiendo lo que haría cuando llegara. Mi pensamiento no erró y antes de que me diera cuenta sentí el golpe en mi mejilla. Me llevé la mano a la zona afectada que, supuse, ya se estaría poniendo roja. Mi cabeza ya empezaba a dar vueltas.

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now