Capítulo 1: Áine

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¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa

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¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar,

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de mayo,

o perderse en el viento sobre el trueno del mar.


Sonatina- Rubén Darío

.-.-.-.-.-.-.

El techo arriba mío era alto, estaba hecho de piedra gris y por un momento me dio la impresión de que se parecía al diseño de una iglesia, solo que no había la típica pintura de ángeles sonrientes con arpas, felices de estar en un paraíso y no en el infierno.

Todo era borroso, como si se estuviera difuminando en el aire. Parpadeé, confundida. Tal vez el accidente me había dejado tan aturdida que hasta mi vista había salido afectada. El cuerpo tendría que dolerme por el impacto del vehículo, sin embargo, nada me molestaba, e incluso se sentía bien, como si lo hubieran cargado de energía. ¿Estoy en un hospital? 

Giré la cabeza; a mi izquierda había unos barrotes de madera que al principio en mi confusión no supe porque estaban ahí. A mi derecha estaba un bebé, debía de tener poco tiempo de nacido, su pelo era mínimo, y lo que tenía era de color rojo. Tenía sus ojos abiertos y también me miraba, sonrió y estiró la mano para tratar de alcanzarme. Fue entonces cuando me invadió una corazonada extraña. De esas que te dicen que te estas hundiendo en un pozo sin fin.

Estiré mis propias manos. Unas manos de bebé se pusieron delante de mis ojos, rosaditas y pequeñas.

Las manos de un recién nacido.

Tienes que estar jodiendome...

Acaricié mi cuerpo y mi cara, todo era pequeño, diminuto.

Me tapé los ojos con mis manos y deseé poder darme un golpe contra la pared para acabar con mi miseria.

Había muerto, ya estaba claro. Mi cuerpo no era el de Superman para soportar algo así, y el camión me había matado con mucha rapidez como para que yo me diera cuenta. Había renacido, también estaba claro. Era la única explicación a por que tenía el cuerpo de un bebé. El problema era que había renacido con mis recuerdos. ¡Qué cosa! No me importaba morir ni renacer, pero al menos se hubieran tomado la molestia de quitarme mis recuerdos.

Intenté levantarme para caer de la cuna y rehacer el proceso correctamente, pero mis manos no aguantaban mi peso y mis piernas menos. Intenté rodar, pero lo único que logré hacer fue chocar con quien supuse sería mi hermano gemelo, que se puso a gemir cuando lo aplasté.

Arcoíris de FuegoWhere stories live. Discover now