Ariel no estaba a la altura de las circunstancias, pero ese chico ya le estaba causando algo de repugnancia, deseaba a Julieta. Lo pudo percibir en la posesión de su mirada para con ella. La repulsión recorrió el interior de su cuerpo.

Como nadie dijo nada, y Ariel se acercó en señal protectora, la situación no pasó a mayores y, además, Conrado les había echado un ojo en cuanto se dio cuenta de que las ahora enemigas se habían cruzado, y temía otro arranque de gatas. Pero, por suerte, nada de
eso pasó.

En cambio, las miradas de todo el colegio se posaron sobre Julieta, incrédulas, y sobre Ariel, expectantes e interesadas.

Se sintió totalmente incómoda. No era la primera vez que todos observaban. Pero era la segunda que llamaba la atención sin querer.

—Todos nos están mirando —reconoció Ariel mientras avanzaban por los pasillos. Él también era consciente de que llamaron la atención de los alumnos—. No entiendo por qué tienen que vernos así.

—Tal vez por lo que ocurrió el otro día con Carolina —tentó Julieta encogiéndose de hombros. Parecía que eso había ocurrido hacía muchísimo tiempo. «O tal vez porque ven al chico más llamativo del instituto con la viuda», pensó haciendo una disimulada mueca que expresaba su más cruenta angustia al «qué dirán» del colegio entero. Ellos entraron «juntos».

Carlos, el profesor de música ya se encontraba dentro del aula.

—Buenas noches —saludó en tono sarcástico, observándolos desdeñoso, detestaba que los alumnos entraran a la hora que se les antojara.

—Ah... no es tan tarde. Entramos antes de que suene la campana —se quejó el adolescente señalando hacia afuera con la carpeta negra que llevaba en su mano.

—La campana sonó hace cinco minutos, Lestelle. Ubíquense en sus lugares. Julieta, tengo órdenes de Dirección de cambiarte de asiento. Así que...

Julieta se quedó parada en medio del aula mientras todos se la comían con los ojos. Era una decisión razonable por parte de la Directora. Muchos se preguntaban con quién se sentaría a partir de ese momento. Carolina la miró de forma fría, tanto que rozaba la indiferencia. Los demás esperaban la decisión final del profe de música.

—Lucas, volá de ahí, y vos Julieta, ocupa ese lugar.

Al avanzar por los corredores hasta su nuevo sitio, se hizo eco un murmullo de las chicas. Solo llegaba a escuchar su nombre y el de Ariel, y su «relación» de a ratos. Seguramente, aunque le costara reconocerlo, estarían preguntándose si ellos dos saldrían, si ya se habría olvidado de Sergio, y todas las conjeturas que acarreaba verlos entrar al colegio.

Cuando pasó el momento inicial, todos los alumnos repararon en que Carlos dejaba sobre el escritorio varios instrumentos musicales, algunos de apariencia rústica, hechos a mano, y otros de metal. La clase fue calmando naturalmente su alboroto cotidiano, con curiosidad, hacia aquello. Muy pocas veces el profesor de música hacía de sus clases una obra de didáctica magna. Por eso a todos les resultó extraño.

—¿Y esos instrumentos? —preguntó un chico del fondo.

—Instrumentos musicales de viento —respondió Carlos.

—¿Vamos a tocar la flauta...? —Fernando ya se esperaba clases prácticas que a nadie le gustaban. Y suspiró. En el colegio muchas veces tenían la idea de formar una orquesta de alumnos, pero nunca se había conseguido algo semejante.

—No, no vamos a tocar la flauta, Flores. Estos son algunos instrumentos típicos de algunas comunidades de nuestro país. Vamos a conocer un poco más acerca de la música de los pueblos originarios. ¿Qué me dicen?, y traje, además, instrumentos clásicos de orquesta sinfónica para que comparemos. ¿Algo qué decir?

© Tardes de Olvido [En Librerías]Where stories live. Discover now