—Lo que escuchaste. Yo cuido lo que era de mi amigo. Te voy a estar vigilando de cerca y otra cosa, espero que no estés indagando sobre mí. Porque lamento decirte que poco podés hacer, te advertí que nadie puede hacerme nada en la zona.

Julieta tembló. Ese chico era una pesadilla ¿Cómo podía sacárselo de encima? Respondió con un largo silencio. Y finalmente cortó el teléfono para no escuchar más su horripilante voz. Lo apretó imaginando que era el cuello de ese idiota. ¿Qué tan peligroso podía ser?, ¿a dónde quería llegar? La cabeza le daba mil vueltas. Había sido un error haber ido aquella vez cuando pasó lo del tren. Aunque supuso que él buscaría la forma de acercarse a ella de cualquier manera.

Golpeó la puerta del escritorio de su padre, y con rapidez le entregó el teléfono. Ignacio notó que estaba nerviosa.

—¿Qué tenés, hijita?

—Nada, papá. No te preocupes. Tus alumnos están mirándonos —dijo sin mucha convicción, escabulléndose a su habitación antes de que su padre pudiera decirle algo más o ver su semblante alterado.

No podía esperar al viernes para poder ver a Ariel. Cualquier situación era mejor que pensar en el otro sátrapa. Y el viernes llegó después de mucho tiempo, porque mientras más lo pensaba, más lento parecían que corrían las horas del reloj de la cocina.

Lamentablemente Julieta había tenido que inventar otra excusa para salir de su casa sin que sospecharan sus padres. Se había llevado las carpetas para decir que se juntaba con Lourdes y Faustina a hacer deberes. Pensar que antes, cuando salía con Sergio, solamente hacían deberes ellos dos y Carolina, y ahora necesitaba mentir para poder tener una vida relativamente normal.

Sonrió para sí misma con ironía. ¿Normal? ¿Acaso era normal tener que mirar para atrás a cada rato para ver que Leonel Barret no la siguiera, y que además no supiera qué era lo que le pasaba con ella? Por Dios.

Sus pasos estaban bastante más apurados que su conciencia. Casi sentía que podía volar por la prisa que llevaba, prisa por verlo, prisa por estar cerca. Sabía que esto no estaba bien.

Al ver el edificio de la estación de trenes, quiso dar marcha atrás a todo aquello. No estaba capacitada para enfrentar ese miedo tan grande que le carcomía el alma. Ariel tenía razón. Solo asociar el tren con la muerte de Sergio le erizó los vellos de todo el cuerpo y le puso los nervios en alerta. No, definitivamente no quería subirse a un tren, ni siquiera verlo. Volvería a recluirse en su casa. Estaba a tiempo, miró a su alrededor, él todavía no había llegado, o ya estaba dentro del andén y no la vería. Volvió sobre sus propios pasos y redobló la velocidad.

—¡Julieta! —oyó un poco más atrás que ella. No quiso mirar. Ariel la llamaba, pero sencillamente no podía enfrentar la situación—. ¡Julieta! —volvió a gritar él.

Era como un deja vú, como aquella vez en el bosque, una mano que se cerró sobre la de ella. Paralizándola. La corriente eléctrica desatada al contacto la estremeció sofocándola, incluso se sintió desfallecer. Ni siquiera con Sergio recordaba semejante emoción.

—¡No te vayas! —le dijo, al igual que aquella vez.

Julieta tragó saliva. Y dos gruesas lágrimas se escaparon de sus ojos. Se iba a enfrentar a sus ojos grises. Lo vería a la cara, consciente ahora mismo de todo lo que le pasaba con él. Y todo lo que significaba él. La respiración y el corazón se le aceleraron, reconoció que no era por su fobia. Sino por su causa.

Negó con la cabeza, muy quieta.

—Estamos a un paso muy pequeño. Ya llegaste hasta acá, y eso es muy importante —continuó diciendo, imperceptible de lo que a Julieta le estaba pasando en realidad.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Where stories live. Discover now