—¿Julieta? ¿Qué pasa, no estudiaste? —preguntó la docente, con bastante más impaciencia que ella.

Julieta observó a la clase que la miraba también, aunque algunos estaban en sus propios asuntos. Fernando le guiñó un ojo en señal de apoyo. Juanito se dormía.

—Si me permite. Yo podría ayudar a la compañera —habló una voz masculina, desde el fondo del aula.

La docente escrutó la mirada en dirección al banco de Sergio, que ocupaba ahora, Ariel.

Increíble.

La vergüenza de la adolescente, se hizo más que evidente. Y todos comenzaron a musitar, puesto que había emitido un sonido el chico lindo de La Inmaculada. ¡Y para ayudarla a ella!

Como la profesora no acotó en contra, Ariel se puso de pie, introdujo sus manos en los bolsillos del pantalón, y elegantemente caminó entre los pupitres. Bajo la admiración de las chicas. Fue como si el David de Miguel Ángel de pronto hubiese cobrado vida. Dejando a su paso una leve estela de colonia, que las hizo enloquecer a todas.

Julieta se quedó sin aliento en su cuerpo. Y su rubor se hizo completamente incuestionable a la vista de todos. Últimamente, no podía controlar sus emociones. Nadie lo creyó. Julieta Fellon, la novia de Sergio Robles. Ruborizada al extremo por otro chico. Incluso, Caro se puso nerviosa a medida que él se acercaba.

Tomó la tiza de la mano de Julieta rozándole suavemente los dedos, y sin prestar atención a nadie en particular, comenzó a escribir. La profesora estaba bastante abrumada también con la imponencia de ese chico gigante, de mirada dura. Desbordaba una aparente confianza en sí mismo, tanta, que asustaba, o los dejaba sin habla.

—Señorita Pasos. ¿Querría colaborar indicándonos en el mapa por dónde pasaron las dos grandes corrientes de avance de conquista? En los territorios políticos actuales y geográficos, por favor —ordenó con severidad la profesora, y se preparó para tomar nota de examen.

Caro apuntó su largo dedo índice en el mapa. Señalando la isla La Española. Y de allí recorrió hacia América Central las dos grandes corrientes: hacia México y hacia Perú.

Hablaba fluidamente sin ninguna traba, como si hubiese nacido sabiendo cómo había sido el proceso de conquista de América desde siempre. Era perfecta hasta cuando exponía orales en clase.

Mientras, Ariel seguía escribiendo en el pizarrón, y Julieta, allí parada, se quedó sin hacer nada. Pasando el papelón de su vida. Quería volver a su lugar, para ocultarse de las miradas inquisidoras, más la profesora no le había dado el permiso.

Solo la mirada de Fernando le dio un poco de tranquilidad, mientras la sabiduría de Caro y la prestancia de Ariel le estaban generando celos atroces y despiadados que amenazaban con quebrarle el alma y crisparle los nervios.

Y era una tontería. No podía ponerse así, por nada.

En cinco minutos, cuando Caro terminó de hablar y Ariel de trazar la línea con lo contenidos en la pizarra, la profesora se paró para corregir un par de errores de la joven rubia señalando en el mapa. Y allí, imperceptiblemente, Julieta pudo vislumbrar un destello dorado en el cuello de su amiga.

Un segundo después, se armó tal confusión en el aula, que Julieta terminó en Dirección, por primera vez en su vida. Despeinada, arañada, y totalmente furiosa. Poseída por el demonio. ¿Qué había pasado?

Su mirada se había dirigido en cámara lenta hacia ese sutil brillo, como una cadenita de oro.

Observó a Carolina desde los pies recorriéndola hasta el dorado cabello de su cabeza y distinguió que el fulgor proveniente del cuello era un objeto dorado, redondo, sumamente conocido y familiar. Seguidamente solo podía recordar echársele al cuello con tal salvajismo, que parecía un predador hostigando a su presa con hambre y sed de venganza.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Where stories live. Discover now