Capítulo 37

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—Hoy fue una sorpresa verte en el colegio, si sos ateo, ¿por qué venís a un colegio religioso? —preguntó con repentina curiosidad—. No va con tus principios, ¿no?

—Eso es porque en Carillanca no hay muchas opciones educativas.

—¿La Inmaculada es la mejor opción?

—Para mi padre, sí —tembló al nombrarlo, y se apretó el pecho—. Aunque tal vez no sea tan malo como esperaba —«Tal vez sea porque ahí conozco a alguien: vos».

Julieta sonrió para sí misma, evadiendo su mirada en el paisaje.

—Bueno..., por ahí conseguís reconciliarte con Dios, Ariel.

—No sé, yo elegí ser ateo. Un colegio no va a cambiar mis ideales, ni mis pensamientos. Tampoco elegí volver a la escuela y ahora la estoy haciendo.

—Creía que ya no ibas a la escuela. Pensé que la habías terminado.

Ariel expresó su disgusto con una mueca. Aunque no le gustara el colegio, debía terminarlo, sobre todo a partir de ahora, al saber de Alessandro lejos de él, y buscando lo mejor para su hijo.

—Tengo edad para asistir todavía. Y la había abandonado, por la música. No me interesa hacer el colegio. No sé si lo entenderías, lo que pretendo va más allá de los límites de Carillanca —frunció los labios en una línea dura, pensando sobre sus propias palabras, dudando de sí mismo.

Julieta se preguntó por qué él jamás confiaría en ella para hablarle siendo del todo abierto. Deseaba tanto saber un poco más de Ariel. Por eso se mostraba incondicional, quizá algún día lo notaría.

—¿Qué nombre le pusiste al perrito? —preguntó para desviar la conversación.

—Le puse Romeo. Nonnina, en realidad, sugirió el nombre... —atajó rápidamente, pero era tarde. Volvían a caer en lo mismo los dos. Un silencio incómodo se instaló entre ambos.

—¿Romeo? —repitió Julieta tragando saliva, al cabo de un momento.

Ariel no supo descifrar si había meditado las palabras anteriores, o lo preguntaba por preguntar.

—Es simple. Me lo regaló una Julieta. Era lo más lógico, y lo más clásico —reflexionó con una vaga sonrisa, sin embargo, sus ojos seguían tristes.

Y el sonido del silencio se interpuso entre ambos nuevamente. Así de incómodo, cortando el aire con un cuchillo. Interrumpido por un trino lastimoso muy cerca de allí. Y ambos se concentraron en ese sonido desesperante y desgarrado. Necesario para volver a cambiar de tema.

—¡Un pichoncito! —gritó Julieta saltando del asiento hacia la base del tronco de un árbol cercano cuando su mirada encontró el origen de ese sonido—. ¡Ay, qué bonito que es! —lo levantó entre las palmas de sus manos para darle calor e intentó que volara—. No vuela —se apenó.

—Debe estar muerto de frío. Los pájaros ponen huevos en primavera. No ahora. Hay que darle calor. Dame tus manos —ordenó Ariel con seriedad.

—¿Te doy mis manos? —Julieta estaba entre sorprendida y atónita. Así de rápido de pronto avanzó la confianza entre ambos, como si el haberse visto en el colegio hubiera surtido un efecto de acercamiento inmediato. Sentía que Carolina se alejaba más y más de esa pelea invisible que habían comenzado, aunque Caro no era de rendirse fácilmente.

Ella acercó sus manos con el pajarito anidando entre ellas, y él simplemente colocó las suyas apretando por fuera, y Juli pudo sentir el calor de sus manos de una manera agradable, increíble. Su calor la hacía sonreír. Y su corazón se encogió de ternura cuando él posó delicadamente un dedo sobre la cabecita del pajarillo haciendo que abra los ojos y trine con un poco más de vigor.

—Necesita un poco más de fuerza para volar —Ariel levantó la vista hacia los árboles, buscando algo—. Ves, allá está el nido —señaló con su mentón, haciendo que Julieta lo siguiera con la mirada.

Los dos, entonces, se dedicaron a darle calor a ese pajarito caído. El silencio era una mezcla agradable y turbulenta. Como una tormenta de mar. Ariel estaba concentrado, tan concentrado en salvarle la vida. Presionaba tan fuerte sus manos que Julieta se estremeció entera observándolo y sintiéndolo.

—Merece ser libre a pesar de este frío... —musitó Julieta. Y abrieron sus palmas, pero no se movió de allí—. No vuela... Ariel —lo miró con profundidad y con preocupación, esperando que él tenga una respuesta.

Ariel volvió a colocar sus manos debajo de las de ella y las impulsó al cielo, haciendo que el ave levantara vuelo inesperadamente, tomando la fuerza necesaria para llegar a su nido.

Julieta se quedó mirándolo fijamente. Como en una reacción en cámara lenta. Sorprendida. Alegre. Nerviosa. El aire les despeinaba los cabellos y fue el único movimiento del que estuvo consciente.

—No es Cuba..., pero es su lugar —dijo entonces observando los rayos de sol que se colaban y perdían de vista el nido. Julieta no entendió. Ariel había rendido homenaje a un padre que tal vez no regresaría a su lado. No por el momento—. Ahora depende de él y la naturaleza, espero que pueda resistir lo que queda del invierno.

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La autora.


© Tardes de Olvido [En Librerías]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant