"Este: Sale el Sol"

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Con el primer día hábil después de Navidad salimos a nuestra tercera visita sugerida, con bolsas de estudios en las manos y sobres de análisis bajo las axilas. La denominación "hospital" nos incomodaba un poco. Lo único que habíamos conocido en nuestras vidas eran consultorios privados y clínicas así que nuestros preconceptos no nos ayudaban.

-"Al fondo. Segundo piso chicas, allí tienen otra recepción" nos indicaron.

Subimos por una escalera recubierta de goma que parecía encaracolarse aún más con cada peldaño. Finalmente nos asomamos a la segunda planta. Dos recepcionistas rebosantes de calidez atendían a las únicas dos personas que teníamos delante nuestro. Vos en un silencio que yo ya conocía, mirabas hacia un costado donde varias hileras de sillas concatenadas formaban la sala de espera. Allí, todas ellas.

_"Viste?" me preguntaste.
_"Sí, ví." yo, sin aclarar mas.

Aquí no había revistas. Tan solo unas pantallas de televisión que nos permitían a todas perder nuestras vistas y pensamientos en un sólo punto. Y seguramente estábamos todas en el mismo canal. Saqué el teléfono no solo para intentar entretenerte con algo sino porque no era digna de a mirar a alguien que remotamente pudiera sentir que husmeaba en su historia. Sin embargo en un descuido alcé la vista. Era un espejo. Esos ojos, sí, nos estaban mirando a nosotras. Las suyas y las nuestras eran las mismas. Miradas de compañía, de profunda comprensión, de autos de carrera calentando motores antes de salir de boxes. Muchas. Se sentía a equipo.

Madres al lado de sus hijas. Hijas llevando a sus madres. Amigas granaderos escoltando amigas. Vecinas en vigía sentadas como en el umbral de sus casas junto a su colindante. Compañeras de trabajo empoderando a su par.

Estábamos todas, las casadas, las solteras, las gay, las divorciadas y viudas. Las clásicas, las modernas, las elegantes, las bohemias, las profesionales, las empleadas, las desempleadas, las estudiantes, las amas de casa, las jubiladas, las de izquierda, las de derecha, las citadinas y las de pueblo. Todas diferentes y a la vez las mismas.

Así fue, como cual espías en la guerra fría y en calidad de top secret, recibimos nuestra nueva identidad. La anterior la habíamos perdido días atrás y parecían años. Ésta era una nueva y todas teníamos a la misma.

_"Belén?" te llamaron.

Entramos a un consultorio común y corriente. A veces uno espera que lo contextual dé respuestas. No, ninguna. Eran tres. Un medico oncólogo del cual sabíamos que era cirujano y director del hospital. Serio, flaco, alto, sentado al escritorio. Su asistente personal y una segunda asistente también enfermera, a su lado.

Después de mirar y cargar toda la información en la computadora, empezó la charla:

-"Bueno, Belén. Contame. Ya viste a otros especialistas y estás al tanto de mucho. Decime que querés saber"

Insaciables de información, a nuestro juego nos habían llamado. Preguntaste y preguntamos todo lo que se nos ocurrió y en cualquier orden. Todo se escuchaba y se respondía. El médico, un experto bilingüe, hablaba en su idioma e inmediatamente traducía al nuestro. Su  entendimiento, que iba mucho más allá de lo científico, nos permitía divagar extenuando interrogantes que cubrían desde las cuestiones troncales hasta los detalles que nos quitaban el sueño.

-"Se me va a caer el pelo? le preguntaste

-"Sí, es muy probable porque..." y nos dio una clase de química. Luego siguió con el tema que estaba desarrollando.

-"Entonces, si yo te cortara con una sierra de carnicero, así. Y miro de costado, podría ver..."

Me puse la correa de la cartera en el hombro lista para sacarte de ahí. Vos que conocías mi lenguaje, callada, absorbida por la explicación y a medio inclinar sobre el otro lado del escritorio, me pusiste la mano en la rodilla como quién calla a alguien mientras está viendo una noticia de ultimo momento en la tele. Me bajé la correa.

-"Por esto que te estoy diciendo es que: Uno, ... " empezó a enumerar categóricamente el médico.

Yo anotaba por directiva de los relámpagos de tus gestos.

-"Así que, es correcto. Hay dos opciones y yo creo..." y sin titubeos ni medias lenguas anunció su criterio.

Su voz y su mirada transmitían aplomo, seguridad, tal vez un poco de frialdad o distancia. Pero lo entendíamos, después de todo, para nadie es misterio que éstas historias pueden derretir al mismísimo mármol de la Venus de Milo. En éstos casos, lo más prudente es impermeabilizarse, o al menos intentarlo.

Me miraste de reojo para constatar que estuviera tomando nota de todo.

Tres horas debieron haber pasado desde que llegamos pero parecieron quince minutos.

-"Y quien sería mi medico?" tímidamente preguntaste.

-"Yo" corto y claro respondió el médico. - "También me acompaña un colega y todo un equipo de profesionales. Ya conocés a Paty que es mi mano de derecha y a veces la izquierda también y de a poco conocerás a los demás" y como por arte de magia, se abrió una puerta dando ingreso al segundo oncólogo.

Se presentó. Allí estaban, de carne y hueso, el yin y yang. Uno cálido y medido, el otro duro y directo. Uno sonriente, el otro parco. Definitivamente opuestos pero el equilibrio era exacto y el complemento perfecto.

-"Asi que vos tomá tu decisión. Y si querés acá estaremos."

Esta vez salimos caminando los largos pasillos del hospital ambas en silencio. Cuando quise esbozar palabra me frenaste.

-"Esperá. Vamos a tomar un café y pensamos".

-"Ok"

Llegamos, prendimos un cigarrillo cada una, pedimos los cafés y sonreíste plácidamente.

-"Este" pronunciaste bajando el martillo de la subasta.

-"Entonces, Este será quién marque nuestro Norte" te pregunté.

_"Si. Por el Este sale el sol" y te reíste.

-"La parte de la sierra de carnicero fue lo único que me dejó un poquito confundida" también entre risas.

-"Estuvo clarísimo Pili, a mí me encantó" dijiste.

-" A mí también"

Habías anunciado al ganador de tus sueños, de tu fe, de tu esperanza. Habías reconocido ese tono familiar, similar al de nuestra tribu. El definido, el llano, el franco, sin subestimaciones ni tapujos. Habías notado un abordaje conocido, el manos a la obra o pala en mano, como decía mamá.

La ecuación se iba despejando, qué, dónde y quién. Íbamos de la mano por el cómo pero ya no eramos dos. Alguien, casi sin invitación, nos extendía la suya.

Una buena tripulación no entiende de rutas, no calcula coordenadas.Los buenos marineros simplemente están dispuestos a hacer a ojos cerrados lo indicado por el comandante.
En altamar y sin rumbo el puerto destino es lo único anhelado. Entonces nada importa y todo vale con tal de llegar a él. Teníamos un capitán.

Él conocía lo que vendría, sabía de la profundidad de los mares a navegar, de los momentos de desahucio y desolación, de las crisis de pánico y llanto, del miedo al abismo y a la muerte. Lo sabía. Sin embargo, aún así, quería llevarnos. Podía.

Con "C" De Casa.Where stories live. Discover now