Sargento y Pelotón

202 21 0
                                    

Éramos adolescentes sí, pero de padres. El cuarteto, se desintegró luego de mucho padecer el desencuentro y el desacuerdo de los líderes de la banda. Nosotras que éramos dos coristas auxiliares con un triangulo y un toc toc no teníamos mucha idea de lo que se estaba gestando pero lo único que oíamos era un sonido de fondo que de musical tenía poco y que nos dejaba entrever que pronto el esquema cambiaría.

Hasta el momento nosotras no nos podíamos quejar. Eramos una banda ocupada, muchas salidas, confort y mayormente alegres cuando estábamos los cuatro juntos, pero ese bullicio permanente de entretelones termino definiendo: seríamos un trio femenino y un vocalista, papá, solo. -por el momento.

Como trío femenino éramos híper funcionales. Enseguida cada una tomó su rol y lo cargó al hombro como granadero. Mamá se convirtió en el cliché madre padre ausente presente. Presente de intención, de a ratos de calidad y para lo importante: tirar lineamientos. Los sí, los no, los por qué, los no se debe, los que van a decir y sobretodo el sabio. -Ustedes a mí me pueden venir con un muerto, que acá salgo con pala y bolsa. Pero, a mí me cuentan toooodo! Está clarito? con cara de sargento y últimatum. Y sí, entre sargento y ultimátum de a poco ese departamento al contrafrente, húmedo, pequeño , y cálido por mala ventilación se había convertido en nuestro juego de guerra divertido, no virtual pero sí en 3D. No podía distar más de la casa donde habíamos crecido.

Vestirme con doce y vestirte con siete hacía de la habitación un campo minado ya que ningún día parecía traer los minutos necesarios para levantarnos, desayunar, vestirnos y llegar al tiempo al colegio de la mano. No debía ser tan complejo pero siempre tuviste pequeños tocs o rituales desde el amanecer hasta al dormir. Después de ponerte la camiseta, la camisita, el pulover que no te picara, tenía que medir con la precisión de un especialista del escuadrón de bombas que sobre tus muñecas cada prenda quedara perfectamente alineada y a la misma altura de la que estaría por encima, sino no salíamos y había que repetir la operación. El desayuno no era un plan menor ya que catabas la chocolatada con la experiencia del mejor sommelier. Una ojeada a la taza sobre la mesa te bastaba para sentenciar -Me pusiste media cucharada menos de chocolate. Otro tema de interés eran los piojos, cosa que en la escuela primaria se les temía más que al sátiro de la bolsa, así que lo importante era que vos salieras bien atada. Por suerte yo siempre tuve pelo tan tan lacio que siempre parecía peinada y esto me permitía darte esos minutos para focalizar en tu colita bien centrada y a la altura correcta después de encontrar la gomita exacta para ese día. Sencillo. Los gritos, quejas y llantos matutinos pasaban por estas cuestiones nunca por los deberes ni la mochila completa o lápices con punta.

Parecíamos dos colegialas comunes y corrientes, pero éramos dos nenas camufladas que íban por misiones concretas, primero salir de la trinchera acicaladas y listas; segunda misión, llegar sanas, salvas y a tiempo al cole y recién ahí la tercera de la mañana: trabajar con la cabeza en la escuela.

Y el sargento? El sargento estaba dándolo todo en el frente, en un campo de batalla minado de inflación, piquetes, paros y permanentes amenazas de reducción de personal. Regresaría a la noche, cansada, tan agotada que estando ya en la trinchera seguía con la quijada entumecida y los dientes tan apretados que solo podía esbozar una mueca rígida con mirada de sonrisa.

Con "C" De Casa.Where stories live. Discover now