Sergio entonces, la condujo a su habitación, mientras besaba su cuello, cara, manos, se detenía en cada escalón, perdurando el momento.

Su habitación estaba toda desordenada, las mantas de la cama por el suelo, una guitarra eléctrica apoyada en un rincón, y miles de libros desparramados entre el escritorio, el piso y los estantes.

Era la primera vez que Julieta se había animado a entrar, era demasiado recatada según las enseñanzas de sus padres, y ese tipo de pensamiento la estaba poniendo mucho más nerviosa también, quería estar más relajada, aprovechando una oportunidad así, única, pero temblaba de nervios, aunque Caro le había dado todos los consejos sobre el tema que se le ocurrieron el día anterior, mientras planeaban la aventura.

Le recordó tres mil veces que debía ponerse el preservativo, si quería evitar un embarazo no deseado. Le mostró con un oso de peluche gigante algunas de las posturas del Kama Sutra, Julieta la observó entre divertida y asombrada, había cosas que ella estaba segura de que no iba a poder hacer, y también le daba un poco de miedo.

—Te puede pedir que... —le comentó Caro al oído, para que la madre de Julieta no escuchara de ninguna manera, algo que era absolutamente tabú. Julieta abrió los ojos y la boca de forma desmesurada y se le escapó un gritito.

—¡No creo que yo pueda hacer eso!, ¡imposible! Es... ¡¡asqueroso!! —dijo con las manos sobre la boca, tapándola entre risas.

—¡Ay, Ju'...!, no sabés lo que decís, pensá que es como tomarte un helado. Los vuelve locos. Eso, dalo por seguro —le guiñó un ojo—. Pero va a ser tu primera vez, así que relajáte y disfrutá, tranqui. Es lo más hermoso de la vida y más para vos, que realmente estás enamorada —finalizó con verdadera emoción.

Y estaba ahí, con él, según lo que recordaba.

Julieta y Sergio se sentaron en la cama, mirándose. Juli se mordía el labio de tal forma que se lo lastimó.

Y Sergio aprovechó el momento para darle un beso y decirle que sanaría esa mordida.

A pesar de que no sabían cómo comenzar, un beso llevó a otro cada vez más apasionado que bajaba desde el rostro hacia el cuello y del cuello al hombro. Las manos presurosas y torpes de su novio se desesperaron por quitarle la ropa, temblando con nervios y con la ansiedad de la primera vez. Julieta sentía vergüenza, nunca se había desnudado delante de un chico.

Ambos quedaron un momento después debajo de las sábanas, teniendo el primer acercamiento piel con piel, calientes y suaves, único e indescriptible. Ella estaba sonrojada, con mucha vergüenza, tanto, que casi no podía observarlo.

«Mirame», le dijo él, Julieta lo miraba a los ojos, con temor a lo desconocido, «te quiero..., sos preciosa así..., tenés la piel tan suavecita».

«Tengo frío, Sergio», y él tiró un acolchado sobre ambos. «Tengo miedo..., tengo vergüenza...».

«Shhhh, bueno, no va a pasar nada que no quieras, ¿no te sentís segura?».

Julieta negó con la cabeza, a punto de llorar, estaba muerta de miedo.

Él la besó con ternura, cuando pensó que tal vez se enojaría, que no querría verla más, y que sería difícil conseguir otra oportunidad como esa, faltando al colegio, pero Sergio solamente la abrazó, y la llenó de besos por todo el cuerpo.

«¿Me dejás tenerte así, por favor?» le pidió. «Solo vamos a conocernos más, ¿dale?, juguemos un poco, y no hacemos nada más».

Estaba estremecida de nervios, respirando con dificultad, pero a medida que los suaves besos de Sergio se depositaban sobre su piel como pétalos de flores, de forma delicada, el cuerpo fue aflojando la tensión y lo correspondió.

Aunque Sergio no la presionó, estaba un poco intranquila.

Paraba cuando ella decía que pare, la besaba para tranquilizarla, hablaban en susurros cuando les parecía escuchar el ruido de la puerta.

Y pasaron cinco horas volando sin que se dieran cuenta. Cuando la madre de Sergio metió la llave en la cerradura de la entrada, salieron apresurados de la cama vistiéndose a las corridas. Julieta se confundió de camisa por la velocidad que exigía el momento, le quedaba como cuatro talles más grandes, porque era la de su novio. Inundó sus sentidos de un perfume totalmente masculino, que tarde o temprano la delataría.

Raquel podía subir y descubrirlos si no se apresuraban.

Salieron de la habitación como si nada, arreglándose por el camino, hasta la escalera, cuando la madre levantó la vista y los vio.

—¿Hace cuánto que estaban arriba? —preguntó de forma sospechosa.

—Nada ma', un rato nomás, de la hora del almuerzo —contestó de manera despreocupada.

Julieta pensó que la madre de Sergio había observado en él la prueba ineludible que demostraba lo que estaban haciendo encerrados en su habitación.

—Julieta ya debería irse a su casa, los padres son bastante estrictos, Sergio.

—Sí, la voy a acompañar —dijo. Le pasó la mano por el hombro a Julieta y, abrazados, salieron de la casa.

—Creo que tu mamá sabe —se preocupó—. Espero que no le diga nada a mis papás.

—Sí, seguro que se dio cuenta. Pero amor, es la madre de un varón. Sabe guardar secretos. Lo que espero que no se dé cuenta es que faltamos al colegio. Porque eso sí que tal vez sea para preocuparse —comentó Sergio sin darle demasiada importancia al asunto. Luego le había dado un beso largo, frenándose por la calle—. Ya vamos
a tener nuestra oportunidad de nuevo para estar juntos.

—¿Me vas a esperar...? A que me sienta más segura, soy muy tonta... lo arruiné todo con mi miedo —preguntó tímidamente mirando al piso, se sentía una literal idiota y cobarde.

—Sí, sos una tonta —dijo él entre dientes, disimulando una sonrisa—. Sos una tonta que no sabe que la amo, y que la voy a esperar así tardemos hasta el matrimonio. ¡Tonta! —rio a carcajada limpia, con inocencia, dejándole ver a Julieta su lado más sincero y tierno.

Julieta se le abalanzó media cuadra antes de llegar a su casa y lo cubrió de besos, para que le quedara claro que ella también lo amaba con locura, solo que nunca le había expresado con palabras el amor que sentía por él, porque era tan natural como respirar.

Sus palabras siempre la reconfortaban y alentaban a seguir adelante, que era tan importante en su vida como el aire y el agua. Era su amor.

Qué lejos había quedado todo aquello, y no hacía más de unos meses que había pasado, los encuentros eran difíciles de llevar a cabo, porque a Julieta no la dejaban ir seguido a la casa de Sergio, y cuando él iba a su casa, lo hacían sentar en la sala, a la vista de su padre (como en las épocas de antes), a tomar el té y charlar. Sergio igualmente parecía conforme y feliz. Y eso era lo que en realidad le alegraba a Julieta. A pesar de que al final no hubiera pasado nada.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, transparentes como cristales. Sus labios se curvaron en una mueca de angustia.

Dolía recordar. Lo que hubiese sido pero no fue.

Recostada sobre su cama, aún se cuestionaba si había sido o no una idiota.

Dio vueltas y vueltas, hasta que recordó un deber que debía completar para el lunes, y se levantó enseguida para cumplirlo.

Mejor, necesitaba distraerse con algo a seguir culpándose y rememorando un suceso que ya no volvería a pasar.

***

© Luciana López Lacunza


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