Rumbo. (73)

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Jesús.

    —No seas infantil, claro que vas, pasas de ella y ya está— sentencio.

    —¿Cómo voy a pasar de ella si siempre es el puto centro de atención?— pregunta al borde de la histeria.

    —Dani, eres un maldito infantil, no puedes dejar de vivir porque esté ella, pero vamos, si no quieres verla, vete a Sevilla.

    —Puede que lo haga, ¡no aguanto más! ¡Cada segundo a su lado es un suplicio! ¡No puedo besarla y tengo que ver como lo haces tú!

    —Yo... Yo no sabía que...— balbuceo impresionado

    —Jesús no digas nada— me interrumpe serio— Realmente no es tu culpa, es mía.

    —No te culpes, es cierto que no es mi culpa, pero tampoco tuya, no es culpa de nadie— argumento acercándome a él.

    —Di que estoy malo, que me duele el estómago y que estoy decaído, por favor— suplica y asiento decidido— Gracias, hermano.

    Nos fundimos en un abrazo fugaz y salgo de allí y, como cualquiera haría, voy a por Lucía.

    Doy tres suaves toques en la puerta, a modo de aviso, y entro.

    Antes de que pueda reaccionar, un cojín ha impactado contra mi cara, dejándome completamente alucinando.

    —¿Qué quieres?— pregunta Lucía con una gran sonrisa.

    —¿A parte de a ti?— pregunto acercándome a la cama y asiente— Dani esta malo, tiene dolor de barriga y está decaído.

    —Voy a visitarlo, igualmente yo no voy, así que, mejor que mejor— dice complacida.

    Se acerca a mí, besa mi mejilla y sale de la habitación.

    Ay, la madre que me parió.

Lucía.

    Entro a la habitación y veo a Dani metido en la cama con las gafas, el IPad y entre sus manos una taza enorme de café.

    Se me queda mirando mientras yo me acerco lentamente a él, le quito la taza y hago un gesto con la mano que me queda libre para que me haga un hueco en la cama.

    Hace caso sumiso de mi petición gestual y levanto la sábana para meterme en la cama y acto seguido volverme a tapar.

    —¿Qué ves?— pregunto dándole un sorbo al café.

     —Crónicas vampíricas— responde mirando atentamente los créditos.

    —No busques más entre el reparto, Elena es Nina Dobrev y Caroline es Candice Accola.

    Se sonroja y frunce la boca avergonzado por haber desvelado su búsqueda.

    —No te preocupes, yo tengo una grave obsesión con Damon— confieso divertida— queridísimo Ian, ¿por qué no estás aquí?

    —¿Tú no vas con Jesús y el resto?— pregunta de repente y yo niego con la cabeza.

    Me acurruco en su pecho con cuidado de no hacer arder Troya con el café y le doy al siguiente capítulo.

    Pasa su brazo por mis hombros y, dándome el susto de mi vida y provocando que derrame el café, aparecen todos de golpe y porrazo en el umbral de la puerta de la habitación.

    Tiro de la sábana destapándonos, esto está que achicharra.

    —¡Quema, quema!— exclama el menor de los Oviedo levantándose de la cama y abanicándose en vano con las manos.

    —¡Quítate el pantalón!— exclamo esta vez yo.

    Hace caso a mi orden y se quita el pantalón, al igual que yo, pero yo me tapo a la vez con la zona seca de la sábana.

    —Si os quedáis solos, ¿quemaréis la casa?

    —No, hija mía, la rubia aquí eres tú, no yo.

    Para no liarla más, se van los últimos en llegar.

    —Tampoco tenías que ponerte así de borde, no te ha hecho nada, joder.

    —Pues sí que me hizo, y lo sabes— le señalo con mi dedo índice— Aunque, igualmente, no es por eso, es porque no quiero que estés con alguien así, te mereces algo más.

    —¿Algo más? ¿Algo cómo tú?— pregunta exaltado.

    —Sabes perfectamente que no voy por ese rumbo— elevo la voz y le señalo amenazante.

    —Lo malo es que mi rumbo es ir siempre hacia ti.

Me llamo Lucía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora