Rompecorazones. (66)

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Lucía.

    Jesús nota mi mirada sobre él y se gira me sonríe y me guiña un ojo, acto seguido, vuelve a lo suyo.

    —Lucía, ¿cómo puedes hacerle esto?— pregunta la morena— No creía que fueses de esas, enserio.

    —¿Cómo que de esas?— pregunto extrañada.

    —Una rompecorazones, en el mal sentido— responde sin mostrar expresión alguna en su rostro.

    —No quiero romperle el corazón, sé perfectamente que en septiembre me iré y no lo volveré a ver, si volviésemos a tener algo serio, me dolería más a mí que a él— mis ojos comienzan a bañarse en lágrimas que no puedo controlar.

    —¿Por qué es todo tan complicado?— pregunta mi amiga para sus adentros.

    Eso me gustaría saber a mí, ¿por qué?

    ¿Por qué me tengo que ir a Madrid?

    ¿Por qué tendré que cambiar mi vida de una forma tan radical?

    Miles de preguntas inundan mi mente haciendo que ésta se colapse y a partir de ahí, todo

Julieta.

    —¿Lucía?— pregunto extrañada al ver su cuerpo caído y que ella no reacciona— ¡Lucía!

    Joder, no, por Dios se me va.

    Se acercan los chicos debido a los gritos e intentan hacer que reaccione.

    Al vez mi histeria, Dani me coge en peso y me acerca al balcón, para que me dé el aire, aunque me esté empapando.

    —Sh, respira— intenta calmarme acariciando mi brazo— Seguro que no es nada, Lucía es Lucía, es fuerte.

    Joder, es que es eso, no lo es.

    ¿Por qué coño llueve en julio? Pues, en realidad, sé la respuesta.

    —Dani, prométeme que no lo contarás a nadie— asiente convencido— Lucía de pequeña no era lo que es ahora, era una niña insegura, con sobrepeso, que se dejaba influir por las malas lenguas— hago una pausa para coger aire— A los doce años, empezó a meterse ella sola estupideces en la cabeza y, eso provocó, que dejase de lado su alimentación.

    El chico que está a mi lado, me mira con pena y asombro a la vez.

    —¿Quieres decir que...?— comienza a decir, pero lo interrumpo.

    —Lucía fue anoréxica— confieso agachando la cabeza— Ella se recuperó de la enfermedad, pero dejó secuelas en ella— lo miro aguantando las ganas de romper a llorar— Cuando se estresa le dan crisis, lo que come, aunque no quiera, lo vomita. Pierde peso nada más que con mirarla y, sobretodo, sus defensas, su autoestima, su salud en general, se van a la mierda.

    —Dios mío— musita dolido— No sé qué decir.

    —No digas nada, sólo ayúdala— ruego fingiendo una sonrisa que, se queda por el camino, y sólo logro mostrar una mueca.

    Volvimos dentro y Jesús estaba cogiendo a Lucía en brazos.

    Corrí hasta la puerta para abrirla y permitir su paso, a la vez que corría a la planta baja, encontrándome con Marta.

    —¿Pasa algo?— pregunta preocupada acercándose a mí lentamente.

    —¿Dónde está José?— se encoge de hombros en señal de no tener la más mínima idea— ¡Joder, necesito a José!

    —A ver, tranquila— susurra acariciando mi brazo— ¿Qué pasa? Cuéntame.

    —¿José te contó las crisis y demás de Lucía?— asiente dudosa— ¡Pues coge el coche y vámonos cagando leches!

    Jesús baja con la ayuda de los chicos, ya que, teniendo a Lucía, se le dificulta la visión.

    Marta coge las llaves y hace un gesto con la cabeza para que la sigamos.

    Hacemos caso sumiso a su orden gesticulada y vamos hasta el coche.

    Nos adentramos en el coche y atrás nos situamos los gemelos y yo, con Lucía tumbada encima nuestro.

    Me agacho, me acerco a su cara y aparto los mechones que cubren su oído.

    —Lucía, saldrás de ésta, lo prometo.

Me llamo Lucía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora