El vino. (7)

411 11 0
                                    

Jesús.

    Salimos fuera sin esperar a que saliese alguien más.

    Vamos andando por Sevilla sin rumbo alguno.

    Quiero cogerle la mano, pero, ¿y si ella no quiere?

    Es demasiado arriesgado, sólo acércate.

    Me acerco a ella hasta el punto en que nuestras manos se rozan.

    No aguanto más, joder.

    Quiero cogerle la mano.

    A la mierda.

    Le cojo la mano, entrelazando sus dedos con los míos.

    ¿Lo he hecho bien?

    Me mira y me sonríe asintiendo levemente.

    Me mira y me sonríe asintiendo levemente

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

    Me lee la mente.

    O sólo asiente porque si.

    Me quedo con lo segundo.

    —¿Dónde vamos a comer?— pregunta sin dejar de mirarme.

    —¿Qué te apetece?— cuestiono en respuesta a su pregunta y se encoge de hombros en señal de indiferencia— Venga, desmelénate, que hoy invito yo.

    —Ni de coña, vamos, y ni intentes convencerme, soy la persona más terca que puedas llegar a conocer— advierte.

    —Bueno, vale, no me comas— suelto divertido.

    —¿Y si te como a besos que?— dice sonriedo.

    Vale, eso me ha pillado bastante desprevenido.

    Contesta, rápido.

    Pero, ¿que digo?

    Algo gracioso e ingenioso.

    —Pues que te quedas sin Jesús— contesto nervioso.

    Buena esa, genio.

    No puedes ser más imbécil.

Lucía.

    Como siga hablándome así, le planto el beso de su vida.

    Es un amor de niño.

    ¿Por qué no son todos como él?

    Espera, cuando coja confianza, opinas.

    Sí, mejor.

    —Pues yo sin Jesusín no puedo comer— digo dejándolo extrañado— ¿Quién va a acompañarme en mi gordura?

    Ríe y me besa la mejilla.

    Ríe y me besa la mejilla

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

    Pero besame en la boca.

    Me estoy desesperando.

    BÉSAME.

    No puede oírte.

    Duro, pero cierto.

    —Bueno, ¿tu tienes novio?— pregunta curioso.

    Vale, va al grano.

    —Por ahora no, no voy a decir que esté esperando un príncipe azul, sólo quiero alguien que me quiera y me cuide— contesto.

    Suelta mi mano dejándome confusa.

    Acto seguido pasa su brazo por mis hombros y me empuja hacia él.

    —Vamos, hay un japonés aquí cerca que está— resopla.

    Me encanta la comida asiática.

    Sobretodo la japonesa.

    En especial el sushi y las algas.

    Parece que me conoce mejor que yo.

    —Me encanta la comida japonesa— digo sonriendo.

    Voy mirando Sevilla mientras paseamos.

    Sevilla en invierno es preciosa.

    Sevilla siempre es preciosa.

    Llegamos a un local bastante moderno y bien decorado.

    Mesas de cristal transparentes.

    Sillas blancas semiesfericas.

    No hay paredes, solo cristaleras, excepto hacia el baño y hacia la cocina.

    —Es aquí—dice mirándome mientras sonríe— Vas a comer de lujo.

    Entramos y una camarera, de origen asiático, se acerca a nosotros.

    —Mesa para dos, por favor— dice Jesús.

    —Oh, ¡qué bonita pareja!— dice y nosotros nos miramos y reímos.

    —No somos pareja— hablo yo esta vez.

    —Pues es una pena, sois tan bonitos juntos— dice y joder, juraría que habla castellano mejor que yo— Seguidme.

    Comienza a andar y le seguimos.

    Nos indica cuál es nuestra mesa y nos sentamos.

    A continuación, nos da una carta a cada uno.

    Se va, pero no sin antes tomar nota de nuestras bebidas.

    —Con que una botella de vino Moscatel, ¿no?— digo riendo.

    —Hombre, por favor, yo ya soy adulto eh— suelta con aires de superioridad.

    —Uau sí, estás a puntito de jubilarte ya y todo, es que 18 años, es mucho— ironizo.

    Me siento a gusto hablando con él, es como si lo conociese de antes.

    La camarera trae la bebida y nos toma nota de la comida.

    Al irse me guiña un ojo y me señala a Jesús con la cabeza.

    ¿Hola?

    —Verás como te va a encantar la comida de aquí— dice dando un sorbo de su copa.

    —Y el vino— reímos y bebo— ¿Vienes mucho por aquí?

    —Siempre que puedo, ahora con el frío, la gente no sale tanto y no me paran tantas niñas— responde.

    —Pues yo voy a empezar a venir mucho— río y me mira esperando una explicación— Para poder verte más a menudo.

    Me coge las manos por encima de la mesa.

    Me mira fijamente a los ojos.

    —Tú me puedes ver siempre que quieras.

Me llamo Lucía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora