Buen viaje a Madrid. (40)

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Lucía.

    Qué le pasa a este  muchacho ahora?

    Por qué se supone que me acaba de besar?

    Joder, que es mi cuñado.

    No, en realidad, ya no.

     —Por qué demonios me besas?— espeté.

    —Porque me gustas— confiesa— mucho— susurra.

    —Dani, me tengo que ir— informo— Celia está fuera.

    —Que entre.

    —No quiero que entre, quiero irme.

    —Pasa algo— pregunta el moreno con tono de preocupación.

    —Estoy cansada, es sólo eso— respondo restándole importancia.
 
    Me acerco a la puerta y el me acompaña.

    Sujeta el pomo de la puerta para que no pueda abrir y me da un beso rápido en los labios.

    —Te quiero, luego hablamos, vale?

    Asiento con la cabeza lentamente.

    Quita su mano del pomo y yo abro la puerta y salgo topándome de lleno con Celia.

    —Cómo le ha sentado?

    —Bien, supongo.

    Volvemos a mi casa.

    Por el camino, nos contamos cosas que nos han sucedido en los últimos años.

    Entramos y nos encontramos con más visitas.

    —Anda, hola Lucía— saluda una mujer morena dándose la vuelta.

    Qué hacen aquí estas personas?

    —Lucía, no nos recuerdas?— pregunta un hombre de pelo negro que se encuentra al lado de la mujer ya mencionada.

    Niego con la cabeza.

    —Son los dueños del bufete— aclara mi padre— han venido de visita, ya se iban.

    Me acerco a ambos y les doy dos besos a cada uno.

    —Y tu eres…?— cuestiono mirando a un chico de unos 15 años.

    —Marcos, encantado— se presenta educadamente.

    —Lucía, igualmente— respondo de la misma forma.

    —Bueno, nosotros ya nos vamos— sentencia el pelinegro.

    —Adiós— me despido.

    —Que tengan buen viaje a Madrid— dice cordialmente mi madre con una sonrisa.

    Finalmente, se van acompañados de mi padre, el cual regresa tras despedirlos en la puerta de salida.

    —No se pueden ir— sentencia mirándome— hay demasiada gente en la puerta— hago una mueca— sal a hacerte fotos para que se vayan.

    —Voy a tardar siglos— me quejo y me asesina con la mirada— vale, ya voy.

    Salgo y, tras una media hora atendiendo chicas y algún que otro chico, se van todos y los jefes de mi padre logran salir.

    Los despido con la mano y vuelvo a casa.

    —Lucía, estás bien?— pregunta Celia preocupada.

    —Podemos subir a mi habitación?— suspiro— me duele bastante la cabeza.

    Subimos las escaleras y vamos a mi habitación, al entrar cierro la puerta con pestillo.

Celia.

    Esto está muy diferente.

    —Dios, que cambio ha dado esto, eh— dije sorprendida

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    —Dios, que cambio ha dado esto, eh— dije sorprendida.

    —Sí, bueno, quería independencia— suelta dejándome extrañada— a ver, he ampliado esto y a parte del pestillo, hay cerradura— explica.

    —Osea que, esto más o menos, es como un apartamento, no?

    —Básicamente— me da la razón— sólo le falta la cocina y la lavandería.

    —Tienes que enseñarme los cambios, eh— advierto.

    Asiente y hace un gesto con la mano para que la siga y me lleva a la terraza.

    Ahora la pequeña terraza que poseía es un despacho, el cual tiene como pared exterior una gran cristalera.

    —Esto es lo que ha cambiado— espeta restándole importancia— ah, no, bueno, hay algo más, tras aquella puerta— señala una puerta a pocos metros del escritorio— está mi cuarto rojo.

    —Qué?— pregunto incrédula.

    —Es coña, es como un saloncito, para tomarme un café tranquila con mis invitados cuando están mis padres— explica acercándose a mi— tengo magdalenas— susurra dándole una importancia superior.

    —Bueno, dejemos la visita guiada, volvamos que te duele la cabeza— propongo.

    —Sí, mejor.

    Dicho esto, volvemos a la zona de las camas.

    Se tumba en una de las camas.

    —Ahora, dime la verdad, no me digas que te duele mucho la cabeza.

  

   

Me llamo Lucía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora