Susto

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A pesar de que se sentía desinflada como un globo por culpa de la energía perdida a causa de los bebes que albergaba en su interior, se sentía en la obligación de alentarse a sí misma a salir de las cuatro paredes tras las que se refugiaba en medio del malestar que le proporcionaba el embarazo, cada mañana durante cada día de la semana, durante las últimas tres. El cansancio que sufría, sumado a los síntomas del embarazo, hacían de ella una persona sin ganas que se pasaba el día tumbada y durmiendo, por culpa del cansancio. Pero si no comenzaba a tomar consciencia de la necesidad que tenia de moverse, y no empezaba a tomar las riendas de sus días, iba a irle bastante mal.

Así que mientras rezaba por una prolongación del pequeño espacio de bienestar que estaba experimentando después de unos minutos agónicos frentes a la taza del inodoro, camino por los alrededores de la casa, dejando a un muy dormido y cansando Noah en la cama. Los días en los que las nauseas atormentaban sus días, no hacían mella únicamente en ella, puesto que el futuro papa se esforzaba por apoyarla y cuidar de ella, tanto como podía. Sus detalles eran pequeños a ojos de otros, pero un absoluto mundo, a los suyos. La toalla húmeda y fría que el deslizaba por la piel de su cuello cada vez que se postraba de rodillas frente a la taza del inodoro, era imprescindible para comenzar a sentirse un poco mejor. Las galletitas saladas que siempre mantenía a mano para ella. Los boles de fruta. La limonada y las botellas de agua con distintos sabores. Cada detalle le hacía dar un paso más hacia delante, en medio de ese descontrol de síntomas gestacional.

Sin embargo, mantenía una mente positiva, y se decía a si misma cada día que aquello solo era temporal, que solo iban a durar unas pocas semanas en las que tenía que demostrar su fuerza, aunque esta fuese absorbida por dos pequeñas vidas que crecían sin descanso dentro de su útero. Y era por esas dos personitas que ella estaba tan feliz. Iba a convertirse en madre y no había nada más maravilloso que eso.

Poniendo un por delante de otro, camino a lo largo de una de las cercas blancas que rodeaba un de los tantos terrenos divididos que poseían. En ellos debían de estar en completa libertad la pequeña manada de caballos que poseían, entre los cuales se encontraba Goliat, el semental que Noah montaba y al cual le tenía tantísimo cariño, pese a su temperamento hosco con los desconocidos. Ella no había sufrido nunca un mal gesto del animal, pero suponía que eso era gracias a que siempre que montaba su espalda, iba con Noah. De lo contrario, no estaba tan segura de haber salido indemne. Mirando por los alrededores, pudo ver a lo lejos a las dos yeguas, acompañadas por el potrillo Iron, quien estaba a punto de crecer sin control. Sean le tenía mucho cariño al animal y no le extrañaba, pues esa pequeña criaturita era adorable.

Sparks estaba separado de las yeguas, porque era un semental sin una pizca de caballerosidad, y eso en un caballo no era tolerable. Si quería juntarse con las damas, tenía que comenzar a comportarse dignamente, o de lo contrario, cuando quisiera comenzar a tener descendencia, se iba a llevar más de una coz por parte de Melo o Gaspy. Y era normal. Tanta energía, no era buena.

Pasando por delante del granero, siguió el camino central que creaban las vallas, y paro de golpe al oír un relincho furioso desde el interior del establo. Girando hacia el edificio, puso rumbo al lugar, cuando un galope a su espalda, la distrajo.

Montado sobre un inquieto Sparks, Craig, el capataz que trabajaba para ellos y en el cual Noah había puesto su confianza, se acerco.

--¡Buenos días, señora!

Sonriendo hacia el amable vaquero, miro hacia arriba a los ojos castaños. Acercándose un poco para palmear ligeramente Sparks, mientras desistía sobre lo de señora. Por mucho que lo intentase, Craig y los muchachos, no iban a dirigirse a ella, como Emma.

Cuidaré de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora