Cuidalo

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Dos meses después.

Su cabeza latía al mismo son que su corazón y eso no era agradable. El cansancio de pasar dos semanas sin pegar ojo, estaba empezando a afectarle seriamente. Le pesaba el cuerpo, se sentía adolorido y estaba mal humorado la mayor parte del tiempo. Lo único bueno de esas dos semanas, era la hora de la comida, donde podía estar al lado de Emma y desestresarse un poco de todo el trabajo.

Los documentos que se amontonaban frente a él, en su escritorio, iban a volverlo loco. Tenía que encontrar una solución para aliviar su carga de trabajo, o terminaría cayendo malo. O fingiéndolo. Reclinándose en su asiento, llevo sus manos a su cabeza y masaje sus sienes, intentando aliviar la presión que había en su cabeza. A veces funcionaba, pero no parecía que ese día, fuese a surtir efecto alguno. Quizás debería decirle a Bianca que cancelara cualquier reunión que pudiera tener, y tomarse el resto del día libre, pero no antes de comer con Emma y decírselo a la mujer, para que no se preocupara demasiado después.

Alargando una mano hacia el intercomunicador, estaba a punto de pulsar el botón que lo conectaba con su secretaria, cuando el aparato zumbo.

--¿Señor Noah?

La voz de Bianca llego hasta el, haciendo que su cabeza latiera con más fuerza. Haciendo una mueca, se acerco al intercomunicador, para no tener que elevar la voz.

--Dime, Bianca.

--La señora McCarter, está aquí.

¿Por qué, de todos los días, habías elegido el peor para visitarme, mama? Se pregunto, arrugando la nariz. Un día normal, su madre era una buena mujer, con un amor insano por el glamor, el té y la etiqueta. Esperaba que no estuviera en uno malo.

--Que pase.

Susurro, esperando que no fuese una mala decisión. De verdad que quería a su madre, pero no estaba de ánimo para un interrogatorio, o un nuevo asalto sobre la importancia y la lógica de que el regresara a vivir con ella, para que pudiera cuidarlo. El ya no era un niño, y no quería perder su privacidad e independencia, por nada del mundo. Y si su madre sacaba el tema, a pesar del dolor monumental de cabeza, las cosas se iban a poner serias.

Los tacones que su madre siempre llevaba, repiquetearon sobre el suelo de mármol, anunciándole su llegada. Haciendo una mueca, se levanto de su asiento para recibirla.

--¡Cariño! ¿Cómo has estado? Hace milenios que ni siquiera me llamas.

Sonrió para sí, ante el saludo-reprimenda que acababa de marcarse su madre. No le extrañaba, ya que era verdad que hacía mucho tiempo que no hablaba con la mujer, pero solo porque siempre iban al mismo tema. O al segundo tema favorito de su madre, en lo referente a él. Su vida amorosa. Había perdido la cuenta de las veces que intento enrolarlo con una de las hijas de sus amigas.

Rodeando los delgados hombros de su madre, beso la mejilla de la mujer y sonrió.

--Hola, mama. Siento no haber podido llamarte. He estado liado.

--Ya. ¿También lo estabas cuando fuiste a ese polvoriento y sucio lugar de tu tío?

Apretando los labios, dio un paso atrás y apoyo su trasero contra su escritorio. Cruzando los brazos por delante del pecho, frunció el ceño hacia su madre.

--El lugar de mi tío, es magnífico, madre. Y si fui, fue porque Alisa dio a luz.

--¡Es verdad! ¿Qué tal el pequeño?

--Absolutamente adorable. Por lo que tengo entendido, es igual que Mike.

Su madre, suspiro soñadoramente. Ella quería nietos a mansalva, pero el único que se había atrevido a dárselos, era Gabriel. Y aun así, Roxanne McCarter, insistía en hostigar a sus hijos a tener hijos a los que ella pudiera mimar y malcriar. El era una de sus víctimas.

Cuidaré de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora