Mi Hermano

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¡De vuelta en casa! Pensó con alegría, pese a que su cuerpo no podía expresarla, debido al cansancio acumulado de las últimas dos semanas. Al final se había acabado. El proyecto estaba en marcha, y ya nadie podía meter la pata para darle más trabajo del que realmente necesitaba. Lo que quedaba por hacer era claro y conciso y si alguien lo fastidiaba ¡No sería cosa suya! Otro tendría que cargar con el fiasco ocasionado y resolverlo.

Por lo general, entraba al lado de Emma y juntos saludaban a Carmen, antes de que la doncella les dijese que la cena estaba casi lista. Pero ese día el se había quedado dos horas más en la oficina, así que fue Sean quien llevo a Emma a casa, mientras él seguía inmerso en papeles. Por suert... No, nada de suerte, gracias a su duro trabajo, eso ya era agua pasada y tenía tres días de descanso por todas las horas extras que hizo para tener el proyecto en marcha cuanto antes.

Cruzando la entrada, paso de largo el salón, el comedor, la biblioteca y la sala de música. Llego al pasillo que llevaba a la cocina y fue directamente al otro pasillo, al que llevaba a los dormitorios. Agachándose para soltar el arnés de Turco, palmeo al perro dándole total libertad por el resto de la noche. El cargo con su maletín el accesorio para su perro lazarillo, hasta su habitación. Por mucho que quisiera comenzar desnudarse y ponerse algo mucho más cómodo, sin importarle en absoluto donde caía cada prenda, no podía hacerlo. Así que con rapidez, guardo el arnés, se acerco al baño y comenzó a desnudarse. Una ducha y un conjunto de ropa cómoda, harían maravillas en su cansancio.

Tomando una rápida ducha, se coloco una toalla alrededor de las caderas y una más colgando de su cuello. Salió, frotándose el pelo con la toalla, se dirigió al armario. Saco un pijama y una camiseta de algodón. Se vistió rápidamente salió. Cogería algo de comer y se echaría. La casa estaba silenciosa, así que todos debían de estar dormidos.

Con los pies descalzos, atravesó el pasillo, pisando la suave alfombra que cubría el suelo, se dirigió hacia la cocina. Antes de atreverse a cruzar la línea que dividía el pasillo de la cocina, presto atención.

Nada.

Aventurándose al interior, fue al único estante donde sabía que estarían las cosas que él quería. Consiguió el pan de sándwich y lo dejo en la encimera. Fue cuestión de acierto y error, dar con los ingredientes para su tentempié, pero en cuanto tuvo todo, consiguió un gran vaso de leche y se sentó en la mesa de la cocina. ¿Para qué ensuciar más de la cuenta, cuando podía comer allí y dejar el plato y el vaso en el lavavajillas?

Dándole la primera mordida, rodo los ojos ante el delicioso bocado. Su estomago, comenzó a llenarse, aliviando el hambre, con cada mordida dada.

--¿Sabe Carmen que haces incursiones a su cocina cuando no está vigilando?

La voz que llego a él en forma de pregunta no le sorprendió tanto como el dueño de dicho tono. Girándose hacia la puerta, escucho los pasos de su hermano con facilidad. Fuertes y rotundos, hablaban a la perfección del hombre que su hermano Kyle era.

Dejando su sándwich en el plato, se levanto y se acerco al pequeño de su familia. Abrazando a su hermano, palmeo la enorme espalda de Kyle, dando un paso atrás. Muchas personas habían preguntado a sus padres, que les habían dado de comer mientras crecían, dado que todos eran de constitución fuerte y altos. El sabia, a ciencia cierta, pese a no poder verlo, que Kyle era el más grande de ellos, pese que al nacer, fue el más débil. El último se transformo en primero, en su caso.

--No, así que no se lo digas ¿De acuerdo?

Kyle se rio. Una risa retumbante y baja.

--Mis labios están sellados, siempre y cuando pueda apalancarme aquí durante un par de días.

Cuidaré de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora