El Lago

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Acompañando a su primo Garrett hacia los establos, el caminaba con paso seguro gracias a su inseparable perro guía. Turco había estado alrededor de los caballos durante unos años, y su reacción siempre fue buena. Los respetaba y mantenía una distancia prudencial, cuando él estaba sobre uno de ellos. Lo cual era bueno, porque el amaba a los potentes animales que le permitían una clase de libertad, distinta a la que Turco le proporcionaba. Con ellos podía correr por los prados, sentir la brisa en la cara y sonreír bajo el sol.

Su amor por los caballos, era innegable, pero quería que alguien más los amara.

Quería darle una sorpresa a Emma. Sus primos y tíos, le habían dicho que aunque ella trabajo en el rancho durante meses, siempre permaneció en la casa, el huerto y las pocas ocasiones en las que se aventuraba fuera, siempre miraba a los magníficos animales. El iba a subirla en uno de ellos y la llevaría por los campos de la propiedad. Harían una pequeña visita al lago, y regresarían para la hora de la comida.

Tenía un buen plan en mente, pero por el momento no podía hacerlo realidad. Necesitaba aprenderse el camino que quería recorrer con ella, para poder ir solos, o de lo contrario, tendrían que llevar una carabina. En ese caso sería Garrett, quien no pararía de atormentarlo durante todo el viaje.

Al llegar al corral, el olor del lugar se le hizo familiar.

Su tía los castigaba limpiando los cubiles de los animales, cuando se portaban mal. Y él era uno más allí, así que le tocaba limpiar y arreglar el lugar para los caballos, como a todos los demás.

Si había algo que amaba de sus tíos, era el modo en el que siempre lo trataron. Para ellos no era un debilucho chico ciego. Su tío se tomo su tiempo enseñándole el lugar, y el modo de trabajar en el rancho. No le importo que no pudiera ver, para el valía, siempre y cuando tuviera un cuerpo fuerte y ganas de aprender.

No podía decir que su infancia fue mala, porque no lo había sido. Pero si había algo que odiaba era las horas ociosas que pasaba en casa, después del colegio y natación. Su madre había sido muy protectora con él. Estaba claro que sus ojos eran inútiles, y que no podían ayudarlo en ciertas cosas, pero él no era un inútil. De pequeño quería vagar por el enorme jardín de la casa, divertirse con sus hermanos. Pero su madre le daba un rotundo no, y lo sentaba a leer en Braille a su lado. O a tocar piano. O hacer sus deberes. Ella nunca le permitió desarrollarse como un niño normal. El desarrollo su mente, pero su cuerpo podría haberse atrofiado, en lo que respectaba a su madre.

Si no hubiese sido por su padre, y por el apoyo y la unión con sus hermanos, el se hubiese vuelto loco. Gracias a su familia, sin incluir a su madre, el estaba bien. Se desarrollo como cualquier niño, e incluso salió victorioso de un enfrentamiento con su madre, sobre su seguridad. El pudo ser libre después de eso, al menos relativamente.

Goliat siempre estaba en el mismo corral. Dos desde la entrada y tres desde la parte del fondo. El animal permanecía en el medio, vigilando a todos de un lado y del otro.

Su compi Goliat era un purasangre, que al principio tenía muy mal carácter y no se dejaba montar por cualquier. Le costó dos semanas que el animal se le acercara. Un mes para confiar en él. Dos hasta que se dejo montar y alimentar. Fue duro, al principio. Goliat no confiaba en él, y era muy terco, y él era terco y pesado. Así que el animal desistió y se rindió, al ver que el no iba a dar su brazo a torcer. Desde entonces eran buenos amigos y siempre que iba a ver a sus tíos, encontraba un pequeño hueco para montarlo.

Llegando al cubil del purasangre, se acerco a la puerta y apoyo sus brazos en ella. Sonriendo cuando Goliat golpeo su brazo con la nariz.

--Hey, amigo ¿Cómo has estado?

Cuidaré de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora