—¡Diez y diez! —le gritó Shelby al otro extremo y él asintió. Entonces ella comenzó a rebotar el balón, viendo como Gabbe corría en su dirección y ágilmente se deslizó entre los brazos de él y corrió más deprisa en busca de la canasta; pero cuando saltó para encestar, la pelota resbaló de sus manos y rodó a Gabbe. Y este, en vez de darle la oportunidad, echó a correr contrariamente. Shelby gruñó y corrió detrás de él. Al cabo de treinta minutos, el marcador imaginario marcaba diez a cuatro. A favor de Gabbe, desde luego.

—Has jugado bien—admitió él, recuperando el aliento. Tenía las manos en sus rodillas y estaba doblado hacia adelante. Shelby estaba tumbada en la cancha respirando agitadamente, con la cara al cielo nocturno.

—Perdí—masculló ella.

—Yo gané.

—No te voy a besar—le informó.

Gabbe sonrió lobunamente y se situó encima de ella, colocando ambas manos a cada lado del rostro de Shelby. Ella entornó los ojos, mirándolo fijamente. El color azul cielo con un toque eléctrico de los ojos del chico, le hizo perder más el aliento. «ALÉJATE DE ÉL», gritaba alarmada su subconsciente. «DEJA QUE TE BESE, BOBA. ÉL ES TAN SEXY COMO EGON», canturreó la locura. Y cuando se vino a dar cuenta de lo que estaba pasando, sintió los labios de Gabbe sobre los suyos. Lo primero que pensó fue empujarlo lejos y patearle en la entrepierna, pero actuó muy diferente a sus pensamientos. Lejos de apartarlo, le correspondió. Incluso deslizó sus manos hacia su cuello para intensificar el beso. Besar a Egon era como tocar el cielo envuelta en llamas del infierno, pero besar a Gabbe... era como tocar el cielo envuelta en bombones de chocolate. «EGON...», el subconsciente se lamentó una vez más y ella reaccionó. Abrió los ojos y mordió con fuerza el labio inferior de Gabbe haciéndolo sangrar. Después lo empujó lejos y trató de deslizarse fuera de su alcance.

—Me mordiste—dijo él, mirándola perplejo y saboreando el sabor de su sangre. Ella lo miró horrorizada y corrió rumbo alguna parte lejos de Gabriel McCall. Él no era para ella. Ni ella era para él. Su corazón le pertenecía a Egon Peitz, a nadie más, pero no lograba concebir qué clase de demencia se había alojado en su cabeza para atreverse a besarlo. ¡Qué estupidez! Se conocían de solo tres días. Solo tres días. Entró a la cocina, donde se encontró con una chica que la miraba ceñuda y en sus manos tenía la pizza, pero no le importó. Ella solamente quería largarse de ahí. Buscó con incertidumbre la escalinata para encontrar a Thomas, pero se perdió y tuvo que regresar a la cocina para iniciar de nuevo su recorrido. Y vio a Gabbe hablando con la chica.

—Connie, búscala y... —él volvió el rostro y la vio—guarda la pizza en el horno—le indicó a la chica y esta asintió, alejándose—me haré cargo yo.

Shelby negó con la cabeza y dio unos pasos atrás, muy enfadada.

—Discúlpame. Soy un idiota por besarte, no pensé que amaras tanto a ese sujeto—se disculpó con las mejillas ruborizadas—sé que lo extrañas y no debí hacerlo, ¿me disculpas?

Dio un paso a ella con cautela. La chica de la limpieza los miraba detrás de la isla de la cocina con expresión molesta.

—Solamente quiero que sepas que yo no soy cualquier chica a la que puedes manipular. No me conoces en lo absoluto y te prohíbo que vuelvas a besarme o a coquetearme.

—No pretendo coquetearte, así es mi manera de ser—frunció el ceño—si no quieres que sea buena persona contigo, entiendo. Seré un idiota pedante que ni si quiera te dará los buenos días y se enfadará contigo por cualquier cosa.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste—masculló molesto y su rostro se ensombreció. Si antes a Shelby le daban miedo los ojos de Egon cuando estaba desquiciado, Gabbe no se quedaba atrás.

Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)Where stories live. Discover now