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Shelby abrió los ojos y se dio cuenta que ya no estaba en el incómodo asiento de la camioneta de Gabbe, sino en una superficie suave. Escrutó todo a su alrededor; las paredes de aquella habitación eran de color cobre con algunas pinturas dándole un toque elegante y a la vez frívolo. La recámara medía quizás diez metros cuadrados y se sintió intimidada. La intriga de no saber dónde se hallaba con exactitud, le molestó. Sabía que la ciudad en la que estaba era Atlanta, Georgia, pero no en qué parte. Ni si quiera Thomas estaba presente. Se deslizó fuera de la cama y se percató que su ropa había sido sustituida por una más cómoda. Ruborizada y enfadada, salió de ahí en busca de Gabbe o de Thomas. Giró en redondo, admirando la majestuosidad de esa casa. Era enorme y le dio temor perderse en los pasillos. Minuciosamente caminó en línea recta con los ojos bien abiertos y los oídos agudizados por cualquier sonido sospechoso. Dobló a la izquierda con demasiada brusquedad y se estampó en algo suave y firme a la vez; pero fue con tal fuerza que Shelby cayó de espaldas sobre la alfombra del suelo, la cual amortiguó su caída.

—Justamente iba a buscarte—canturreó Gabbe, riéndose. Se inclinó a ayudarla a incorporarse y Shelby gruñó. Él ya no andaba la misma ropa, sino prendas mucho más cómodas que las anteriores. Le quedaban muy bien las bermudas y la playera ligera color púrpura que tenía estampada la imagen de Frida Kahlo. Y las sandalias que portaba dejaba al descubierto unos pies perfectamente lindos y pecosos al igual que su rostro.

—¿Dónde está Thomas?

—Durmiendo.

—¿Dónde?

—En la habitación continúa a la tuya—juntó las cejas y la escaneó de arriba abajo—Connie hizo un gran trabajo al ponerte esa ropa.

—¿Connie?

—La chica de la limpieza. Le ordené que te cambiara de ropa, si no te molesta—suspiró y una sonrisa traviesa se plasmó en sus labios—a no ser que te hubiese gustado que yo lo hiciera.

—Tus chistes son muy malos—objetó ruborizada y comenzó a caminar lejos de él.

—¿A dónde vas? —preguntó él, siguiéndola.

—Tengo hambre y quiero una hamburguesa.

—Haberlo dicho antes, vamos—Shelby se sobresaltó cuando Gabbe la tomó de la mano y la hizo detenerse para que ella lo siguiera en la dirección contraria.

—¿Qué? —frunció el ceño tras correr con perplejidad muy cerca de él. Gabbe dobló varias esquinas de los pasillos hasta que se detuvo frente a una enorme escalinata que parecía ser de mármol. Y el barandal de plata—también quiero hablar con mi mamá, ya quiero ir a casa—añadió, azorada. Pero él no respondió, simplemente se limitó a asentir y a tirar de ella para descender al piso inferior. Caminaron varios pasillos más hasta que llegaron a lo que parecía ser la cocina de un restaurante sumamente costoso. Shelby se preguntó por qué demonios la había llevado ahí. Además, era el colmo que ella estuviese agarrada de la mano con un chico que no era Egon Peitz. Con molestia, se soltó de la mano de Gabbe, dejándolo sorprendido—no vuelvas a agarrarme de la mano, ¿de acuerdo? —le espetó.

—Tranquila—alzó ambas manos con las palmas hacia ella—no pretendía incomodarte.

—Lo has hecho desde que nos conocimos—masculló y se alejó de él unos pasos, rodeando la isla de la cocina para que una distancia entre ellos fuese notoria.

—Solamente estoy cumpliendo unas malditas órdenes, Shelby Cash—musitó él, claramente molesto. Sus ojos azules ardían de desasosiego e hizo una mueca. Miró a otra parte que no fuera ella y respiró hondo antes de volver a verla. Shelby miró perpleja que los ojos del chico habían vuelto a relajarse y a mostrarse cálidos y llenos de dulzura. Sus cambios de humor le intimidaron. Egon también sufría de problemas de temperamento, los cuales los sacaba sin miramientos; en cambio Gabbe, él se lo tragaba por completo y al segundo actuaba como si nada y aquello era incluso peor. Gabbe era más intimidante que Egon.

Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora