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—¿Serías capaz de no hablar con tu jefe solo para protegerme?

Hasta ella misma se sorprendió estar preguntándole algo de esa manera, a sabiendas que él era capaz de cortar sus alas de ilusión con alguna excusa.

—En efecto, sí—admitió—además, no puedo dejarte abandonada a tu suerte cuando alguien como yo está tras de ti. Te voy a proteger de ese idiota—arqueó las cejas al tiempo que maniobraba el volante sin mirarla—ya verás que cuando torture a ese imbécil, podré seguir con mi cometido.

—Pero, ¿Por qué estás ayudándome?

—Porque tú me ayudaste cuando más lo necesitaba.

—Solo dormiste una noche en mi habitación.

—Sí, y es lo mejor que me ha pasado—confesó, riéndose—y ahora calma, ya casi llegamos con Martha.

Y Shelby se obligó a quedarse callada, pero una sonrisa se plasmó en sus labios, incapaz de borrarse.

—Egon—agregó tratando de no reírse—dejaste tú bóxer en la secadora y Caroline lo encontró.

—Vaya—carraspeó y luego ahogó una risa nasal—dile a Caroline que es todo suyo. Ya no lo necesito.

—También encontré ropa tuya en mi buró.

—Ahora es tuya. Tómalo como una muestra de agradecimiento.

—De todas maneras, no planeaba dártela.

—¿Me estarás acosando con mi ropa? —se mostró ofendido.

—Posiblemente—admitió. Sus mejillas enrojecieron brevemente. Egon la miró fugazmente por el rabillo del ojo y el fantasma de una sonrisa asomó a sus labios. Dobló en varias esquinas, internándose cada vez más en el barrio de zona baja de Nueva York y Shelby observó con interés a través de la ventana. En las aceras de la calle se hallaban numerosas personas sentadas en el sucio asfalto con los ojos vidriosos y la mirada perdida. Algunos rodeaban contenedores de basura en busca de comida.

—Puppy, que las apariencias no te confundan—le aconsejó él—Martha vive en este barrio por una razón.

Shelby apenas y lo escuchaba porque su atención estaba puesta en las estructuras de los edificios viejos y raídos que les daban refugio a esas personas. Tiempo después de dar vueltas por todo aquel paisaje fúnebre, Egon aparcó detrás de un Tsuru negro oxidado y se quitó el cinturón, en señal de que ya era hora de bajar. Dudando, Shelby se deslizó fuera del escarabajo con temor y se aproximó a Egon con cautela, ya que todos los indigentes de ahí, postraron los ojos en ella con insistencia. Egon, al tanto de la situación, gruñó y endureció el rostro al tomarle con posesión la mano de Shelby y tirar de ella hacia la casa que parecía ser de Martha Beck. Fulminando furtivamente a los indigentes, él se aproximó a llamar a la puerta un par de veces con todos sus sentidos alertas.

—No creo que haya sido buena idea venir... —susurró Shelby y cerró la boca cuando la puerta se abrió y salió el rostro de una anciana en la que había una sonrisa dulce, pero en su mirada se notaba una pizca de locura revuelta con la lucidez.

—¿Es ella? —preguntó la mujer, sin rodeos, cuando postró sus cansados ojos en Shelby.

Egon asintió, sonriendo ampliamente, gesto que dejó perpleja a Shelby durante un segundo. Parecía que aquella anciana iluminaba la vida de él con solo mirarla y extrañamente sintió celos.

—Pasen, pasen—abrió paso al interior y tanto Egon y Shelby entraron enseguida. La chica le dio una rápida mirada a su alrededor. No pensó que, por dentro, la casa sería bellísima y elegante. Se preguntó si quizás estaba alucinando. Se quedó estática, esperando que Egon la presentara con Martha, pero él ya estaba sumergido en una plática con la anciana, sin prestarle ni la más mínima atención. Estaba consciente de que era una intrusa en esa casa, y que tal vez no debería estar allí, y no había forma de salirse sin despedirse, sabiendo que se encontraba en una casa con dos homicidas brutales y no era buena idea. Tomó asiento en el elegante sofá en lo que Egon se dignaba a acercarse. Aprovechó a fisgonear los retratos y adornos que habitaban ahí, y sorpresivamente se encontró con la famosa foto vieja y espeluznante, en donde la anciana se hallaba con su esposo, justo habían utilizado exactamente esa foto para dar aviso a los ciudadanos de que ellos eran los asesinos de ese tiempo. No quedaba nada de su juventud en la Martha del presente, pero sí la sonrisa psicópata oculta tras una sonrisa dulce. Sintió un escalofrío alojarse en su espina dorsal y deseó salir de ahí.

—¿Gustas un poco de té?

Respingó cuando Martha apareció en la sala con una bandeja con tazas y galletas.

—¿Dónde está Egon? —respondió con otra pregunta, lo más suave posible. Le asustaba encontrarse a solas con esa mujer. ¿En qué momento se había quedado completamente sola allí?

—Está poniéndose alcohol en los nudillos—contestó, risueña— ¿Gustas un poco de té? —repitió, poniendo la bandeja en la mesita del centro. El atuendo de Martha Beck era sencillo y anticuado. La ropa que llevaba puesta era un vestido floreado que le llegaba a la altura de la pantorrilla y unas sandalias muy desgastadas al igual que su tinte de cabello, ya que su pelo cano se extendía en toda la raíz.

—Gracias—dijo Shelby, esbozando una sonrisita y se las arregló para coger una de las tazas calientes y a pesar de que sus manos temblaron al sostenerla, Martha la observó con emoción.

—El chico me ha contado tanto de ti—le escuchó decir a la anciana, que se cruzó de piernas con elegancia y se recargó en el respaldo del sofá sin quitarle los ojos de encima. Shelby se sintió incómoda ante su mirada. Ella la observaba como un animal exótico atrapado en una jaula.

—Ah, ¿sí? ¿Qué le dijo?

—Uhm—dijo la anciana, suspirando—te encantan los criminales y dadas las circunstancias, Egon lo es y yo también lo fui en mi juventud. Pero eso ya lo sabías.

—Pensaba que usted había muerto...

—...en la silla eléctrica—cerró los ojos y los abrió nuevamente con nostalgia—sí, ya lo sé. Todo el mundo lo cree así.

A pesar de haberse aligerado el ambiente hostil de la habitación, Shelby seguía teniendo sus dudas con respecto a esa mujer y su extraño comportamiento. No entendía como Egon podía tenerla cerca. A lo mejor era porque la misma Shelby se sentía bien con él y Egon se sentía bien con la anciana. Cada persona tenía a alguien que encajaba a la perfección con sus emociones, personalidad y aficiones.

—Percibo incomodidad en tu mirada—observó Martha. Sus petulantes ojos mostraban más vida que un bebé recién nacido— ¿te sientes incómoda aquí? ¿En mi casa? —chasqueó la lengua y sonrió levemente haciendo que sus arrugas se profundizaran— ¿conmigo?

—Desde luego que no—titubeó Shelby y se percató que había comenzado a sudar y a sentirse intimidada por la mirada de aquella mujer. Parpadeó absorta, pensando en la variedad de posibles pretextos para excusar su nerviosismo. Incluso al momento de coger la taza de té otra vez, sus manos le temblaron más y sonrió forzadamente.

—¿Tienes miedo que te asesine? —soltó una carcajada irónica. Shelby se apresuró a dejar la taza en la bandeja y se frotó las manos en sus pantalones.

—Egon no la dejaría hacerlo—repuso Shelby con frialdad. Sus ojos se postraron en los oscuros y mezquinos de Martha, y, por consiguiente, la anciana arqueó las cejas y dándole un sorbo a su té, suspiró—él podría matarla si usted lo intenta.

—En eso no hay duda—le guiñó el ojo—él me cortaría la cabeza si te pongo las manos encima y es por eso que debes estar tranquila. No te haré daño—hizo una mueca al saborear el té en su lengua—yo solo quiero ser tu amiga también.

Shelby se quedó pasmada por un largo rato, asimilando la propuesta de aquella anciana.

—Ay, eres amiga de un chico homicida que sufre problemas de temperamento, ¿Qué te cuesta ser amiga también de una anciana ex homicida, que en su juventud disfrutó quitándole la vida a los demás?


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Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora