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—Egon, baja esa arma—susurró Shelby, asustada. Intentó a toda costa que Kevin Black no se percatara de él, pero fue inútil. Todas las personas tenían la atención sobre Egon; y la mayoría parecía estar teniendo un ataque asmático. Él negó con la cabeza, sin borrar la estúpida sonrisa de sus labios.

—¿Quién eres tú y qué haces en el funeral de mis hermanas con esa pistola de juguete? —terció Kevin, con aire interrogativo. Shelby arrugó la frente y miró rápidamente el arma que Egon portaba en las manos y sí, era de juguete.

—¿Cómo demonios supiste que no era verdadera? —por primera vez en su vida, Egon se mostró estupefacto. Había planeado asustar a Shelby y a todos los presentes, pero al parecer, su plan se había ido a la mierda gracias a ese rubito.

—Soy muy listo—se cruzó de brazos el adolescente de ojos grises— ¿Quién eres?

—Tu peor pesadilla si no cierras la boca—masculló Egon y haciéndole un gesto con la cabeza a Shelby, se dio la vuelta y comenzó a andar esperando a que ella lo siguiera. Tiró la asquerosa pistola en alguna parte y no se detuvo. Shelby se debatió en seguirlo o permanecer junto a ese chico. Pero por el bien común, debía ir tras Egon y evitar así, un verdadero desastre. Se levantó con naturalidad de la silla; echó un vistazo a las demás personas que ya habían retomado su atención en otras cosas y comenzó a caminar por donde Egon se había escabullido.

—¿A dónde vas? —preguntó Kevin, a sus espaldas.

—Tengo un asunto que atender con el sujeto de la pistola de juguete—respondió ella, con suavidad—no tardaré.

—¿Regresarás?

—Por supuesto. Aparta mi lugar.

Kevin asintió con ansiedad y volvió a sentarse, pero esta vez estiró ambas piernas ocupando dos asientos a la vez, gesto que hizo sonreír a Shelby antes de seguir andando en busca de Egon. El cementerio no era lo bastante grande como para haber sitios donde esconderse, ni si quiera las lápidas llegaban a medir más del metro cincuenta para darle lugar a alguna persona oculta, por lo que se quedó estática junto a un robusto árbol y resopló indignada, a sabiendas que él la estaba acechando desde algún punto no identificado.

—Egon, sé que estás ahí—dijo ella—necesitamos hablar.

El ruido de pasos sobre el barro la hizo girar en redondo y por fin estuvo cara a cara con él. Tenía que admitir que se miraba adorable todo mojado y que incluso no resultaba tan intimidante, y que además podría pasar desapercibido en la universidad si se lo proponía.

—¿Qué demonios pensabas hacer con esa pistola de juguete? ¿Causar un desastre? —se cruzó de brazos y lo enfrentó frente a frente. Por unos segundos se sostuvieron la mirada, fulminándose el uno con el otro como idiotas. Aunque bien, el color miel de los ojos de ella hacía un contraste siniestro contra los negros de él. Miel contra negro, buena combinación de la locura en su máxima potencia.

—¿Qué tanto me miras? Deja de hacerlo—rugió Egon y se frotó violentamente la cara con las manos.

—Respóndeme—le ordenó.

—Se la quité a un niño idiota que estaba jugando en la calle y pensé que sería buena idea asustarte—contestó, sin mirarla.

—¿Te das cuenta de lo grave que estás?

—Me doy cuenta de la misma manera en la que tú te das cuenta de tu propia locura—esbozó una cínica sonrisa que la dejó helada.

—¿Quién te dijo en donde estaba? —inquirió, mirándolo a profundidad, pero sintiéndose insegura ante el escrutinio de él para con ella.

Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora