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Cuando Shelby despertó, lo primero que tuvo en su campo visual, fueron los ojos enrojecidos de su madre a tan solo unas pulgadas de su rostro. Sobresaltada, apartó la cara y miró en todas direcciones sin recordar absolutamente nada. Un ligero ardor en las manos la hizo reaccionar. Bajó la mirada y halló vendas alrededor de sus nudillos. Y con el ceño fruncido, encaró a su madre.

—¿Por qué estoy vendada?

—Te ha dado un ataque de histeria como cuando eras pequeña—le informó, en un hilo de voz—pero ya estás bien. Estás a salvo.

—Mientes—repuso enfadada—esos ataques se esfumaron. Yo estoy bien y esto es un truco.

—Shelby no...

Agitada, comenzó a quitarse las vendas y ahogó un grito al ver sus nudillos y gran parte de sus manos moradas e inflamadas. Con lágrimas en los ojos, volvió a mirar a su madre y reprimió las ganas de llorar. ¿Por qué había vuelto a ser débil? Y enseguida recordó la razón de su furia: Lola. Su estúpida ex mejor amiga que la había traicionado, y de nuevo la rabia volvió a apoderarse de ella.

—La culpa de lo que me ha pasado no es mía—aclaró, respirando hondo y alejando el impulso de hacerse daño otra vez.

—Lo sé, cariño. Ahora debes descansar...

—Es culpa de Lourdes Calvin—siseó, con los ojos en llamas—ella ocasionó este desastre.

—¿A qué te refieres? —se mostró preocupada de ver a su hija con la mirada perdida y culpando a su mejor amiga sin razón.

—Estoy bien—fue lo único que dijo antes de girar sobre su eje y darle la espalda. A los pocos segundos, su respiración se fue relajando y su madre supo que se había dormido. El día fue de lo más fúnebre. Shelby se rehusó rotundamente a asistir por primera vez en años, con el psicólogo que la había atendido de pequeña, lo cual provocó más preocupación. Caroline se encargó de hacerla sonreír con sus chistes malos y con series de tv que no tenían el menor sentido. A eso de las tres de la tarde, alguien llamó a la puerta cuando los cuatro se encontraban comiendo en el comedor y viendo aun la televisión. Shelby ya se encontraba mucho mejor, pero aquella visita la alteró demasiado que incluso lanzó su plato de comida en dirección a la persona que llegó. Era Lola Calvin. La sonrisa de la rubia se congeló al esquivar justo a tiempo un plato de albóndigas que pasó recorriendo el lóbulo de su oreja.

—¡Shelby! —chilló su madre, con los ojos entornados—es Lola, tranquilízate.

—¡Lárgate, Lola! —vociferó ella, poniéndose en pie. Charlie la sujetó del antebrazo, pero eso no impidió que Shelby se dirigiera a la rubia hostil—ya no eres bienvenida en mi casa.

—Tenemos que hablar, Cash—susurró la rubia, con cautela—malinterpretaste lo que te dije.

Entonces Shelby soltó una carcajada vacía, dejando a todos helados y confundidos.

—Me hizo bastante bien ir a esa cárcel y solo para darme cuenta que existen personas desconocidas que te protegerían sin conocerte. Ya no espero nada de ti, Lola, en serio y me harías un gran favor si te largas ahora mismo de mi casa.

—Pero, Cash...

Shelby alzó la palma de su mano—la cual seguía vendada—frente a su rostro, indicándole que no le interesaba seguir escuchándola.

—¿Qué te ha pasado en las manos? —preguntó la rubia, con curiosidad.

Pero Shelby se dio la vuelta, dejándola así... con la palabra en la boca. Molesta, se dirigió a su dormitorio con la intención de relajarse. Se dio cuenta que algo extraño le estaba ocurriendo y todo se debía a que se había cruzado en el camino de un verdadero asesino, que le había contagiado, quizás, su manera de ver la vida. Palpó su cuello en busca del collar de revólver que le había obsequiado su madre y lo acarició durante un largo rato. Mientras ella miraba al vacío, fuera de su casa el sol calentaba toda su habitación, pero a Shelby no le importaba. En su mente se había disparado otra idea alucinante, y que tal vez, muy pronto la llevaría a la locura: Buscar a Egon Peitz.

Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora