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La mirada penetrante de aquel sujeto que tenía frente a ella le provocó un sinfín de emociones encontradas que la estremeció. No podía imaginarse que ese chico, de no mayor de los veintitantos años, se encontrase en esa situación. Era muy peligroso, por lo que el guardia de seguridad le informó, pero no pensó que tanto para haber llegado al grado de mantenerlo atado de los brazos y con un bozal en la boca como si se tratase de un animal listo para atacar. Parpadeó varias veces antes de volver a fijar su vista en los ojos de él, quién no había dejado de mirarla con interés y atención.

—Pensé que no hablaba usted inglés—se atrevió a mencionar, siendo consciente de la rigidez en la que los labios de Egon Peitz se curvaban hacia arriba, mostrando una sonrisa torcida y burlona que la hizo sonrojar.

—Soy un criminal desde los trece años, mi bella dama, tenía que aprender a hablar el idioma universal que mueve al mundo—contestó—y no me trates de usted, porque no soy muy mayor que tú.

—Tengo diecinueve años.

—Y yo tengo veinticinco—arqueó ambas cejas y miró por encima del hombro a los sujetos que lo escoltaban—y como verás, vivir aquí es todo un reto.

Shelby rio por lo bajo ante su chiste malo y él asintió complacido.

—¿Ibas a hacerme preguntas?

—Eh, sí. Dame un segundo—se mordió los labios y leyó su lista de preguntas. Decidió que en vez de hacerle todas, le haría solo unas breves preguntas, pero muy importantes. Cuando se sintió segura de hablar, plasmó de nuevo su atención en él y se aventuró a comenzar su entrevista—¿Sientes placer al asesinar a tus víctimas? —al principio pensó que quizás aquella pregunta no había sido la adecuada para empezar, pero se tranquilizó al ver que él movía los ojos de un lado a otro con aire pensativo. Y al cabo de unos segundos, respondió con naturalidad.

—En efecto, sí. Ver a mis víctimas sufrir es como deleitarse con un grandioso banquete y escuchar sus gritos de piedad es como estar escuchando música clásica. Prácticamente es música para mis oídos—cerró los ojos y esbozó una sonrisa maliciosa. A Shelby se le erizó la piel y anotó rápidamente su respuesta.

—¿Por qué ejecutas ese trabajo? ¿Qué ganas con ser un asesino?

—Quizás sea un trabajo, pero para mí, es un pasatiempo que adoro realizar. No hay palabras para describirlo, y gano muchos millones de euros y dólares, que yo utilizo para viajar y buscar nuevos trabajos por todo el mundo.

—Entonces te refieres a que no tienes un jefe que te dice que hacer—afirmó ella. Egon juntó sus cejas consternado. Le sorprendía ver el gran interés de esa fémina en él.

—Por el momento no tengo jefe. En este preciso instante yo soy mi propio jefe y decido a quién matar o a quién dejar con vida—el brillo malicioso de sus ojos oscuros se intensificó y ella sintió deseos de decirle que lo admiraba, pero se contuvo—por ejemplo, ahora no estás en mis planes de matarte. Si te vas justo en este segundo de aquí, puedes estar segura que me olvidaré de tu rostro y no iré tras de ti para matarte.

—¿Debo sentirme halagada por ello? —lo desafió.

—Sí. Es más, cometiste un grave error al decirme tu nombre.

—¿Por qué? —quiso saber. Una parte de su subconsciente le decía que se largara de ahí de inmediato, pero su otra parte, la demencial, le decía que debía quedarse un poco más. Y cuando Egon se disponía a responder, uno de los guardias lo sujetó del hombro y le envió una mirada severa.

—Acabó el tiempo, muchacha—le dijo a Shelby mientras le colocaba de nuevo el bozal a Egon.

—Gracias por tu tiempo, Egon Peitz—se despidió de él sin esperar ninguna respuesta.

Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora