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El sol estaba en su mejor punto, y tanto Shelby y Egon, ya se encontraban tranquilamente admirando la ciudad a la distancia. A pesar de que aquel sitio era silencioso, siniestro y peligroso, a ella ya no le parecía que lo fuera. Extrañamente el chico que tenía a su lado logró que el ambiente se relajara y él tomase su lugar. Egon no pronunció ni una sola palabra mientras escrutaba todo a su alrededor y tampoco Shelby. Le resultaba tranquilizador el silencio. De pronto, él se quitó la chaqueta, dejando al descubierto unos perfectos brazos ejercitados. Enseguida ella percibió un tatuaje de alguna frase en otro idioma en su brazo izquierdo que abarcaba casi al inicio de su axila hasta un poco arriba del codo.

—¿Qué dice tu tatuaje? —preguntó, mirándolo sin parpadear. Él, por su parte, dejó su chaqueta en el cofre del escarabajo y estiró los brazos, tensando sus venas.

No quería herirlos. Quería matarlos.

—¿Puedo tocarlo?

—Está bien. Pero no por mucho tiempo—frunció el entrecejo cuando ella deslizó sus dedos sobre su piel. La textura en aquella parte era muy suave y tibia. Deseó poder quedarse todo el día acariciándolo, pero se conformó con unos segundos. Apartó la mano y se quedó pensativa un momento.

—¿Por qué esa frase y no otra? —quiso saber, muy interesada.

—Se supone que el tatuaje lo tendría yo, ¿no? Y no otra persona—dijo bruscamente y se volteó para seguir mirando la ciudad, pero al cabo de un momento, suspiró y respondió: —Es una frase de uno de mis ídolos a seguir. David Berkowitz.

—Creí que no tenías a alguien a quién admirar. Eres Egon Peitz, el asesino serial más peligroso de Austria.

—Lo soy—reiteró—pero tuve que familiarizarme en el mundo de los homicidas, ¿no? Shelby, yo no nací siéndolo.

Shelby se mordisqueó el dedo pulgar y asintió sin saber que decir.

—Quiero que me ayudes a esconderme—añadió él, luego de un rato—ya dieron la señal de alarma a este país, avisando que me he escapado y necesito ocultarme por un tiempo en lo que me comunico con mi jefe, con el que trabajé antes de ser atrapado.

A Shelby se le erizó el vello del cuello y desvió la mirada de los ojos oscuros de Egon que esperaba a que dijera algo al respecto.

—Puedo ayudarte—repuso con firmeza—pero, ¿tengo la seguridad que no vas a lastimar a mi familia o a mí, después de que termine de hacerlo?

—Uhm—murmuró pensativo y curvó los labios hacia arriba— ¿Te provoco tanto miedo? —se acercó a ella a la altura de su oreja—pero no voy a matarte en estos momentos, ¿Por qué me temes?

—Egon—se ruborizó y tuvo que sacudir la cabeza para aclarar sus ideas—es que mataste a tu compañero a pesar de ser amigos y supongo que lo harás conmigo también...

—¿Quién te ha dicho que éramos amigos? Yo no tengo amigos y no deseo tenerlos—gruñó y pateó una roca, que se incrustó con fuerza en un árbol— ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? ¡No voy a matarte!

—Prométemelo. Promete que no vas a matarme.

Shelby sintió el cuerpo de Egon tensarse. Él meneó la cabeza de un lado a otro, incapaz de querer prometer algo que no iba a cumplir, pero, ¿Quién demonios era ella para ponerle condiciones? ¿Y quién era él para no mentir?

—Te prometo que no haré nada que pueda hacerte daño—mintió con una sonrisa tranquilizadora, que relajó a Shelby y le devolvió una inocente sonrisa. Egon tragó saliva y fijó sus ojos en los pies. Minutos después, compartiendo el silencio del mirador, Shelby escuchó el sonido de pasos que se dirigían a ellos entre la maleza y los árboles que se situaban junto a ellos. Pero no quiso decir nada por miedo a que esas pobres personas salieran heridas por culpa de Egon, porque sabía que él no iba a tener piedad por ninguno. De pronto, se percató que él también lo había escuchado y palideció.

Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora