—Ten más cuidado—le oyó gruñir a Aubrey y se sonrojó. Egon la miraba fijamente con la mandíbula apretada y los brazos cruzados y sintiéndose como basura, tiró el arma al suelo y se sentó con aire arisco en la hiedra seca.

—Levántate.

—No quiero.

—Estás aquí para tus clases, ahora mueve tu delicioso trasero hasta aquí—le señaló la parte vacía que estaba entre él y un costal de boxeo que había atado a un árbol.

—No quiero boxear. Eso es para hombres—replicó ella, pero al final de cuentas se acercó a él y miró furtivamente a ese mugroso costal.

—Las mujeres también practican este deporte, no seas tozuda por una vez en tu vida, Puppy—se arrodilló frente a una mochila y de ella sacó dos pares de guantes, unos pequeños y otros grandes y robustos—estos pesan un kilogramo, dame tus manos.

—No soy buena.

Extendió sus manos y dejó que él le pusiera esos guantes rojos con delicadeza. Miró las pestañas largas de Egon que acariciaban con suavidad sus mejillas al parpadear y se sonrojó cuando él alzó la mirada y la miró de vuelta.

—Y yo me pondré estos que pesan alrededor de tres kilogramos—le informó él, sonriente y golpeó los guantes entre sí y después los golpeó con los de ella. Shelby parpadeó aturdida y levantó los guantes con dificultad—ahora haz lo que yo—le indicó y se movió ligeramente hacia el costal y comenzó a darle de golpes con brutalidad. Ella en vez de fijarse como él golpeaba el costal, miraba como los músculos de sus brazos se tensaban con tal sensualidad que incluso llegó a secársele la boca. Sacudió la cabeza y miró atenta a los golpes para no perder la cabeza en su glorioso cuerpo sudoroso—hazlo tú—le dijo él con la respiración precipitada—estaré observándote desde aquí—y se sentó en el suelo con los ojos bien abiertos. Shelby quiso esconderse bajo la tierra. Tragó saliva y alzó los puños en dirección al bulto de arena, y sopesando si lo haría bien, dio el primer golpe y sintió que su muñeca se partiría.

—Auch—se quejó.

— ¿Qué te pasó? —preguntó Egon a su espalda, en tono serio.

—Nada. Continuaré.

Dio el segundo golpe, el tercero, el cuarto y sintió como sus brazos y puños se iban acoplando a sus movimientos, aunque bien, quizás lo estaba haciendo mal, pero Egon parecía no notarlo. El sudor comenzó su recorrido desde su rostro hasta almacenarse en su top y atravesarlo hasta alojarse en su cintura y ombligo. Y aquello era señal de un buen entrenamiento. Miraba de reojo a los gemelos luchando entre sí y escuchaba la respiración de Egon muy agitada muy cerca de su... oído. Y hasta en ese momento se dio cuenta que él estaba parado detrás de ella, oliéndole el cuello y gruñendo en susurros.

— ¿Lo estoy haciendo... bien? —jadeó ella, con la piel erizada.

—Más que bien—siseó él, con aspereza y le detuvo los brazos desde atrás. Y después postró ambas manos en su cintura— ¿Podrías dejar de hacer lo que estás haciendo?

—Pensé que querías que entrenara...

—No me refiero a eso—pasó saliva con dificultad y ella quedó paralizada, escuchándolo—deja de ser tan... . En serio o no responderé a mis acciones.

—No estoy haciendo nada que pueda incomodarte—susurró, inmovilizada por los fuertes brazos de Egon que la apresaron enseguida.

—Vestida así, por supuesto que haces que mi cabeza gire y mi otra cabeza tome las riendas de la situación y los dos sabemos que no es buena idea.

— ¿Otra cabeza...? —se tardó unos segundos más para comprender a lo que se refería y cerró la boca, sintiendo que su piel ardía bajo el tacto de Egon.

Dark Beauty © Libro 1. (TERMINADA)Where stories live. Discover now