🌿C.8: Hierbas❄️

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CAPÍTULO 8

🌿 Hierbas ❄️

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Kai, quien constantemente cambiaba de nombre tanto para huir de su pasado como para ocultarse a plena vista, termina de limpiar todo a duras penas, lanza a un rincón del cuarto de baño la cubeta y el trapeador junto a todas esas botellas de químicos para la limpieza. Se deja caer sobre el frío suelo cubriéndose la cara con ambas manos intentando ahogar un sollozo de frustración al tiempo que recuerda amargamente al chico de ojos verdes caer inconsciente frente a él. Lo revive en su cabeza como una película de horror.

— ¡Matt! ¡Matt! — le había gritado con desesperación al verlo sobre el suelo, nada le importó y corrió hasta él, que respiraba con dificultad mientras su pecho crujía —. Matt, no me hagas esto. ¡Despierta! — estaba arrodillado a su lado, lo tomó en brazos para cargarlo hasta la mesa, lanzó todo lo que había sobre esta al suelo, los felinos se debatían entre seguir robándose la comida o jugar con lo que caía y rodaba por el suelo —. Vamos, maldito.

Las manos de Jim comenzaron a temblar, la desesperación le oprimía la garganta, sobre la mesa al rubio cada vez le costaba más respirar y su sangre aún manaba de la nariz. El contrabandista emitió un grito de frustración que extrañamente hizo crujir al edificio completo, luego se detuvo como si le hubiera golpeado un rayo. Abrió sus ojos como entendiendo algo realmente complejo, corrió entonces hacia uno de los tantos árboles pequeños que tenía en la habitación, comenzó a escarbar entre las raíces y la tierra comprimida en aquel cajón de madera húmeda, cavó rápidamente lanzando tierra oscura para todos lados hasta que dio con un frasco de vidrio lleno de pétalos azules. Volvió a la cocina y sobre el fuego de la estufa plantó una taza de lata enlozada con agua, rápidamente corrió por la habitación cogiendo un par de hierbas u hojas de distintas plantas, las metió a todas en el agua de la taza para que hirvieran mientras machacaba algunos pétalos azules en un moledor.
Una vez que el agua estuvo caliente, el pelirrojo le echó los pétalos molidos, buscó entre las cajas de la cocina hasta que encontró una vara de piedra larga como un lápiz que parecía estar hecha de alguna clase de piedra semipreciosa de color anaranjado. Revolvió la mezcla de la taza con la vara y luego coló todo en un cuenco de cerámica. Lo enfrió a soplos mientras le levantaba la cabeza a Matt, notando lo poco que lograba respirar, el rey underground buscó una manguera o algo parecido para (sin la menor sutileza) introducirla por la garganta del rubio, inmediatamente después vertió el líquido.
No pasó mucho tiempo antes de que Matt se convulsionara un momento breve y luego se quedara quieto, respirando de manera más normal. Kai suspiró pesadamente y recobrando la urgencia corrió a pedirle ayuda a Adalia que luego de aquel crujido ya estaba llegando al cuarto piso junto a tres de sus perros más grandes, al verle la cara a Kai temió lo peor, este le ordenó poner la tina y ella obedeció sin demora, preparó la habitación de baño lo más rápido que pudo, llenó la tina de agua caliente mientras derramaba dentro el contenido de una caja de madera que Jim le había entregado antes de correr hacia la quinta planta, la prohibida para Matt. De la caja caían unos polvos de color verde oscuro al agua opacándola de golpe, después llegó el punk con unas ramas y hojas que lanzó al agua también, le encargó a la anciana un pequeño frasco con unos musgos que rodeaban una pequeña piedra roja dentro del recipiente antes de volver a salir por la puerta. Adalia esperó a que volviera, estaba tan preocupada que ni hablaba. Finalmente el pelirrojo entró cargando a Matt en brazos, lo sumergió por completo en la oscura y aromática tina.
El punk le pidió a la anciana entregarle el frasco y retirarse al momento cerrando la puerta tras ella.
La canosa mujer nunca había entendido cómo funcionaba la “rara magia” de Anton (como llamaba al rey callejero), pero de que creaba milagros de vez en cuando, era un hecho indiscutible. Esperó impacientemente a que Kai la invitara a entrar nuevamente, no entendía qué pasaba o por qué Matthias estaba tan mal, solo le quedaba esperar junto a sus perros.
Dos horas completas después escuchó al punk llamarla. Al entrar lo encontró sentado en el suelo a un lado de la tina totalmente mojado con el agua verdosa, exhausto. Adalia no preguntó nada, se limitó a ayudarlo a sacar al rubio del opaco líquido, al hacerlo la mujer sonrió alegre de verlo respirar. Entre ambos lo lavaron, secaron y vistieron para dejarlo descansar en cama. La anciana miró de reojo a Kai con el pecho lleno de orgullo, el menor respiraba mucho mejor, hasta lucía menos demacrado.
Jim sabía que había logrado salvarlo a duras penas, el cansancio sobre su cara evidenciaba su extremo esfuerzo, incluso lo hacía verse mayor.

— Vaya, nunca te vi reaccionar tan rápido, Anton — le elogió de corazón.

— Es la primera vez que no me paralizo, Ada. Es la primera vez que no la cago — su voz cansina también denotaba frustración.

— Si quieres te ayudo a limpiar este desastre — se ofrece tiernamente la delgada anciana, sin embargo, Kai le niega con la cabeza.

— Tranquila, yo lo hago, luego descansaré. Te lo prometo.

— ¿Por qué ayudas tanto al chico? — la pregunta era pura y sencilla, solo curiosidad.

— No sé explicarlo — dijo cansado mientras se dirigía a la puerta de la habitación. Adalia lo seguía a corta distancia —. Supongo que es porque creo que podría ser mi amigo.

— ¿Cómo Ben?

— No, no como Ben. Tampoco como Thomas... siento que puedo confiar en él. Siento todo el tiempo que no necesito mentirle.

— Pero lo haces de todas maneras — acotó la anciana logrando entristecer ligeramente a Jim.

— Sí. Que sienta que puedo confiar en él no significa que lo haga.
Después de todo, si se entera de lo que soy, huirá.

— No tienes cómo saberlo, él es distinto. Lorena lo piensa, hasta los perros y los gatos lo saben. Ares me lo comenta bastante.

Jimmy guardó silencio un momento antes de asentir de mala gana con la cabeza. La anciana le da un afectuoso beso en la mejilla, luego silba y sus perros dan un par de ladridos a modo de respuesta. No tiene que decir nada más, el de ojos castaños sabe muy bien que esa es la señal de que en caso de cualquier cosa los perros estarán atentos a ayudarle. El contrabandista le da las gracias y comienza a ordenar el desastre que dejó, por suerte, los gatos habían eliminado toda evidencia de que alguna vez existió comida en la cocina.
Terminó de limpiar a duras penas, el cansancio se lo comía vivo, no obstante, aún tenía que hacer una última cosa, subió al quinto piso y se encerró allí por horas, al volver a la habitación ya había amanecido, traía consigo una botella de vidrio con un líquido semitransparente y azulado.
Corrió las telas y exhaló aliviado de ver que Matt aún dormía, lo despertó sutilmente para darle de beber el contenido de la botella sin despertarlo del todo. Luego repasó la limpieza de su habitación con más químicos, estaba terminando cuando su compañero se había despertado gritando uno de sus nombres.

El cansancio le dolía sobre el cuerpo, no podía negar que por primera vez estaba satisfecho con sus habilidades, pero sabía que no podía hacer nada más por Matt, no podía curarlo y esto no paraba de frustrarle, el maldito rubio le importaba, era su amigo y no quería perderlo tan pronto, no como a Benedikt. Se bañó con toda la intención de sacarse el olor a hierbas de encima además de relajarse un poco, pero no lo logró, su cabeza divagó entre pensamientos y recuerdos ¿por qué le había regalado su nombre? Quizás el rubio le importaba más de lo que creía...
quizás.

El Brujo y El Muro: Fuera del espejo (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora