❄️C.7: Esto es mi culpa❄️

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CAPÍTULO 7

❄️ Esto es mi culpa ❄️

❄️

Albert resultó ser más decente de lo que creía, él sabía muy bien que Jim no dejaría que nos acercara a casa, aunque tampoco quiso soltar el manubrio y dejarnos ir solos. Así es que terminamos en el burdel de Amelia con ella mirándome con los ojos llenos de furia, no pude hacer mucho más que esquivar esos zafiros brillantes. Jimmy está bastante golpeado, tiene un par de dedos dislocados y una bala le rozó las costillas, para todos no es la gran cosa, pero el asunto raro es que él no para de quejarse y toser. Tampoco nos deja revisar la maldita herida, así que con todo el agotamiento y dolor que acarreo encima lo derribo sobre una mesa subiéndole la remera sin la menor de las delicadezas. Para entonces ya estamos rodeados de las chicas que trabajan en el lugar, todas son muy atentas y si no pueden ayudar, no estorban. Al ver la herida ninguno acaba de comprender qué diablos pasa. No es profunda ni parece ser riesgosa, sin embargo, ha cogido un color oscuro casi negro y debajo de la piel se le marcan unas delgadas líneas purpúreas que hacen ver todo demasiado grave. Jim comienza a temblar y a sudar demasiado entre jadeos, pongo mi mano sobre su estómago descubriendo que está ridículamente afiebrado, exijo agua y toallas al instante, las chicas más cercanas corren a ayudar.
Amelia parece estar a punto de discutirme algo, pero no tengo tiempo para eso, lo entiende, entonces se dirige a Albert que le explica que no sabe qué pasó. Jim suelta un grito de dolor e intenta levantarse de la mesa, por obvias razones no lo permito. Agradezco no estar sangrando, una preocupación menos en la cabeza pues no quiero enfermar a nadie por accidente. Me subo sobre la mesa obligando al punk a permanecer acostado.

— ¿Jim, qué diablos pasa? — le hablo fuerte y claro mientras lo fuerzo a mirarme. Balbucea un par de incoherencias, lo sacudo bruscamente con la esperanza que vuelva en sí un momento.

— Quizás la bala tenía algo — comenta preocupado nuestro gigantón amigo. Claro, pudo haber estado envenenada...

Lo miró analizando la posibilidad al tiempo que Jim recupera algo de control sobre sí mismo, me coge del abrigo acercándome a él para susurrar un tenue “llama a Sara”. Estoy a punto de preguntarle quién es ella cuando en un esfuerzo agónico se saca de un bolsillo una tarjeta.
Cojo el pedazo de papel y ordeno al aire que llamen a esa mujer y le digan que Jim está grave, Amelia está por tomar la tarjeta cuando una de sus chicas lo hace por ella a gran velocidad, da un trote hasta el teléfono y marca de inmediato. Ellas saben muy bien que la única razón por la cual no tienen clientes abusivos o violaciones constantes es a causa del trato que tienen su jefa y el punk, no lo dejarán morir en su casa.
Con ayuda de Albert logramos dejar a nuestro jefe en ropa interior para luego acarrearlo a una tina, para mí lo más importante es bajarle la maldita fiebre, no entiendo cómo es que se agravó tanto y el miedo de que por mi culpa este idiota muera no me deja respirar. La chica que cogió la tarjeta vuelve a paso rápido informando que la tal Sara sabe qué hacer y que viene en camino. Respiro un momento, reviso la temperatura de Jim con la mano sobre su frente, lo metemos dentro de la lujosa tina y al dar el agua, el pobre tipo libera un grito horrible.
Maldición, esto es mi culpa.

Al rato llaman al burdel, la policía detuvo al Gordo Dan, los otros dos voluntarios en mi rescate pudieron huir a tiempo para alivio de Al y mío.
Maldigo que en el Gran Árbol no haya un puto teléfono para avisar que por lo menos no estamos muertos. Amelia aún me mira con ira, pero no tengo tiempo para eso, reviso nuevamente la temperatura de Jimmy, al menos no ha empeorado, aunque no para de balbucear incoherencias en una lengua que no es ni ruso ni alemán. Yo por mi parte he comenzado a sentir que el cuerpo no me está siguiendo, estoy tan mal que mi torpeza está agravándose y me cuesta hilar pensamientos. Una de las chicas del burdel, una mujer joven y de hermosa piel negra, me mira compasiva preguntando si quiero descansar, estoy a punto de aclararle que estoy bien cuando la voz me falla, intento dar un paso y tristemente caigo de rodillas frente a ella. Albert y Amelia se alertan al instante. Hago todo lo humanamente posible por levantarme, mi cuerpo me falla una vez más, y esta vez el odio que siento por mí mismo se concentra sobre mi debilidad, esta maldita e inconveniente enfermedad. Cierro los ojos un instante y al abrirlos estoy en una habitación distinta. Me desmayé otra vez sin poder evitarlo. Lo único que pienso es que todo esto ha sido mi culpa y los ojos se me llenan de lágrimas de la miserable impotencia que está ahogándome.

El Brujo y El Muro: Fuera del espejo (libro 1)Where stories live. Discover now