Poco a poco la sala comienza a llenarse de gente y cuando estamos ya bastante perjudicadas por la bebida Marina me mira con los ojos como platos.

—Esos... ¿esos que están entrando por allí no son tus padres? ¿Qué hacen aquí? —susurra.

—Em... sí, les dije que vinieran... ¿Os molesta? —Empiezo a incomodarme, sobre todo por si notan que he bebido más de lo que debería. La verdad es que creí que vendrían antes y ya no les esperaba.

—No... no. No es eso, no molestan. —Mira a las demás y veo con claridad como fuerzan una sonrisa. Definitivamente, no parece agradarles demasiado la invitación.

Tentada a levantarme e irme, me quedo por ellos y disimulo mi malestar todo lo que puedo. Sé que quizás no debí invitarles sin consultar antes, pero me molesta su actitud. ¡Son mis padres! Con las mismas y para que ellos no se den cuenta, saco mi teléfono y envío un mensaje al grupo.

*¿No podéis al menos fingir un poco? Me enfadaré, y mucho, si les hacéis sentir mal. Solo van a tomarse una copa con nosotras porque yo se lo pedí y después se marcharán.

Veo el momento exacto en que las demás revisan el grupo y solo una de ellas responde con un "Ok". Se miran algo tensas y siento que, si siguen así, mis padres al final se darán cuenta.

Durante la primera media hora trato de mantener una conversación y parece que funciona, aunque son mis padres los únicos que hablan. Ellas siguen comportándose de un modo extraño y eso me mosquea. En cuanto se marchen pienso tener unas palabras con todas, sin excepción. Solo por educación deberían de comportarse de otra manera, aunque después sean ellas quienes me den las quejas a mí.

Cuando se me empiezan a agotar las ideas y ya no sé de qué más hablar, las luces de la sala se apagan y la gente comienza a gritar. Asustada, busco mi teléfono palpando sobre la mesa para conectar la linterna y, cuando estoy a punto de alcanzarlo, unas fuertes manos me agarran desde atrás, levantándome en volandas junto con la silla.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —pregunto aterrada y, lejos de contestarme, dos enormes hombres comienzan a desplazarme por la sala a la vez que me desgañito aterrada—. ¡Dios mío! ¡Me están secuestrando! ¡Que me caigo! —pero, en vez de ayudarme, la gente comienza a reír. En el momento en que pasamos por una zona donde hay algo más de luz me doy cuenta de que estamos sobre el escenario y mis ojos se abren con sorpresa. ¿Qué diablos hago aquí? Al notar por fin el suelo bajo mis pies, hago el intento de levantarme, pero me lo impiden sujetándome—. ¿Qué estáis haciendo? —pregunto buscando una respuesta, sin embargo, nadie contesta. Solo cuando comienza a sonar la canción Whine Up de Kat DeLuna y se encienden las luces que tengo sobre la cabeza, un flashback viene a mi mente y creo intuir lo que está pasando—. No. me. jodas —digo al ver bajar a un bombero por una barra plateada que llega hasta el suelo— ¡Dios mío! —Cubro mi cara—. No puede ser él... ¡No puede ser él! —grito como si alguien pudiera oírme, pues la música está tan alta que es imposible.

El se me acerca bailando con sensualidad y cierro los ojos con fuerza. «¡Si no puedo verlo no está ahí!» Me digo y mi cabello comienza a moverse por el airecillo que desprenden sus movimientos. Abro uno de mis ojos para ver dónde está y comienza a contornearse frente a mí con una manguera en sus manos. «Que no sea él...» imploro al cielo mientras se quita el casco y mis pulsaciones se disparan al verle la cara. Alzo la vista al frente buscando a mis amigas y, cuando las encuentro gritando en primera fila, siento unas increíbles ganas de matarlas.

—¡Vamos, Gorka! ¡Enséñale lo que vales! —Creo leer en sus labios.

—¡Gorka, no! ¡Detente! ¡Mis padres están aquí! —Entonces entiendo su comportamiento de antes. Las muy cabronas lo tenían todo preparado y la presencia de mis padres no entraba en sus planes. Por eso al verlos entrar se comportaron de ese modo. Los conocen demasiado bien como para saber que mis padres y este tipo de fiestas son incompatibles—. ¡Gorkaaa paraaaa! —No me oye y comienza a quitarse la ropa—. Noooo, ¡Mis padres están aquí! —Trato de levantarme de nuevo para impedir que continúe y, con un ágil movimiento, enrolla la manguera alrededor de mi cuerpo, inmovilizándome en la silla.

—Disfrute de su regalo de cumpleaños, señorita. —indica alguien por megafonía y juraría que es su compañero de piso.

Gorka, al verme nerviosa, dice algo que no entiendo mientras ríe y, para que deje de gritar, besa mis labios provocando que el público comience a silbar. Cuando se aparta, me fijo mejor en los que están allí y puedo distinguir algunas caras conocidas. Compañeros de Gorka, sus respectivas parejas e, incluso, amigas a las que hace tiempo que no veo. Busco a mis padres entre todas las cabezas y, al descubrir que están mirando fijamente hacia nosotros, mi respiración se detiene. Si no hago algo pronto ¡van a quedar traumados!

—¡Detente! —grito con todas mis fuerzas, pero no hay forma. Gorka sigue jugando con su ropa y apenas le quedan ya en el cuerpo un par de prendas. Una camiseta de tirantes blanca y un ajustado calzón del mismo color. Se coloca frente a mí y, de un fuerte tirón, parte en dos la prenda superior—. ¡Detente! ¡Por dios, detente! —En el instante en que comienza a bajar su calzón, una terrible vergüenza me invade y busco de nuevo aterrada a mis padres, sin embargo, al no encontrarlos ya donde estaban antes, un respiro de alivio me recorre por completo y si no es porque estoy sentada, podría orinarme. Se han debido de marchar al ver lo que estaba ocurriendo para no incomodarme más. Son tan prudentes y sensatos algunas veces que me los comería a besos. Sé que no me escaparé de esto y que, cuando regrese a casa, sobre todo mi madre, me soltarán alguna pulla sobre el tema, pero si algún día llego a ser madre quiero ser como ellos.

Gorka termina de quitarse la que creía que era la última prenda y al darme cuenta de que tiene un minúsculo tanga de hilo debajo, comienzo a reír. Después de todo, el muy capullo no tenía intención de desnudarse del todo, solo quería hacerme sufrir.

Mucho más relajada, me dejo llevar por el juego y, aunque no estoy tan borracha esta vez como el día de la despedida, permito que Gorka continúe con el espectáculo. Total, es mi cumpleaños y hemos venido a pasarlo bien. No pienso ser yo quien estropee el momento ni el espectáculo que con tanto esmero me han preparado. En su día juré que si me libraba de la cárcel me abriría más, y eso es precisamente lo que pienso hacer. Toca divertirse y así será a partir de ahora.

Cuando menos me lo espero, me echa sobre el suelo para frotar sus nalgas contra mis glúteos simulando perreos y cubro mi cara con las manos, como si de ese modo pudiese esconderme. De nuevo me voltea, quedando esta vez mis pechos cerca de su cara y resopla sobre ellos.

—¡Idiota! —río y vuelve a hacerlo—. Paraaaa. —Después de unos segundos en esa posición vuelve a cambiarme de postura como si no pesara y, tras varios minutos practicando lo que parece el kamasutra, por fin vuelve a dejarme sobre la silla.

Para terminar, coloca a modo de broma la fina tira de su tanga en mi boca y, al darme cuenta de que los pequeños cierres laterales son de velcro, rio para mis adentros a la vez que de un pequeño tirón, y a traición, se lo arranco con los dientes.

—¿Qué haces? —ríe cubriéndose rápidamente mientras que los demás aplauden y vitorean lo que acabo de hacer—. ¿No era a ti a quien le molestaba que fuese exhibiéndome por ahí? —bromea.

—Solo cuando yo no estoy delante. —Tomo la pequeña prenda en mi mano y cuando estoy a punto de lanzársela al público me encuentro con los ojos desorbitados de mi madre.

¡Mierdaaaa! ¡No se han marchado, solo se habían cambiado de lugar!

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Vamos a por la PARTE 2 del epílogo!


LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora