Sus ojos no se concentraban en la película que se reproducía en la televisión. Ni sus oídos escuchaban el sonido envolvente que salía de los altavoces. Pero su cuerpo encontró una posición cómoda en el sofá de cuero negro. Acurrucándose, con los brazos encogidos contra el pecho y las manos bajo la barbilla, Emma dejo que las imágenes navegaran delante de sus ojos hasta que sus parpados se cerraron y su pecho se inflo en una profunda respiración antes de que sus pulmones adquirieran un ritmo acompasado y lento cuando consiguió el tan preciado sueño.

Todo su cuerpo se relajo y su mente se desconecto. Dándole la bienvenida al descanso. Un descanso que esperaba llegara a ella sin malos recuerdos y sin pesadillas que la atormentaran en un lugar donde todo debía ser seguro para su subconsciente.

Los suaves y sutiles golpecitos en su hombro, transportaron a Emma del país de Morfeo a la realidad. Haciendo un paseo por el dominio de la confusión antes de que el presente reinara en su recién y pastoso cerebro. Sus ojos se abrieron con pesadez y lo primero que enfoco fue la cara de Carmen. El pelo negro recogido en un moño en lo alto de su cabeza, los ojos castaños bajo las finas cejas y la cara redondeada con sus mejillas sonrosadas. La viva imagen de la salud.

--Muchacha… ¿Qué haces durmiendo aquí?

Pregunto ella con suavidad. La genuina preocupación que brillaba en sus inteligentes ojos hizo que Emma se sintiera un poco incomoda.

--¿No estas cómoda en tu habitación? Si necesitas algo solo tienes que decírmelo. El señor, quiere que estés cómoda y a gusto en la casa y mi misión es conseguir que eso ocurra.

Anuncio la doncella con orgullo. Emma se incorporo, sacando las piernas por el borde del asiento, se percato de que tenía una fina manta cubriéndola desde los pies hasta la cintura. ¿Quién la tapo? Ella no se había percatado de nada mientras dormía, de hecho, había tenido una de esas noches en la que las pesadillas se mantenían en la bahía y no la atormentaban como acostumbraban a hacer. Lo cual era agradable.

--La habitación es perfecta, y cómoda. Simplemente no podía dormir y llegue hasta aquí, puse una película y me quede dormida. Lo siento.

--No tienes que disculparte. Puedes ir donde quieras.

Si, probablemente así era. Tenía carta blanca en la casa. Podía ir y venir por donde quisiera, incluida la cocina, vetada al señor de la casa. Nadie le diría nada si iba un lado o al otro, pero aunque ella se hacia sus tours por las noches, al menos durante las dos últimas noches, que eran las únicas que había estado en esa casa, no le gustaba fisgar de mas. Ella solo caminaba por las habitaciones. Sin ruido. Sin alterar el lugar.

Pasando los dedos por debajo de los somnolientos ojos, Emma intento sacudirse el sueño tanto como pudo.

--¿Qué hora es?

Pregunto al percatarse de que fuera ya era de día. Lo que quería decir que el amo y señor de todo lo que la rodeaba ya debía de estar en la oficina de la empresa en la que trabajaba y hacia de jefazo, junto con su padre.

--Las 10:22 de la mañana. Te he despertado para preguntarte si querías venir conmigo a la ciudad. Tengo que llenar la despensa y me preguntaba si te gustaría salir de la casa. Llevas tres días aquí encerrada.

Cierto. Ese día era el tercer día desde su llegada a la casa, y desde entonces no había vuelto a traspasar la puerta de salida. Y reconoció que le iría bien un poco de aire, aunque fuese helado y le dejara la nariz y las orejas rojas e insensibles, merecería la pena. Al menos tendría algo con lo que entretenerse durante unas horas.

El dueño del hogar ya no estaba y ella podía ir por toda la casa con la seguridad de que no iban a encontrarse por ninguna de las esquinas. La casa estaba vacía, salvo por Carmen, John y ella. Nadie más residía en la enorme casona, lo cual era impresionante dados los metros cuadrados que el lugar tenia. Todos esos amplios suelos de baldosas y madera, y las alfombras, y los muebles. Todo eso necesitaba un mantenimiento de limpieza, y ella dudaba seriamente que una sola persona pudiera ocuparse de tanto terreno ella sola. Sin embargo, por ahora, no había visto a nadie más que a los dos empleados.

Cuidaré de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora