CAP.29

11.5K 404 34
                                    

En el Mare Nostrum, Sanjay regresó al ala de los reptiles aún más ofuscado de lo que ya estaba al marcharse, y cargado con un maletín repleto de documentos vinculados al funcionamiento del acuario. Dando por hecho que Erika no estaba allí como forense, justo cuando le hacía entrega de una copia del informe redactado por el director de la sucursal sobre lo sucedido, le preguntó por qué había decidido honrarle con su visita. Para no despertar ningún tipo de sospecha, la mujer improvisó una conmovedora historia en base a su pasado como agente, a su amistad con Reyes y a la falta de personal en el cuartel, presentándose a sí misma como una amiga altruista, que se prestaba a asesorar a un buen amigo que no podía valérselas solo. El relato satisfizo la curiosidad del supervisor, casi tanto como ofendió al sargento, que se vio obligado a esconder sus deseos de venganza bajo una sonrisa forzada.

En el informe que les acabo de entregar no se menciona el origen del fallo eléctrico que, según el testimonio del vigilante nocturno, apagó todas las cámaras de seguridad de esta sección, poco después de que el reptil llegara al muelle y fuera introducido en un vehículo especial —puntualizó el supervisor, en un tonillo reivindicativo y suspicaz —. Tampoco menciona que dicho vehículo hizo un viaje, de ida y vuelta, a algún punto en un radio de diez a quince kilómetros.

Erika y Reyes intercambiaron una mirada cómplice: el apagón había sido tan oportuno como selectivo con los daños que había causado. Sanjay tenía motivos de sobra para sospechar, porque el artífice de todo aquello no había sido demasiado listo a la hora de borrar su rastro.

—Perdone, Sr. Rice, hay algo que no entiendo: ¿Cómo sabe que el reptil salió de aquí y hacia dónde pudieron llevarlo? —cuestionó la forense—. Acaba de afirmar que las cámaras estaban apagadas, luego el vigilante no pudo ver nada ¿o sí?

—Mi precisión se debe al exhaustivo control que hacemos del kilometraje de nuestros vehículos de empresa y del gasto de carburantele aseguró el supervisor—; cuando se reanudó la actividad en las obras, y se descubrió que la anaconda aún seguía aquí, el conductor habitual de ese camión se percató de que alguien había regulado los espejos y el asiento, y eso le hizo sospechar que había sido utilizado por alguien ajeno a la empresa. Solo tuvimos que mirar el registro del cuentakilómetros para certificar que sus sospechas no eran infundadas.

—Está bien, supongamos que es cierto: un extraño se coló en el edificio y sacó del muelle el vehículo con el animal, solo para devolverlo muerto unas horas después, y abandonarlo aquí, en esta zona cerrada al público—resolvió Reyes, mirando a Erika de soslayo—. ¿Cómo es posible que el conductor no se diese cuenta de que habían manipulado el camión el mismo día en el que sucedió? Según la información que nos ha dado, él era el encargado de trasladar al animal, y debía hacerlo en pleno apagón, ¿me equivoco?

Sanjay dejó escapar un largo suspiro, rebuscó en el interior del maletín una declaración escrita y firmada por dicho conductor, y se la entregó al sargento.

—Ese hombre no pudo ver nada extraño, porque no estaba en el acuario: la misma persona que extendió el contrato del animal, haciéndose pasar por mí, contactó con él, y con el resto de nuestros empleados del turno de noche en el muelle. Les dijo a todos que no debían asistir al trabajo, porque el dueño del reptil iba a enviar personal y vehículo propiosalegó.

Desde aquel edificio a casa de los Munt no había más de diez kilómetros; las cifras coincidían, y el círculo alrededor de los Belmonte se estrechaba. Complacido, Reyes le guiñó un ojo a su compañera y se dispuso a tomar buena nota en su libreta de aquellos reveladores datos.

—¿Sospecha de alguien que quisiera perjudicarles, Sanjay? ¿Algún cliente, proveedor o trabajador insatisfecho? ¿Algún rival del sector? ¿Antiespecistas? —preguntó, cruzando los dedos para ganarse un golpe de suerte.

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora