CAP.30

9.6K 390 32
                                    

En cuanto Luna se quedó dormida, Beth se escabulló hasta el baño del avión para examinar el neceser que le había robado. No encontró nada en su interior digno de llamar su atención, al margen, por supuesto, de la ridícula carta que su amigo Alexander le había enviado (haciéndose pasar por las autoridades indias). Algo tan deleznable como impropio de él, que la angustió y despertó en ella tanta curiosidad como indignación.

Luna era adorable, inocente como un bebé, y nada justificaba que la hubiera engañado en lugar de abordarla con sinceridad y respeto, ni que se hubiera tomado tantas molestias para tenerla a su merced. Nada, salvo que tuviera otro interés en ella al margen de utilizarla como cebo para llegar hasta su padre. Tras vacilar un poco, decidió devolverle a la pobre chica sus complejos vitamínicos y algunas cápsulas de melatonina. Por un instante, estuvo tentada de entregarle también su teléfono, pero en el último momento optó por seguir las instrucciones de su intrigante amigo y quedárselo, al igual que el misterioso frasco de ansiolíticos etiquetado como "Emergencias". Dejar hacer al griego un poco más sería el único modo de averiguar qué se proponía.

No le había dicho para qué necesitaba los ansiolíticos ni el aparato, pero, conociéndole como le conocía, daba por hecho que necesitaba a la chica espabilada y lejos de cualquiera que pudiera alertarla del peligro que corría. Y es que, de todas las estupideces que Alex había cometido en nombre de su venganza, aquella parecía ser la más rastrera y absurda de todas. ¿Acaso no le había bastado con violar la intimidad de la chica leyendo sus diarios? Porque estaba segura de que había sido así, tanto como de que había sido lo bastante idiota como para reconocerlo en su blog de poemas... Maldito romántico insensato, ¿se habría enamorado?

Cuando regresó a su asiento encontró a la rubia sollozando palabras incomprensibles. Dio por hecho que sus pesadillas respondían al estrés que sentía por su primer vuelo, hasta que ella mencionó un nombre que hizo que su pulso se paralizara y que todo tomara un cariz mucho más peligroso y dramático: <<Olympia>>.

Luna estaba inmersa en el mundo oscuro y violento en el que se desarrollaban la mayoría de sus sueños; una noche de fuego y una huida eternas, amenizadas con los sonidos del bosque, aullidos de lobo y el batir de unas alas enormes sobre su cabeza. El miedo tensaba sus músculos y retorcía su corazón, pero ni los gritos, ni los llantos, ni los disparos, la aterraban tanto como sus perseguidores. Aquellos monstruos, fuertes y veloces, la perseguían entre las sombras hasta conducirla al borde de un precipicio; al fondo, un abismo líquido y cantos de sirena. Podía sentir su cuerpo girar en el aire y la sensación de caer al vacío incluso estando despierta.

<<Olympia>> Beth recordaba con exactitud la primera vez que había oído ese nombre de mujer; era un sábado de ánimas y durante el responso en honor a Eino Blake, en la iglesia de San Teodoro, el sacerdote había pedido una oración para ella y para sus padres. Hacía poco que había empezado a trabajar para la familia Blake, y no conocía mucho de su historia, por lo que no podía entender por qué se hacía referencia a tres difuntos en el homenaje de otro. Si su memoria no le fallaba, había sido Alexander el que le había explicado las razones, cuando comían koliva frente al panteón de su familia. Conmovido, incluso le había confesado que jamás se perdonaría el no haber encontrado a la niña antes de perder la consciencia, la noche del devastador incendio en las montañas de Cachemira.

Aquella tragedia era difícil de olvidar, más, cuando tantos años después, su amigo seguía tan obsesionado con ella como para . Beth no podía evitar sentir escalofríos al visualizar aquellas palabras escritas con tinta negra en la piel del griego. Miró a Luna de reojo. Era imposible que hubiera llegado a conocer a la niña. ¿Estaría hablando de otra Olympia? ¿Una Olympia en Bruma? ¿Qué posibilidades había? No creía en casualidades, menos, en contextos tan barrocos como el que se le presentaba... Era obvio que las dos chicas debían haber nacido en la misma época y, según la fotografía que Alex guardaba de la hija de los Menounos, que sus rasgos físicos eran muy similares. ¿Y si la pequeña había sobrevivido? Su cadáver nunca había llegado a aparecer. ¿Y si Munt, por alguna siniestra razón, se las hubiera arreglado para hacerla pasar por su hija? ¿Podría tener tanto poder el viejo y demente paleobotánico? ¿Era eso lo que había empujado a Alex a usar métodos tan desesperados? Si era así, ¿cómo lo habría descubierto? Fuera como fuera, el amor que parecía sentir por Luna parecía genuino, pero no fraternal.

RASSEN IKde žijí příběhy. Začni objevovat