INTRODUCCIÓN

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DEDICATORIA:


Para los que saben que un mal recuerdo es un trofeo del alma y no se avergüenzan de sus lágrimas.

Para los espíritus libres, que buscan sus propias respuestas y carecen de prejuicios.

Y para los que siguen de cerca a los anteriores, dispuestos a ayudarles a reemprender el vuelo cuando flaqueen sus fuerzas.

Vosotros sois mis héroes.


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"El corazón del hombre necesita creer algo,

Y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer."

                                                               María Zambrano (1904-1991)


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INTRODUCCIÓN

(Música: Fever Ray 'If I Had A Heart')

Parque nacional de Dachigam, Cachemira (India)

Quince años atrás...

Mientras Alexander contemplaba embelesado el resplandor de la pequeña hoguera dispuesta en el centro del campamento, la oscuridad se cernía lentamente sobre el cielo anaranjado de Dachigam. Etéreos haces violáceos y rosados empezaron a desdibujar el contorno de los altos picos del Himalaya, dejando vía libre a los misteriosos habitantes de la noche y recluyendo a los del día en sus moradas. Un gran búho abandonó la seguridad que le ofrecía el bosque para descender hasta aquel claro. El chico observó con detenimiento el silencioso batir de sus poderosas alas mientras se aproximaba hacia él. El corazón le dio un vuelco cuando, segundos antes de posarse en un gran roble seco, el ave emitió un gritito casi humano.

—¿No tienes miedo? —inquirió una voz masculina a su espalda.

Alexander no se tomó la molestia de girarse para descubrir la identidad de su interrogador: Shaya, el hijo de uno de los sherpas, era el único adulto joven de la expedición, también la única persona que cuando se dirigía a él no lo hacía para darle órdenes.

—¿No es impresionante? —le preguntó Alexander en respuesta.

—Sí, ya lo creo que lo es—admitió el indio, en tono molesto.

—¡Tonto supersticioso! Según tú, este pobre búho no es otro que el siniestro mensajero de la muerte. ¡Menuda tontería!

Shaya le dedicó al imponente ave una mirada de fingida indiferencia y se encogió de hombros.

—¡Apuesto lo que quieras a que su opinión sobre nosotros no dista mucho de la tuya hacia él! Por eso hay que ser solidario con los inadaptados—le instó Alexander.

—Sí, supongo que nadie elige que le llamen <<pájaro del diablo>>—cedió su amigo. —Como tampoco podemos elegir tú y yo hacia dónde se dirigirán nuestros pasos mañana—se lamentó. —Voy al retrete. Si es que puede llamarse así a un agujero en la tierra en mitad del bosque.

Shaya estaba enfadado, y no solo por los malos augurios; hasta dónde sabían, el equipo de científicos dirigido por el arqueólogo Sir Eino Blake (el ilustre padre de Alex), había sido enviado a las faldas del Harmukhal, para desenterrar y datar unos estúpidos trozos de cerámica azul, que esperaban con gran expectación en el museo Príncipe de Gales de Bombay. Sin embargo, se disponían a abandonar aquel

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