CAP.48

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Lago Dal (Srinagar)

Alexander se había puesto pálido y rígido. Luna esbozó una sonrisa maternal para invitarle a relajarse.

—No se te da muy bien mentir: sé que mi padre te ha hablado de mí y de lo que me pasa—le advirtió—. Pero, tranquilo, no importa, es mejor así; yo no hubiera sido capaz, aunque me hubieras sorprendido aullándole a mi tocaya astral—le aseguró, señalando la pálida silueta de la luna, semioculta entre nubes negras.

El griego recobró el pulso, ¿debía seguir adelante? Ella se lo estaba poniendo demasiado fácil.

Viendo que él no hacía nada por desmentirla, Luna siguió presumiendo de sus dotes detectivescas.

Conoces mis gustos y mis manías. Me he desmayado dos veces en tu presencia, sin llevar corsé, y te ha parecido de lo más normal. Te preocupaste demasiado cuando te dije que no podía dormir, no intentaste justificarlo con el jet lag, ni nada parecido, en cambio, hace dos noches me diste un frasco con píldoras homeopáticas etiquetado con la letra de mi padre. ¿Acaso crees que me tomo cualquier cosa que me ofrezcan?

Alexander volvió a empalidecer. Un sudor frío le pegó la camisa al cuerpo; no había sido tan discreto como pretendía, aunque ella había errado con el asunto de la medicina, puesto que se la hacía llegar Leander.

—Es cierto que Martín me ha hablado de ti. ¿Cómo no iba a hacerlo un padre que añora a su hija? Pero te aseguro que la medicación me la envía mi hermano mayor; mi abuela la encarga en su herboristería de confianza. Ella es muy mística, le van las hierbas, las velas y todo ese tema de las energías...

Luna negó con la cabeza, sacó el susodicho frasco del bolso, su DNI y los puso sobre la mesa.

—Si miras la etiqueta inferior del frasco, comprobarás que la numeración es una combinación del año actual con mi fecha de cumpleaños (el día que llegué al hospicio).

El griego hizo lo que le pedía. No tenía por qué dudar de ella, menos aún de su hermano... ¿Sería capaz su abuela de estar conspirando con Munt para hacerle tomar ansiolíticos? ¡Por supuesto! Por confiado y soberbio, había puesto la salud de Luna en riesgo.

—Supongo que tu padre no debe tener muchos clientes, cuando lo hace todo de forma tan artesanal—farfulló, haciendo rodar el frasco por encima de la mesa para devolvérselo.

—Hasta dónde sé, su única cliente era yo—aseguró ella, encogiéndose de hombros, lo que solo terminó de intrigar y confundir más a Alexander.

Tenía que marcharse. Tenía que hablar con su abuela y con Leander y... Tenía que averiguar qué demonios le estaban dando y por qué. ¿Estaban tratando de hacerle olvidar de nuevo?

—¿Qué sabes sobre tu origen? Martín me dijo que sueñas con las montañas y con...—el griego inclinó la cabeza hacia un lado y frunció los labios: tenía que ser cauteloso.

—Con monstruos. No pasa nada, puedes decirlo—le restó importancia Luna, para su propia sorpresa—. Aunque no lo creas, tiene una explicación sencilla: según las autoridades, sobreviví a un incendio en un campamento de gitanos rumanos, antes de que me abandonaran. Como no tenía recuerdos sobre el incidente, usé lo que sabía del incendio que tanto marcó a Martín para ilustrar mis temores... Clara me aseguró que se trata de algo normal. Algunos niños incluso usan personajes de cuentos o de películas para reflejar sus miedos. ¿No crees que es curioso que tanto tú como yo hayamos identificado a los adivasi como monstruos en nuestras pesadillas?

—¿Tantos detalles te dio tu padre sobre lo que ocurrió allá arriba como para que pudieras recrear en tu mente lo que en verdad sucedió? —cuestionó Alexander, señalando un punto en la oscuridad, sin dar crédito—. ¿No temió traumarte?

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora