CAP.7

14.6K 461 27
                                    

Cuartel de la Guardia Civil

Bruma

La Guardia Civil de Bruma, y sus otros veintiséis mil habitantes, estaban de enhorabuena, por fin habían sido cubiertas tres de las cinco vacantes desiertas que aparecían en el B.O.C. sin que nadie reparara en ellas. La incorporación de los nuevos agentes ocurría apenas un mes después de la obligatoria baja por enfermedad de la máxima autoridad del cuartel, el capitán Isaías Mendoza. Mendoza: un sesentón fornido y canoso, con un sentido exagerado del deber, perfeccionista enfermizo, pero de corazón noble, era tan querido como respetado por aquellos lares. Su hombre de confianza, y segundo a bordo, era el sargento Daniel Reyes. Reyes rondaba la cuarentena, no era demasiado alto, pero tenía buen porte, y, aunque el pasar de los años estaba empezando a hacer mella en su figura, seguía manteniendo su natural constitución fibrosa y su porte juvenil. En los últimos tiempos, en un vano intento por ocultar su incipiente alopecia, había optado por rasurarse la cabeza. Su mirada oscura carecía de toda maldad, pero por alguna razón, el que le veía por primera vez tenía la impresión de que su carácter era un tanto agrio. Solo los que le conocían bien sabían que su sentido del humor era envidiable y que manejaba la ironía como nadie. Apasionado de su trabajo, leal y solidario con sus compañeros, el sargento era de esos pocos hombres que todavía creía en el valor de la palabra y del honor. Arcaicas cualidades que en muchas ocasiones le empujaban a sentirse incomprendido, decepcionado e incluso frustrado.

Por falta de personal disponible, Reyes se había visto obligado a tomar bajo su tutela a los tres novatos. Al contrario de lo que a muchos les parecería aquella responsabilidad, para aquel hombre que tanto amaba su trabajo, en un panorama de viejas y sosegadas glorias, la savia nueva resultaba ser un grato estímulo y no una carga. El más joven de los principiantes fue el primero en presentarse ante él; se llamaba Guillermo y era natural de una aldea castellano manchega, de poco más de doscientos habitantes. Albino, atlético y con una altura de casi dos metros, el agente gozaba del inquietante y frío atractivo de las figuras de alabastro, gracias a sus rasgos, perfectos y delicados. Silencioso, meditabundo y ofensivamente servil, nadie sospecharía al verle que había sido número uno académico de su promoción y que gozaba de una inteligencia muy superior a la media. Desde que se conocieran en la academia de instrucción, Guillermo era prácticamente la sombra de Raúl, un exlegionario, carismático y jovial, al que llamaba hermano, aunque no pudiera ser físicamente más opuesto a él. Este, que disfrutaba representando el papel de su propio alter ego, solo para divertirse a costa de la gente, había rebautizado al albino como <<Blancanieves>>, y le apreciaba como si realmente fueran familia. La única chica del grupo era María: veinteañera, menuda, de ojos aceitunados y cabellos de color berenjena, perspicaz y con una fuerte personalidad. Muy a su pesar, María era la adorada y sobreprotegida hija mediana del capitán Mendoza, el jefe más inmediato de Reyes (hasta que terminasen de cubrirse las vacantes). Los cuatro agentes formaron de inmediato un grupo tan peculiar, como compacto y bien avenido. Parecía como si una mano invisible hubiera modelado el destino para hacer que se encontrasen, no en vano, cada uno complementaba las aptitudes y capacidades del otro. Por desgracia, lo más emocionante que los novatos hacían por aquellos tiempos era patrullar por kilómetros de bosque y cultivos, a través de caminos rurales, y limpiar los coches oficiales en el garaje del cuartel. Esa falta de actividad les había desanimado bastante. En especial a María, que había llegado a replantearse su verdadera vocación profesional, cuando su padre, en su obsesión por ponerla <<a salvo>> de la acción de las calles, intentó encerrarla entre las cuatro paredes de una oficina. La joven intuía que aquella noche de sábado marcaría un antes y un después en su carrera, ya que Reyes había decidido llevarlos a una de las zonas más conflictivas de su demarcación. No era más que un servicio de vigilancia ordinario, que, en un principio, se reduciría a ocho horas dando vueltas por la periferia de la localidad (polígonos industriales desiertos incluidos), a pesar de ello, los novatos se sentían tan felices y emocionados como un niño la víspera del seis de enero, a pocas horas antes de abrir sus regalos.

RASSEN IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora