CAP.37

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CUARTEL DE LA GUARDIA CIVIL

(BRUMA)

Unos fuertes golpes en el portón exterior y un grito del guardia a cargo de las cámaras de seguridad, terminaron de crispar el ambiente. Reyes y Erika ni siquiera tuvieron tiempo de plantearse si debían desvincularse de aquella investigación, cuando la sanguinolenta respuesta llegó hasta ellos. El joven agente que custodiaba el acceso al acuartelamiento acababa de entrar a la oficina para encender las luces del patio trasero, cuando Reyes, Erika y Guillet ya estaban en él, intentando descifrar en la oscuridad qué les habían arrojado por encima de la valla.

—Los chicos de Belmonte jamás llegarían tan lejos—apostó Guillet, señalando un reguero de vísceras en el suelo—. Debe ser Electra la que les ha pedido que lo hagan. Ese corazón debe ser como mínimo de un cerdo...—añadió, señalando un bulto, entre intestinos.

Erika intercambió una mirada de espanto con Reyes, que se apresuró a impedir que el francés se agachara para observar de cerca los restos, sujetándole de la parte inferior de su chaqueta.

—No pertenecen a un animal, Lucien—le advirtió, haciendo que diera un salto hacia atrás.

El agente encargado de las cámaras salió con una bolsa de basura, dispuesto a recogerlo todo, para que ninguno de los familiares de los otros agentes que residían en el cuartel pudieran verlos, Reyes se vio obligado a detenerle.

—No podemos tocar nada hasta que vengan los expertos—le recordó, quitándole la bolsa de las manos—. Ve a la parte de atrás y asegúrate de que nadie salga hasta que se lo hayan llevado; no pienso dejar que el que haya hecho esto amedrente a mi gente.

El agente asintió y se marchó, sin saber que la H1 quizá era la sección más rápida de todos los equipos especiales; en menos de una hora aparecieron, analizaron la escena, la hicieron desaparecer y se esfumaron. Cuando todo acabó, Mendoza, demacrado y furibundo, improvisó una pequeña reunión en su despacho.

— Iris Blake estaba buscando la manera de recuperar TSC y de limpiar la memoria de su padre y de su tío Kimmy—les informó, sin más preámbulos—. Pretendía demostrar que Delaras les había mandado asesinar, y que había sido él el que había traficado en el mercado negro con patrimonio arqueológico. Acababa de contratar a un detective y a un abogado para que la ayudaran en su cruzada justo antes de ser asesinada; los dos desparecieron tras su muerte. Los restos del patio son del detective.

—Su secretaria ha declarado que un tipo extraño fue a verle días antes de que se esfumara; un extranjero, posiblemente del sur de Asia, con aspecto de boxeador, pero bien vestido y de modales muy refinados—añadió Guillet, ganándose con ello una mirada censuradora del capitán.

—Eso no es importante ahora—le regañó.

—¿No lo es? —dudó Reyes, con una mueca de desprecio.

—Capitán, sabemos que esto no es un juego de niños y creo que tenemos derecho a acceder a la mayor cantidad de información posible, teniendo en cuenta que lo que nos jugamos es mucho más que el puesto—pidió Erika, con voz pausada, intentando contener las ganas de exigirle a gritos que tuviera agallas de una vez y ordenara correctamente sus prioridades.

El capitán recibía órdenes, y estaba mucho más condicionado por ellas de lo que parecía estarlo el francés, por lo que fue este el que intercedió por la pareja.

—Según el testimonio de la secretaria, el hombre misterioso se presentó a última hora en el despacho del detective, acompañado de una generosa propina y de un poder notarial que le permitía hacerse cargo de los asuntos legales de Iris. Les pidió que se deshicieran de todo el material relacionado con en el encargo de la joven, pues temía que la prensa pudiera acceder a él hackeando su sistema informático. Tras una charla educada, con matices "religiosos" y "trascendentales", en la que se mostró muy afectado por la muerte de la chica y usó algunas palabras técnicas para referirse a las circunstancias de su muerte, se despidió y se marchó.

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